(I)
Ayer me encontré con mi vecino en una cafetería que ambos frecuentamos. Y ante dos tazas de oloroso café matutino me contó sus vivencias con el nuevo coche, un híbrido de gama alta.
El tema lo saqué yo al preguntarle por su nueva adquisición. Su plaza de parking es
contigua a la mía, y por eso sabia lo del coche nuevo. Ante mi pregunta y las
ganas que tenía de explayarse con alguien capaz de escucharlo, y él sabía que
yo lo era, se repantigó en la silla y empezó a largar:
—
Como bien sabes, hasta hace dos días tenía un Ford Fiesta cuyas prestaciones
eran más o menos tan básicas como las mías, como conductor. Pero eso sí, solo
he tenido un accidente serio, y ya han pasado muchos años.
—
Es bueno tener habilidades al volante, pero es mejor tener sentido común, y tú
de eso vas sobrado —le contesté.
—
Sí, pero en aquella ocasión no me sobró nada, más bien lo contrario.
— Si, pero
aquello ya lo tienes olvidado y superado —le contesté.
—
Si, si, pero déjame que te explique: yo quería cambiar mi coche por otro, un poco mejor y más moderno, pero me
he dejado llevar por recomendaciones de cuñados, amigos y entendidos. Y es así
que cada vez que salía de un concesionario ya me habían convencido de lo bueno que era aquella otra prestación. A
más y mejores prestaciones, como bien sabes, más caro y …también más grande.
—
Y más seguridad — añadí yo.
Por el gesto que hizo no creo que lo convenciera. El uso de los sistemas de asistencia, a día de hoy, todavía
no está tan consolidado como sería deseable. Según un estudio del Social Sciences and Humanities Research Council de
Canadá (SSHRC), el 67% de los conductores no recurre a los
ADAS por sí
mismos, salvo que estos estén programados de forma automática. Y aún así muchos
conductores los desactivan.
— Sí, todo lo que
tú quieras, pero hace dos días que lo tengo y ya estoy arrepentido. Mucho coche
para mí. Muchos sistemas ADAS, demasiados.
— Pero, ¿cuál
es el problema para que estés arrepentido? — le pregunté — Yo veo que es un
buen coche, con unas prestaciones excelentes por lo que yo sé.
— Verás, te
cuento: he comprado uno de esos que llaman híbrido. Es también automático.
— Eso ya es
más que suficiente para que no estés arrepentido — le contesté.
— Sí, pero el
vehículo no deja de reivindicar su sistema inteligente cuando no me acuerdo de
desactivarlo. Y eso me cabrea y me pone nervioso. Yo creo que hasta
me lanza improperios.
—
Pero no debes hacerlo. Son sistemas, ADAS, que te ayudan a desplazarte con más
seguridad.
— Si, pero es un “coñazo”. Caen unas gotas y el
limpiaparabrisas que se pone en marcha. Me da un pitido y un “volantazo” si me
aproximo más de la cuenta al borde de la calzada. De noche, él solito, quita y
pone las largas. No puedo
adelantar si no le doy al intermitente. En las callejuelas estrechas se
ralentiza, me guste o no, y salta una alarma. Si aprieto un botón del volante,
se acelera hasta justo lo legalmente permitido. Hay veces que incluso habla,
pero ni lo entiendo. Hace todo lo que puede para mantenerme en tensión y a
veces hasta me distraigo, esperando qué será lo siguiente que hará.
—
Pero llegarás a acostumbrarte y, como te he dicho, te desplazarás más seguro.
Has hecho una buena adquisición. Por lo que
me cuentas lleva un buen numero de ADAS y eso siempre es seguridad.
— Pero déjame que te haga dos reflexiones de mi propia cosecha: una, la
DGT podría autorizarle a conducir solo. Yo no le hago falta para nada, incluso
creo que le incordio.
—
Eso llegará, pero ni tú ni yo lo veremos. Para la conducción autónoma faltan
aún unos cuántos años. Otro día que coincidamos, tú me invitas a un café y yo
te cuento hasta donde llegan mis conocimientos sobre la conducción autónoma.
Pagué los cafés, salimos, y ya en la calle nos
despedimos deseándonos mutuamente un buen día.
¡¡¡ Qué lejos nos queda la formación vial !!!