Allá por el año 1905, en el periódico el HERALDO DE ALCOY, se publicó
como noticia el siguiente evento:
La multimillonaria viuda del célebre Cornelius
Vanderbilt acaba de quitarse el luto, y naturalmente, se ha quitado el dolor
también. Inmediatamente ha creído necesario demostrar a la alta sociedad
neoyorkina que su buen humor sobrevive, y ha organizado en su hotel una fiesta
original. Todos los invitados asistieron vestidos de “chauffeurs” y
“chauffeuses”. Se llevó a tal extremo el rigor que las damas cubrían sus bellos
ojos con esas malditas antiparras automovilistas que parecen invención de un
bizco malhumorado. (…) todo el mundo salió de la fiesta en su automóvil.
El término chauffeur
se había impuesto en el mundo entero y el de chuaffeuse empezaba a utilizarse.
Así llamaban a las primeras mujeres, que desafiando los prejuicios de
aquella sociedad, se atrevieron a ponerse a los mandos de un automóvil. La
feminización del nombre (chauffeuse) comienza a ser usual por parte de la mujer,
sin embargo, plantea la burla de algunos periodistas y de otros sectores de la
sociedad.
A
finales del siglo XIX, varias mujeres parisinas solicitaron autorización para
ser cocheras. Las examinaron de teoría y de práctica. Ninguna pudo ejercer la
profesión por no haber aprobado. Las parisinas no cejaron en su empeño y en 1907 quisieron ejercer de chauffeuse y… lo consiguieron.
Por
aquella época la prensa nos cuenta que entre los chauffeurs y chauffeuses de
Berlín existe gran tirantez y que hasta la policía ha tomado sus precauciones
para que no lleguen a las manos. El motivo no era otro que la decisión de un
grupo de mujeres berlinesas de ganarse
la vida ejerciendo también de chauffeuse o
como diríamos en español, choferesa, mujer que, por oficio, conduce un automóvil.
Cuando los chauffeurs berlineses se enteraron, pusieron el grito en el cielo
porque, según ellos, estas mujeres les dejarían sin trabajo. Pronto convocan
una reunión para ver la manera de defenderse de aquellas féminas. Las futuras
choferesas de Berlin no se amilanan por
ello y celebran su cónclave para discutir el modo de salirse con la suya.
La mujer chauffeuse preocupa, crea animosidad y
altera las reglas de representación de la identidad del hombre. También es un
paso para emanciparse. La mujer vive con el
automóvil un nuevo concepto de la movilidad.
La mujer al volante, y en posesión de un automóvil, mantiene la
posibilidad de salir del papel que le han venido asignando.
La mayoría de la sociedad europea de
aquel entonces considera que la mujer no debe conducir un automóvil por oficio.
Ni por oficio ni por diversión. Esta actividad, argumentaban, no es propia de
una mujer. Es una tarea sólo para hombres. Así era aquella sociedad en las
primeras décadas del siglo XX. Einstein dejó dicho: Es más fácil desintegrar un
átomo que un prejuicio. Y aquella sociedad tenía muchos.
En
el esquema social de aquellos años, la mujer está sujeta al hombre, depende de
sus acciones. Los movimientos feministas siguen siendo pocos, y la legislación
no apoya a la mujer, no coloca a ambos
sexos en igualdad de condiciones. La mujer, por ejemplo, no tiene derecho a votar. El hombre monopoliza
el salario. Es el cabeza de familia que regula y controla el patrimonio
familiar hasta su muerte. La aparición del automóvil no elimina esta situación. Las normas siguen siendo las mismas, pero se inician,
aunque tímidamente y en círculos muy reducidos, algunos movimientos contrarios
a la función social que viene desarrollando la mujer.
El automovilismo era exclusivo del
hombre, bueno, de algunos hombres afortunados como duques, marqueses y
banqueros. El privilegio del uso del automóvil se lo repartían entre la parte
masculina de la nobleza y la nueva y poderosa burguesía. Pocas mujeres tenían
cabida en aquel entorno. No obstante la
mujer fue abriendo su espacio, aunque de una manera lenta y poco a poco.
Primero aparecieron como pasajeras,
más tarde como espectadoras de lo que hacía sus maridos con los coches. Con el
auge de la industrialización y la
comercialización, la mujer posa junto a sus cónyuges, eso sí, siempre por el bien de la firma. En poco tiempo, los publicistas reclaman su presencia para
que aparezcan junto a esta o aquella marca.
De
acuerdo a la condición social, sus relaciones personales y su voluntad de emancipación,
la mujer alcanza diferentes grados en su relación con el automóvil:
espectadoras, pasajeras y prestando su imagen para alguna marca. Es así como se van introduciendo en aquel “mundillo”.
Acceden a él en diferentes etapas y a través de diversas funciones
y en diversos grados.
Fueron varias las féminas que, no conformes con el papel que el hombre
quería asignarles, decidieron participar en aquel cerrado mundo del automóvil
de manera activa y por iniciativa propia.
Aquellas
pioneras se sublevaron contra las
normas, las costumbres y los prejuicios y lucharon para cambiar el rol que le había asignado aquella sociedad
masculina e intransigente en la que les tocó vivir. Empezaron a conducir
automóviles, a participar y competir con el hombre en las pruebas
automovilísticas que se convocaban. Las mujeres que intentaron manejar uno de aquellos automóviles de finales del siglo XIX y principios delo
XX representaban un movimiento de
liberación, un espíritu de modernidad y un total desacuerdo con los valores
tradicionales. Hay que
decir que la revolución del automóvil viene cuando la mujer empieza a
conducir.
Tres fueron las mujeres que, a finales del siglo
XIX y principios XX, se significaron por querer igualarse a los hombres en el
manejo de aquellos vehículos: la duquesa de Uzés, la baronesa Helène Zuylen von
Nievelt y Camille du Gast.
LA DUQUESA DE UZÈS
Fue la primera mujer, junto con Camille
du Gast que consiguió obtener, allá por
el año 1897, un permiso equivalente
a la licencia de conducir. La duquesa fue también la primera mujer a la se
impuso una multa por exceso de velocidad. Por esta infracción tuvo que comparecer
en el juzgado de guardia.
Quedó
viuda después de tan sólo 10 años de matrimonio. A partir de entonces fue una mujer independiente económicamente y
socialmente y dirigió su vida y sus hazañas
a su antojo. Murió con 86 años.
Como
no la quisieron admitir en aquel círculo cerrado del Automibile Club de France, fundó en 1926, salvando todos los obstáculos el
Automovil Club de Francia de la Mujer y se convirtió en su presidenta.
LA BARONEZA ZUYLEN
La
baronesa Hélène van Zuylen van Nijevelt formaba parte de la la
jet de Paris. Pertenecía a una prominente
familia de banqueros de Francia y era la esposa del primer presidente del Automóvil
Club de Francia. Fue una figura deportiva
en la vida parisina. Colaboró con su amiga, la poetisa inglesa, en cuentos y
poemas. Tomó parte en varias carreras automovilísticas: la Paris- Amsterdam, la
Paris-Berlín y la Paris-Madrid.
CAMILLE
DU GAST
Esta mujer fue una gran deportista. Practicaba esgrima,
tiro con rifle y pistola, vuelo en globo, etc. Cuando su marido compra un Peugeot
y un Panhard Levassor, ella se aficiona al automóvil y disfruta conduciéndolos.
Enviuda a los pocos años
de casarse y se convierte en una rica heredera. Fue entonces cuando dedica su
vida a la práctica del deporte, sobretodo el automovilismo. Su pasión por la
velocidad le hace participar en algunas pruebas automovilísticas. Participa en la carrera París-Berlin con el Panhard
Levassor de su marido de 20 HP y termina en el puesto 19 de su categoría y en el 33 de
la general a pesar de que competía con un automóvil que no había sido diseñado
para carreras.
Se ganó la confianza del
barón de Turckheim, dirigente de la compañía que fabricaba los automóviles De
Dietrich y la contrató como piloto de sus automóviles.
En 1903 varios modelos de la marca De Dietrich participan en
la carrera París-Madrid. Uno de aquellos modelos lo conduce Camille du Gast. Salió
en el puesto 29. A lo largo de la carrera fue adelantando a otros chauffeurs, llegando a estar en la 8ª posición cuando paró
para ayudar a otro participante que había tenido un accidente. Marcha en el puesto
44 cuando se suspende la carrera en
Burdeos a causa de los accidentes mortales habidos no solo entre los participantes sino también
entre el numeroso público que presenciaba
la carrera.
Su carrera como piloto de
automóviles se ve truncada cuando los
dirigentes del Automóvil Club de Francia prohíben a las mujeres participar en
las carreras citando como factores importantes
en su decisión "nerviosismo femenino" y el temor de que una mujer
pueda sufrir lesiones graves. Du Gast protesta esta decisión pero no consigue
nada. Su espíritu combativo hace que
cambie a otro tipo de competición: las carreras de lanchas motoras.
Camille du Gast, admirada por unos y odiada a otros, no
dejó indiferente a nadie. Gordon Bennett, editor del New York Herald, llegó a describirla, debido a su perfil
multideportivo, como la mejor deportista de todos los tiempos.