Relato
La mujer de los años veinte en una academia de
enseñanza automovilística o, como diríamos hoy, en una autoescuela
En los años veinte
no es frecuente, en España, ver una mujer
al volante de un automóvil. Por eso la silueta femenina encerrada en la carrocería de un automóvil de bonito diseño y manejando sus mandos con pericia despierta,
no sólo, la atención de la gente, sino el comentario. En unos casos es un
comentario de admiración y en otros, la
mayoría, un comentario mordaz y duro, propio de gente que no acepta los avances
de la mujer en esta sociedad de principios del siglo XX. Incluso el peatón más
indiferente no se resiste a echar, con disimulo, una ojeada a la mujer que guía
un automóvil con una pericia que nada tiene que envidiar al mejor y más experto chauffeur de la época.
No son muchas las mujeres que conducen
un automóvil por las calles de Madrid en estas dos primeras décadas del siglo XX. A finales de la segunda, en 1928, parece que no pasan de una docena. Al ser pocas, su
paso por cualquier calle guiando un automóvil llama más la atención. En el año
siguiente ya superan con creces las trescientas. Algunos datos dicen que
tenemos en Madrid 334 féminas con
“carnet” de conducir.
La autonomía de la mujer al volante
empieza a ser una realidad y, en algunas parejas, conducir un automóvil no
es impedimento para una buena armonía conyugal, aunque la mayoría de las que se
atreven a circular a la velocidad de
“vértigo” de esta época son solteras. Y podemos añadir que además son guapas. Y
no es porque la belleza sea una condición ineludible para obtener el permiso de
conducir. Es que el automóvil, dicen los entusiastas, es un aditamento de
belleza. No es frecuente ver, en estos tiempos, una mujer fea al volante de uno
de estos bellos cacharros. Con independencia de si son feas o bellas, lo cierto
es que todas son lo suficientemente ricas,
ellas o su familia, para poder pagar el permiso de conducir y comprar un
automóvil.
Tenía yo, por aquellos días, intención
de escribir sobre las “muchachas de los automóviles” y para documentarme pensé
que lo mejor sería visitar una academia
de enseñanza automovilística. , ¿Pero cuál de ellas? No conozco ninguna, entre
otras razones porque no tengo “carnet de
chauffeur” y no lo tengo porque mis
posibles económicos están muy lejos de los necesarios para disponer de uno de
esos bellos caharros.
Recurro a la prensa a ver si han
insertado algún anuncio de una escuela de “chauffeurs”. Encuentro alguna,
aunque no hay mucho donde elegir.
En el primer periódico que hojeo me
tropiezo con la “ACADEMIA AMERICACANA DE
AUTOMOVILISMO”; está situada en la calle General Pardiñas. Su publicidad
dice que es la más acreditada y que tienen profesores de ambos sexos. Este
detalle me gusta. No obstante, sigo buscando y encuentro otra: “REAL ESCUELA DE AUTOMOVILISMO ALFONSO XII”.
Su publicidad dice que garaje y talleres los tiene en la calle Ayala. Dice
también que hacen grandes rebajas en los precios. ¿No me dirán que no le han
puesto nombres rimbombantes a sus academias?
No me desanimo, sigo buscando y
encuentro: Talleres en Santa Engracia nº
4, frente a plaza Santa Bárbara. Enseñanza conducción y mecánica en Hispano,
Citroën, Ford y otras marcas. Dicen tener motocicletas y bicicletas.
Hay una Escuela de Chauffeurs en la
que imparten clases de 9 a 11 de la noche para obreros. Dan facilidades de pago para la matricula y
tienen hasta un internado para los de provincias. Supongo que serán obreros que
quieren cambiar de oficio y emplearse como “chauffers”. Tiene las oficinas en
la calle Atocha y se autodenomina Centro de Automovilismo
Empezaba a desanimarme, cuando evoco una
imagen difusa en mi memoria. Paseando por la calle de
Bravo Murillo, recuerdo haber visto una de estas escuelas automovilísticas.
Indago y me dicen que hay una en el numero 126. Efectivamente, la Escuela de Chófers
ZACARIAS se encuentra en dicha calle. Decido
hacer una visita a esta escuela. Son dos los motivos de mi decisión: el primero
porque vivo en la calle Jaén, muy cerca de esta escuela y el segundo, porque tiene un nombre más
corriente y menos rimbombante que las otras. A mi me gusta lo sencillo.
Dejo pasar unos días
y, una mañana fría del mes de marzo, me acerco hasta Bravo Murillo, 126 a
visitar al señor Zacarías, a la sazón, director de la escuela de chófer de su
mismo nombre. Su opinión técnica sobre las mujeres que pasan por su escuela
para aprender a conducir supongo que deber ser una de las más indicadas para
documentarme y poder escribir con cierto conocimiento de causa.
Después de los consabidos saludos y
las presentaciones de rigor le pregunto al señor Zacarias:
─ ¿Tiene muchas alumnas?
─ Bastantes ─ contestó el director ─. La
afición de la mujer por el automóvil es cada día mayor y su deseo de igualar
e incluso superar cualquier acción
llevada a cabo por el hombre es un elemento eficacísimo para aumentar el
crecimiento del uso del automóvil por parte de la mujer.
─ A usted le viene bien esta eterna superación femenina.
─ Sí, así es─ me replicó muy convencido.
─ Pero dígame: ¿aprenden pronto?
¿Son miedosas?
─ Son rápidas en su aprendizaje.
Por lo general, diría yo, son más audaces y atrevidas que los hombres. Al menos
las que vienen a mi escuela.
─ Este arrojo y esta osadía, ¿no
hacen que sean más peligrosas con un volante entre sus manos?─ Le objeté desde mi ignorancia.
─ No. Son así al principio. Luego,
a medida que van aprendiendo se vuelven
más prudentes. Ya sabe usted, pronto aparece ese instinto de prudencia y
delicadeza que tiene la mujer para hacer algo y pueden llegar a manejar el automóvil
con más destreza que muchos hombres y con mucha más prudencia.
Le pido poder hablar con alguna de las
chicas que asisten a las clases en aquel momento. Una de ellas se presta encantada a contestar a cualquier
pregunta que se le haga sobre los automóviles.
─ ¿Tiene usted mucha afición a esto de los automóviles, señorita?
─ Por ahora, si. Pero piense que
estoy en el semestre del automóvil.
─ ¡Ah! No sabía que a esta
academia se viene por temporadas.
─ Bueno…déjeme que le explique,
porque yo hablo de mi caso. Llevo dos
meses de pedirle el auto a papá. Aquí en la academia estaré otros dos meses más
para mi aprendizaje. Y, cuando ya tenga
el “carnet”, estaré otros dos meses más en los que no haré otra cosa que
conducir por Madrid y sus alrededores el veloz auto que me ha comprado papá. Entonces habré completado mi semestre
automovilístico. Hay otras compañeras que están en su trimestre
automovilístico…
Es una chica muy vivaracha y locuaz.
He de interrumpirla para seguir con mis
preguntas.
─ ¿Prefieres coches grandes o
pequeños?
─ Desde luego, coches pequeños,
tipo roadster.
─ ¡Ah! ─ Debió percibir mi expresión de ignorancia supina e
intentó instruirme.
─ Sí, hombre. Esos que, en pocas
ocasiones, se ven por las calles con carrocería descapotable y que son de dos
plazas, aunque en algunos se pueden ampliar a cuatro.
─ ¡Ya! Alguno sí que he visto ─ contesté para no quedar mal.
─ Mi papá me ha comprado uno de
estos. Un buick roasdter sport modelo 54.Veloz, ligero y muy fácil de manejar.
Está provisto de potentes frenos a las cuatro ruedas. Dispone de filtros de
gasolina y aceite y, también de un depurador de aire y no digamos de la potencia
que le proporcionan sus cuatro…
─ Muy bien señorita, muy bien ─ le dije interrumpiendo su brillante exposición ─, pero ¿puedo
seguir preguntándole?
Mi interrupción,
aunque hecha con toda la amabilidad de la que soy capaz, intuyo que no le agrada, pero yo iba a lo que
iba.
─ ¿Cómo se lo pasa en las clases
de esta academia mientras aprende a conducir?─
Continuo preguntando.
─ Depende ─ me contesta muy seria y yo diría que hasta contrariada.
─ ¿De qué depende? ¿Me lo quiere explicar?
─ Me aburren las lecciones que
corresponden a la parte teórica. Ya sabe…eso de la mecánica, la legislación,
etc. Pero me divierto con las lecciones del manejo del automóvil. Me encanta
conducir. De hecho ya he ido con mi roadster
hasta la Universidad de Alcalá.
─ ¿Cómo? Pero si aún no tiene el carnet. ¿Tanto le interesan los monumentos
de Alcalá?
─ No. Por ahora me interesa mi coche y vino mi novio de copiloto que es
un hacha en esto del volante.
Veo que su espíritu de
colaboración ha terminado, posiblemente muy contrariada por haberla
interrumpido, y decido dar por terminada la entrevista.
─ Gracias señorita por su colaboración y le deseo que pronto obtenga su
carnet.
Guardo mis notas, me
despido del señor Zacarías, a la vez que le agradezco su colaboración y me
marcho caminado hacia mi casa. Mientras camino en dirección a mi domicilio,
pienso en aquella aspirante a conductora.
Es una evidencia que, a punto finalizar los años veinte, la
irrupción femenina, cada vez más
numerosa, en el complejo mundo del carburador, del alternador, del neumático,
del volante, en definitiva, del automóvil y del automovilismo no es una
jerigonza, ni una extravagancia, ni una rareza femenina y transitoria. Es el
avance seguro, firme, arrollador de la mujer del siglo XX. Una evolución de la mujer, una afirmación de
que cualquier fémina es capaz de hacer todo lo que pueda hacer un hombre…y
hasta mejorarlo.
Cuando tenga posibles me
apuntaré a la Escuela del señor Zacarías. Como dice la chica locuaz y vivaracha
con la que acabo de hablar debe ser una gozada conducir un roadster.