El aprendizaje de un “chaufeur”
de autobús en la ciudad de Berlín en 1925.
La experiencia ha venido
demostrando que no es fácil guiar un autobús en las grandes ciudades. Siempre
han sido enormes y corpulentas masas avanzando por angostas y sinuosas calles. Son
como elefantes a los que se les exige la agilidad del ciervo. Y la verdad es
que lo consiguen gracias a las hábiles manos de sus conductores y, cada día más,
conductoras.
Las autoridades de Berlín, en la
segunda década del siglo XX, no contentas con regular casi militarmente la
circulación urbana crearon una verdadera
autoescuela para instruir de manera específica a los conductores de
autobuses. Los alumnos matriculados en la escuela oficial podían tener
conocimientos previos sobre el manejo del automóvil, pero no por ello estaban exentos de los aprendizajes específicos necesarios
para conducir un autobús por Berlín. Una cosa era ser “chauffeur” y otra
“chauffeur” de autobús.
En la escuela oficial de Berlín
se impartían clases de teórica y práctica. En la teórica se explicaba, de forma sencilla, cada una de las piezas de que estaban compuestos aquellos autobuses de
principio del siglo XX. Se hacía especial hincapié en el motor. Uno de los
objetivos de aquellos cursos era formar buenos mecánicos. Era importante que el
conductor además de conducir
correctamente el vehículo, conociese lo más esencial del motor del vehículo que
manejaba.
La instrucción teórica no era lo
que más motivaba a los futuros conductores (pasa también ahora), pero el
aspecto de una de aquellas aulas durante la explicación técnica, no deja de ser
curioso. Los alumnos asistían a las clases uniformados con sus trajes de hule mate, sus
gorras de plato y su grueso calzado. Mantenían la compostura y la fijeza de atención de
alumnos aplicados que quieren aprovechar el tiempo. Sus profesores, a la vez, procuran
dar a sus explicaciones la forma más sencilla, sin omitir nada de lo que exige
una buena enseñanza teórica. De esta manera, estos conductores llegan a conocer
bien lo que es un autobús. Bien es verdad que, como decía un articulista de la
época, estos alumnos son alemanes, y como
todos los estudiantes de las más diversas disciplinas están acostumbrados a
aplicar toda su voluntad y a enterarse bien.
Pero como
todos sabemos, de poco sirve conocer la teoría de cómo se frena un autobús, cómo
se ha de tomar una curva, cómo funcionan las diversas partes de que se
compone su motor y, además saber armarlas y desarmarlas como el mejor mecánico, si estos conocimientos
no se llegaran a complementar con las prácticas. Todo profesor sabe que la teoría debe incardinarse con la práctica para que no sea algo inútil y la que la práctica debe estar guiada por la teoría para que aquella no sea ciega.
En la zona de prácticas de la referida
escuela berlinesa se aprende desde lo más elemental hasta lo más complicado. Las
pistas de aprendizaje están marcadas con banderas, postes o planchas. Practican
la manera más idenea de tomar una curva con seguridad. También hacen ejercicios
de aceleración y frenada sobre
pavimentos deslizantes para cuando sea necesario hacerlo en caso de hielo,
lluvia o nieve.
Los profesores, durante las clases, dan numerosas advertencias para graduar la velocidad y, sobre todo, la frenada.
Quieren que sean rápidos, y muy precisos
en caso de peligro. Estos conductores necesitan aprender el medio de salvar la
vida del peatón sin comprometer demasiado
la seguridad de sus viajeros.
En la enseñanza de los
conductores berlineses se utilizan también procedimientos semejantes a los
pilotos de aeroplanos. Para medir la serenidad, la capacidad de resistencia y
sobre todo la rapidez y firmeza de manos y pies que exige la misión de manejar
estos vehículos, hay medios ya conocidos, por los cuales fácilmente pueden ser
eliminados los incapaces. A esta escuela casi todos los que acuden ya tienen alguna práctica, pero aún así es necesario eliminar a más de uno para
seleccionar a los mejores. Es preciso, piensan sus responsables, que para
manejar uno de estos monstruos que suponen una amenaza para los peatones en las
calles de la gran ciudad se haya demostrado tener condiciones que equivaldrán a
otras tantas garantías. Aunque, por perfecta que sea la escuela, el peligro de
accidente no desaparece y harían muy bien los peatones en redoblar su vigilancia al caminar por las calles
berlinesas.