domingo, 12 de marzo de 2017

UNAS LEYES RECTRICTIVAS Y UNA CARRERA POPULAR Y CENTENARIA

Lo automóviles no han gozado siempre de un gran prestigio, ni han tenido una gran aceptación.



Cuando hicieron su aparición en Gran Bretaña allá por los años finales del siglo XIX no fueron bien vistos ni por el poderoso e incipiente lobby de los ferrocarriles británicos, ni por los interesados en el transporte mediante vehículos de tracción animal.

Ciertos señores con espíritu comercial se alían comercialmente  y tienden unos raíles entre Stockton y Darling, poblaciones que tienen el alto honor de ser las primeras unidas por un tren movido por una máquina de vapor. El 27 de septiembre de 1825, se inauguraba la que pasa por ser primera línea ferroviaria en Inglaterra. En un principio tan solo transportaba mercancías, en especial carbón. También transportaron pasajeros, aunque estos utilizan generalmente la tracción animal.

Aquel tren hacia un recorrido de unos cuarenta kilómetros, distancia que separa estas dos poblaciones a la vertiginosa velocidad de unos treinta y dos kilómetros por hora con  el vaivén y el ruido  que producía aquel amasijo de hierros y madera.
Mientras unos británicos de cabellos rubios se aliaban para poner negros, con el humo de sus locomotoras, a sus compatriotas, no era chocante que otros, igual de rubios y tan británicos como ellos, se ocuparan de  promocionar el transporte por carretera mediante vehículos a vapor.

El inventor y emprendedor Walter Hancock, se hizo en pocos años con una flota de diez autobuses con «caldera», con los cuales estableció un servicio regular de viajeros entre Londres y Straford que mantuvo desde 1.829 a 1.836. Cada uno de aquellos armatostes podía transportaba 22 pasajeros, a velocidades de 30 km./h., en medio de nubes de polvo, causando el pasmo y el terror de cuantas mujeres, ancianos y niños le veían pasar.



Ante el éxito que iba teniendo el transporte por carretera, los empresarios creyeron que su negocio peligraba y empezaron a estudiar la forma en que podían ejercer la presión necesaria para frenar el auge de crecimiento de estos vehículos. 

No tardó en producirse el primer accidente con víctimas ocasionado por un autobús a vapor en el trayecto Paisley-Glasgow, y  que no provocó muchos lios por no existir aun el seguro sobre accidentes. Era la ocasión que esperaba el lobby para ejercer su presión. El Parlamento inglés votó en 1861 la curiosa ley de las «Locomotives Acts» que ralentizó toda la actividad automovilística.

 Aquellas leyes imponían grandes restricciones al uso del automóvil, como aquella, “The Locomotive Act”, que se promulgó en 1865 y que llegó a ser conocida por la Ley de la Bandera Roja. Establecía que en todo vehículo propulsado por vapor o  cualquier otra potencia que no sea animal debía emplearse una dotación de, al menos, tres personas para gobernarlo cuando  circulara por una carretera o cualquier otra vía pública.

La norma ordenaba, además, que una de estas personas de la obligada dotación, en llegando a un lugar poblado, deberá ir a pie por delante del mismo a no menos de sesenta yardas, unos cincuenta metros, portando una bandera roja de manera visible, y advertirá a los jinetes, conductores de caballos y peatones pasmados del peligro que se les venía encima.

No terminaban aquí las extravagancias y cortapisas de aquella ley. No será lícito, decía, conducir tales  vehículos a lo largo de cualquier carretera a una velocidad mayor de cuatro millas por hora, cerca de seis kilómetros y medio, o a través de cualquier ciudad, o aldea a una velocidad mayor que dos millas por hora, poco más de dos kilómetros por hora.



Este absurdo de ley era debido, en gran parte, a  la presión que ejercía el principal lobby ingles que veía al automóvil como un peligro para sus propios intereses. Hizo que equipararan los automóviles con las apisonadoras mecánicas.

Una nueva ley promulgada en 1896, y que entró en vigor en noviembre del mismo año, derogó aquellas estrictas normas. A partir de entonces se permitió, sin tantas cortapisas, la circulación de los automóviles por las rutas inglesas, a condición de que no marcharan a más de 19 kilómetros por hora.

A los pocos años, los automovilistas ingleses empezaron a conmemorar el aniversario de este acontecimiento, “la emancipación de los automovilistas ingleses”, con una carrera de automóviles antiguos entre Londres y Brighton. 



La popularidad de esta carrera ha crecido con los años. Este pasado mes de noviembre se ha celebrado el 120 aniversario. Cualquiera puede participar, solo con la condición de que el vehículo haya sido construido antes del 1 de enero de 1905.

La  Ley de Automóviles 1903 (Motor Car Act. 1903) elevó el límite de velocidad a 20 millas por hora (32 km/h). En su artículo 3 se exigió que los conductores de automóviles tuvieran licencia a partir del 1 de enero de 1904.


 Tanto  ésta Ley como la anterior de 1896 fueron derogadas por La Ley de Tráfico. 1930 (The Road Traffic Act de 1930). Ésta no puso límites de velocidad para los automóviles de hasta siete plazas. Los únicos que tenían que respetar, los determinados e impuestos por las señales de tráfico.