viernes, 28 de marzo de 2014

LA FÓRMULA 1 DE GRIEGOS Y ROMANOS

Las carreras de carros en la Antigua Grecia

 Los carros de carreras fueron herederos directos de los antiguos carros ligeros de guerra. Participaban en Atenas en la procesión de las Panateneas, fiestas religiosas dedicadas a la diosa Atenea, protectora de la ciudad. Se celebraban todos los años hacia mediados del mes de Julio. Eran las fiestas más antiguas e importantes de Atenas.

 Las carreras de carros fueron de los deportes más populares de la antigua Grecia y, posteriormente, de Roma.   Se celebraron, al principio, en lugares informales. Se elegía una  llanura dominada por una colina donde se colocaban los espectadores y la carrera se celebraba con un recorrido de ida y vuelta de aproximadamente un kilómetro y medio en cada sentido. También se celebraban en el hipódromo del santuario de Delfos. Era una granja que se alquilaba durante las carreras y el resto del tiempo se dedicaba al cultivo. Más tarde el hipódromo de Olimpia, llegó a ser algo más com-plejo. Tenía dos metas o puntos de giro. Se daban varias vueltas a un recorrido fijo. Se introdujeron ciertas innovaciones como las puertas para la colocación de los carros al inicio de la carrera. Los de la parte exterior se colocaban más adelantados que los que iniciaban la carrera por el interior. Otros dispositivos mecánicos eran los conocidos como el "águila" y el "delfín", que eran levantados para indicar el comienzo de la competición y se bajaban durante la misma para señalar el número de vueltas que restaban. Este hipódromo tenía cerca de 600 metros de longitud y una         anchura próxima a los 100 metros. La parte más espectacular de la carrera para los espectadores era el giro cerrado que los carros  tenían que dar en los extremos del hipódromo; eran giros muy peligrosos que, con frecuencia, resultaban mortales para los aurigas.



Las carreras de carros en la Antigua Roma

Las carreras en Roma fueron, como en Grecia,  uno de los deportes  que despertaron más pasión. El pueblo sentía fervor por ellas. Siguieron siendo igual de peligrosas. Este deporte generaba, en aquellos espectadores, un entusiasmo comparable al que manifiestan los asistentes a las actuales carreras de “Fórmula 1”. Muchos aspectos de la organización de las carreras de carros de aquella época, salvando las distancias, se podrían equiparar a las actuales prácticas de la fórmula 1.
    
En Roma, cuando se celebraba alguna carrera, la ciudad quedaba desierta. Todo el mundo se iba al circo. El clamor de los espectadores ante las incidencias del espectáculo podía percibirse en toda Roma. Séneca, el filósofo, se quejaba: El gruñido confuso de la muchedumbre es para mí como la marea, como el viento que choca en el bosque, como todo lo que no ofrece más que sonidos ininteligibles.

Todos los romanos, desde el mismísimo Emperador hasta el más humilde esclavo, eran seguidores de una facción o equipo (hoy se diría escudería). Su organización estaba en manos de compañías privadas que dirigían los caballeros, una de las clases sociales de Roma. 

 Estas compañías no sólo organizaban la carrera, sino que proporcionaban todo cuanto era necesario para la competición. Salvando la distancia del tiempo, se podría afirmar que funcionaban a modo de cualquier escudería del siglo XXI. Cada equipo tenía su sede en un local de usos múltiples donde se encontraban las cuadras, los talleres de reparaciones de los carros y la pista de entrenamiento de los caballos. Disponían de médicos para cuidar de los aurigas, talleres para construir y reparar los carros, guarnicioneros, sastres, zapateros y cualquier otro servicio necesario para la competición. No podían faltar los profesores en conducción de carros. Por tener, tenían hasta un colectivo para animar y gritar en el circo. Los organizadores eran verdaderas sociedades mercantiles con las que se negociaban las condiciones de las carreras.

Los equipos

Al principio sólo existían en Roma dos equipos: el rojo y el blanco; más tarde, dos más, el verde y el azul. Se distinguían, al igual que hoy, por el color de lo que se podría llamar su dorsal (túnica corta): russata (rojo), prasina (verde), albata (blanco) veneta (azul).
    
 Los cuatro equipos eran locales por lo que la rivalidad fue mucho mayor y teñida de cierto tinte político. Los aristócratas y la enriquecida burguesía eran partidarios de los azules, mientras que  el proletariado apoyaba a los verdes. Sin embargo hubo excepciones. Algunos emperadores  como Calígula, Nerón y Domiciano fueron partidarios de  los verdes, seguramente para congraciarse con la plebe. Caracalla y Vitelio se mantuvieron  fieles a la tradición y apoyaron a los azules.

La afición de Calígula por las carreras revestía tintes demenciales. Pasaba mucho tiempo en los locales de su escudería; hasta comía en ellos; el día que corría su caballo “Incitatus” (Impetuoso) ordenaba a los soldados que la noche anterior mantuvieran en silencio la ciudad para que el caballo pudiera descansar con tranquilidad. Era tal la admiración que sentía por este animal traído a Roma desde Hispania que le construyó un establo de mármol, un pesebre de marfil y mandó fabricar una manta coloreada de púrpura y de perlas preciosas para cubrirlo.



La devoción de los romanos por sus pilotos preferidos

La afición era tan devota de su facción como lo son ahora los aficionados de las escuderías Red Bull, Ferrari, MacLaren , Mercedes o cualquier otra. Los hinchas romanos acudían a presenciar los entrenamientos de sus campeones y ensuciaban los  muros de la ciudad con  pintadas con los nombres y caricaturas de sus ídolos (los grafitis ya se habían inventado en la época de los romanos). Damas de alto copete se encaprichaban de los aurigas  y miembros de familias aristocráticas se disputaban el honor de invitarlos a sus casas y compartir con ellos su comida que, por cierto, lo hacían recostados en un amplio diván llamado “triclinium”. Alimentarse sentados a una mesa era señal de un bajo escalafón social.

 El mismo Calígula, como buen aficionado a las carreras, dispensaba a algunos de ellos un trato exquisito. Los mejores aurigas, al igual que hoy los pilotos de Formula 1, cobraban grandes sueldos y primas sustanciosas. Las facciones, como hacen hoy las escuderías, trataban de manera exquisita a sus aurigas. Reservaban para ellos el mejor vino, el mejor aceite de oliva o cualquier otra exquisitez de la época. Los  aurigas ganadores amasaban inmensas fortunas y se retiraban de la profesión siendo ricos y respetados. 


El auriga hispano C. Apuleyo Diocles

El auriga más famoso  fue C. Apuleyo Diocles. Este hispano llegó a ser un reconocido auriga en la época de Trajano y Adriano. Dejó de competir a los cuarenta y dos años de edad. Compitió durante veinticuatro años y ganó 1.462 carreras. Su excelente palmarés le valió una suma de  treinta y cinco millones de sestercios. Llegó a competir dos veces en un solo día, ganando en las dos pruebas y “embolsándose” un premio de 40.000  sestercios por cada una de estas dos victorias. Llegó a “pilotar” un carro tirado por siete caballos enganchados uno al lado del otro sin yugo. Nunca ningún auriga había hecho tal proeza; el premio fue de 50.000 sestercios. Ningún competidor llegó a igualarle. A su muerte, sus seguidores le erigieron una lápida conmemorativa en el circo de Calígula.



Un circuito a la altura de la afición

El más ostentoso circuito de carreras de carros en roma fue el circo Máximo. Julio Cesar inició su construcción y lo acabó Augusto.  Nerón lo remodeló hasta darle una capacidad de  doscientos cincuenta mil espectadores que podían disfrutar del espectáculo sentados. ¿Cuántos circuitos de carreras hay hoy que puedan albergar tantos espectadores?
    
Se construyó en una vaguada de seiscientos metros de largo por cien de ancho que se extendía entre las colinas del Palatino y el Aventino. Un foso de unos tres metros de ancho separaba la pista de los espectadores.  Disponía de tres pisos, el más bajo de piedra y  los otros de madera por lo que, a veces, éstos se derrumbaban. En uno de aquellos  derrumbes perdieron la vida 1.112 personas.
    
El Circo Máximo en la época de Augusto no era aún muy elevado y las carreras se podían llegar a ver desde las casas próximas. Por cierto, a éste emperador le gustaba verlas desde esas casas.
    
 Las gradas se distribuían de la siguiente forma: las inferiores quedaban reservadas para senadores; las de encima las ocupaban los caballeros y las del tercer piso eran para el pueblo. Las mujeres y los hombres podían disfrutar juntos de las carreras. Esta situación  no se permitía en otros espectáculos.

En cada carrera, los aurigas daban siete giros a la pista. En cada vuelta recorrían 769 metros. Auriga y caballos hacían un notable esfuerzo para llegar el primero tras los más de cinco kilómetros recorridos.  Allí se celebraron innumerables carreras de carros.

La competición empezó a perder importancia tras la caída el Imperio romano de Occidente.

Roma trajo las carreras a España. Para que pudieran celebrarse construyeron buenos circos o circuitos como se les llamaría en nuestro tiempo. Los mejores fueron el de Córdoba, capital de la Bética, en la parte oriental de la ciudad y en Mérida, capital de Lusitania de donde procedían los mejores caballos. Los romanos llegaron a decir que nacían de yeguas preñadas por el viento.El de Mérida, tuvo un aforo de unos 30.000 espectadores. Parece ser que pudieron correr hasta 12 carros a la vez.

Hay gran diferencia entre aquellos carros y los monoplazas de formula 1 de este siglo. Aquellos podrían alcanzar una velocidad de cuarenta o  cincuenta kilómetros por hora y estos de más de  trescientos. La diferencia es abismal, pero esto no significa que aquellos aurigas y estos pilotos estén separados por la misma diferencia, al menos en cuanto a destrezas y arrojo. Aquellos aurigas podrían haber sido los pilotos de la fórmula 1 del siglo XXI. 



lunes, 10 de marzo de 2014

UNA SOCIEDAD OBRERA Y SU AUTOESCUELA

La escuela de chauffeurs de la “La Unión de Cocheros"


En la primera década del siglo XX, en la mayoría de las organizaciones patronales y  en algunas sociedades obreras, existía poco interés, por no decir ninguno, por la formación profesional de los obreros. Debido a ello, algunos sindicatos y asociaciones de trabajadores de signo socialista empiezan a preocuparse y solicitan del Estado una mayor atención a la formación profesional. Creyendo que esto no es suficiente toman la iniciativa y empiezan a organizar pequeñas escuelas para la formación profesional de sus propios militantes. Se instalan, generalmente, en las populares casas del pueblo.

Se dice que la  “joya de la corona” de estos centros obreros fue, sin lugar a dudas, la Casa del Pueblo de Madrid, que estuvo situada en el numero 2 de la madrileña calle Piamonte, dando sus fachadas a las calles de Góngora y Gravina. Se la conocía como “El Palacio del Pueblo” o “Palacio de los Obreros”. Antes de  convertirse en la Casa del Pueblo de Madrid había sido un suntuoso e histórico palacio, con su huerta y su jardín. El día 2 de julio de 1907, se firma, ante el notario la escritura de compra-venta; en esta fecha era propietario del palacio don Jaime Roca de Togores, decimoséptimo  Duque de Béjar. Cuando los obreros madrileños inauguraron la Casa del Pueblo se dijo de ellos que se estaban aburguesando al procurarse una propiedad. Vaya sorpresa que se iban a llevar estos críticos cuando llegaran a enterarse que también se compraría un automóvil.

Después de un año de reformas, en las que se llegan a invertir casi tanto dinero como en la compra (300.000 pesetas), se inaugura el Centro, el sábado 28 de septiembre de 1908. Sería en este Centro Obrero donde, dos años más tarde, empieza a funcionar  una Escuela de Chóferes. ¿Fue esta la primera autoescuela de Madrid?

Los cocheros madrileños, en la primera década del siglo XX, ya están convencidos del auge que, en Madrid, va teniendo el uso de los automóviles. Son conscientes de que  estos artefactos van a herir de muerte a su oficio. Sus dirigentes tienen visión de futuro e intuyen que la solución está en adelantarse y evolucionar a la par del progreso; por este motivo, se ponen a trabajar para fundar una Escuela Práctica de Conductores de Automóviles. ¡Había llegado la hora de la reconversión de los cocheros de Madrid!

Para llevar a buen fin la iniciativa, “La Sociedad La Unión de Cocheros” nombra una comisión organizadora para la nueva Escuela. Ésta la componen:  D. Eduardo Álvarez, D. Joaquín Villar, D. Baltasar de Sanrigoberto y D. Miguel González. Tienen  la misión, en plazo relativamente breve, de poner a todos los cocheros socios de la Unión en condiciones de manejar un automóvil con la misma pericia que hasta el momento vienen guiando un tronco de briosos caballos por las intrincadas calles de la Villa.

La idea no surge de un día para otro, sino que se viene gestando de  tiempo atrás, casi desde 1906,  pero como la sociedad no recibe ningún tipo de ayuda oficial para tal menester se ha venido retrasando hasta que se ha podido comprar un  primer automóvil de 24 caballos poco menos que inservible y que les ha costado 500 pesetas más 1.750 que se han  gastado en arreglarlo hasta poder dejarlo en condiciones de servir para la enseñanza. Los comisionados confían en que sus consocios sabrán sacar partido del esfuerzo de la sociedad.

La Escuela se pone en marcha en los primeros días del mes de marzo de 1910 y perdura hasta 1913. La prensa del momento se hizo eco de la inauguración de esta primera Escuela práctica para futuros conductores de automóviles. Era una noticia digna de ser aireada y, en el acto de inauguración, se puso de  relieve la trascendencia que para los cocheros significaba la creación  de esta Escuela. Todos los asistentes hicieron votos para que en corto espacio de tiempo hubiera un buen plantel de cocheros-chauffeurs en Madrid.

 La Unión de Cocheros, de la que dependía esta Escuela, era una Sociedad de Obreros con empuje, imaginación e iniciativa. Tiempo  mas tarde de la puesta en marcha de la Escuela se embarca en otra empresa que, en definitiva, también redundaría en beneficio para sus asociados. Fue la compra de la sociedad González Gómez y Compañía, que, en el ramo de coches y automóviles, era, en esa época, la primera empresa de Madrid y quizás la primera de España.. 



Esta Sociedad era dueña de carruajes, caballos, guarniciones, libreas y demás útiles y efectos, así como de lo coches y accesorios dedicados a la industria de alquiladores de carruajes de lujo. También lo era de la maquinaria, herramientas, útiles, material de taller para reparación y de la concesión de la casa de automóviles.

 La Sociedad de Obreros La Unión de Cocheros de Madrid, después de largas negociaciones, entró a formar parte de la titularidad, dirección y gestión de la citada empresa. El capital que los obreros debían de amortizar y que saldría del esfuerzo de su trabajo se tasó en dos millones y medio de pesetas. Dos años después algunos asociados pretendieron dirimir en un Juzgado de Madrid algunas cuestiones contra su Junta directiva. Los desacuerdos entre asociados y dirigentes suelen dirimirse con frecuencia en los juzgados; siempre han pasado y seguirán pasando.




jueves, 6 de marzo de 2014

SEIS MONJES QUE QUISIERON SER "CHAUFFEURS" EN EL 1906


Allá por el año 1906, seis monjes del Asilo del monte San Bernardo decidieron, y es de suponer que con el permiso de sus superiores, "apuntarse" a una autoescuela. ¿Quién se lo hubiera dicho al santo varón  Bernardo de Menthon cuando fundó el asilo?

Escarbemos un poco en la historia. En la vertiente sur  de Los Alpes, entre el valle italiano de Aosta y el del Alto Ródano en Suiza hay un collado por donde se puede pasar de Suiza a Italia y viciversa.  Dicen de este paso de montaña, situado a 2.473 metros de altura, que hay evidencias de su uso desde la Edad del Bronce. Es el puerto más antiguo a través de los Alpes occidentales. Por allí dicen que pasó Anibal con sus elefantes, aunque esta afirmación  no está exenta de controversia. Los datos facilitados por los historiadores Polibio y Tito Livio son muy imprecisos. Los expertos apuntan hasta seis pasos por donde pudo pasar y entre ellos está el Pequeño San Bernardo.

También se dice que lo atravesó Julio Cesar con cinco legiones. Hay restos supervivientes de una calzada romana. En la época del gran Imperio Romano,  el Gran San Bernardo, que por entonces no se llamaba así, fue un paso bastante frecuentado por donde transitaban principalmente soldados camino de la Galia.


Napoleón lo atravesó, en el 1800,  camino de Italia con 46.000 hombres. Muchos de ellos murieron en el intento.

En fechas más recientes fue el mítico español Federico Martín Bahamontes el que, a lomos de su bicicleta, pasó el primero por ese puerto disputando el Tour de Francia de 1966


El estrecho  camino sobre el Summus Poeninus, como se llamaba entonces, fue ensanchado  por el Emperador Claudius en el año 43. La ruta ya mejorada permitía el paso de los  carros romanos  y se convirtió en un camino imperial. La montaña se renombro “Mons Jovis” en honor a Júpiter. Con el paso del tiempo y no existiendo ya el dominio de Roma,  el tránsito fue disminuyendo. Los pocos que se atrevían a cruzarlo, no solo corrían el riesgo derivado de la dura climatología, sino el de ser atacados por tríbus de la zona.
En el Medievo, a pesar de los continuos ataques de los ladrones a viajeros y peregrinos, el paso recobra algo del protagonismo que tuvo y  Bernardo de Menthon, en el 1045, promueve la construcción de un hospicio en el puerto, gestionado por una congregación de monjes cuya misión era rescatar, ayudar y proteger a los numerosos viajeros, entre ellos, los peregrinos, que recorrían la Via Francigena. 




Auxiliaron  a caminantes fatigados y rescataron a muchos que se habían perdido en las tormentas o que habían sido atrapados por las avalanchas. A la muerte de Bernardo, varias generaciones de monjes siguieron su ejemplo. Entrenaron y se sirvieron durante siglos de los famosos perros San Bernardo en las operaciones de rescate. Con el paso de los años el Monasterio creció y cada año era mayor el número de viajeros rescatados de la nieve y salvados por aquellos monjes. Ya en el siglo XVI, el paso y el Monasterio tomaron el nombre de San Bernardo.


En el 1892, se abrió la carretera transitable actual en la vertiente suiza; la de la vertiente italiana tuvo que esperar hasta el 1905. Y fue al año siguiente cuando seis de aquellos monjes  salen  del Monasterio para desplazarse hasta  Milán con la intención de aprender a conducir automóviles en una Escuela de Chauffeurs. La noticia llega hasta España y alguna prensa de la época lo da a conocer como un hecho noticiable. Esto responde, decía la prensa, a que el legendario Asilo se ha provisto de coches automóviles especialmente construidos para marchar sobre hielo y nieve y que se utilizarán para transportar a los viajeros y excursionistas recogidos en la montaña. Los coches, al parecer, se habían ensayado con resultados excelentes. Era el momento de dar descanso a los famosos perros San Bernardo.