sábado, 30 de abril de 2016

AQUELLAS AUTOESCUELAS DEL SIGLO PASADO (VII)

El gasógeno y las autoescuelas en la década de los cuarenta.

Una vez finalizada la guerra civil, llegaron sus consecuencias. El tejido industrial y comercial estaba destrozado y sumido en una gran  penuria y sus efectos afectaron a todos, en especial  a las clases sociales más débiles. Por si fuera poco, en 1939 estalla la segunda guerra mundial y dura hasta 1945. España, aunque no toma parte,  sufre sus consecuencias.


Los campos, después de la contienda fratricida española, han quedado asolados, la industria está casi desaparecida, el parque de automóviles casi inservible y la industria automovilística no sólo se ha parado en seco, sino que tiene un retroceso de casi veinte años.


Los años cuarenta fueron muy duros y difíciles. Los pocos automóviles  que circulaban eran viejos y destartalados. En 1920 se matricularon 12.017 vehículos a motor y finalizando la década, en 1929 se alcanzó la espectacular cifra de 37.049 matriculaciones. Sin embargo, finalizada la guerra, y ya en 1940  fueron matriculados 10.376 vehículos y al año siguiente sólo 4.027. España necesitó catorce años para recobrar el ritmo  de matriculaciones con el que había terminado la década de los veinte. En 1953 ya se llegó hasta 37.049 matriculas.

En los primeros años de la década la gasolina era insuficiente y no se encontraban recambios para poner en marcha la mayoría de automóviles que   habían quedado inservibles durante la contienda civil. 


En los primeros años de la década la gasolina era insuficiente y no se encontraban recambios para poner en marcha la mayoría de automóviles que   habían quedado inservibles durante la contienda civil.



La vida en las ciudades era más difícil que en los pueblos. El desplome de gran parte del tejido industrial, que estaba  localizado en las zonas más urbanas, unido a la destrucción de muchas viviendas y a la escasez de alimentos hacían la vida mucho más dura  en la ciudad que en el campo. No sólo escaseaba el trabajo, sino que faltaban los alimentos más básicos. Así las cosas, mucha gente de la ciudad buscó refugio en las zonas rurales. La modernización que se había iniciado a mediados de los años veinte se retardó tres décadas.

Eran pocas las carreteras locales que estaban  asfaltadas y muchos caminos no eran aptos ni para carros. El transporte local se hacía en caballerías, carros, incluso en bicicleta. Los medios de transporte de los años cuarenta para muchos españoles de las zonas rurales eran casi los mismos que los utilizados algunos siglos antes. 



La circulación de automóviles en carreteras y calles era escasa. Los trabajadores que podían acudían al trabajo en bicicleta y los que no, se desplazaban, como decía mi abuelo, en el “Coche de San Fernando”, unos ratos a pie y otros andando. Aquella fue una década de hambre y de reconstrucción y España se fue recuperando poco a poco.

La falta de gasolina obligó en agosto de 1940 a prohibir la circulación de vehículos de más de 25 CV y como alternativa a la gasolina hubo que adoptar un aparato que se acoplaba a la parte trasera del automóvil y proporcionaba la energía necesaria para mover el motor. La energía se producía mediante una combustión de carbón vegetal, leña en algunos casos o cascaras de frutos secos sobre todo de almendra en aquellas zonas, como Mallorca donde este fruto era abundante. También se llegó a utilizar como combustible los huesos de aceituna especialmente en Andalucía.

El invento recibió el nombre de “gasógeno” y en septiembre de 1940 se publica un decreto de la Presidencia del Gobierno y en su artículo primero se declara de interés nacional,
a los efectos de la Ley de veinticuatro de octubre de de mil novecientos treinta y nueve de protección a las nuevas industrias, la fabricación de gasógenos adaptables a vehículos automóviles y motores fijos siempre que las materias que en ellas se destilen sean de producción nacional y sustituyan como carburante al petróleo y sus derivados.

La misma consideración tendrían las industrias dedicadas a la construcción de aparatos o dispositivos que permitan utilizar, en los motores de explosión, sustitutivos nacionales de cualquier clase de petróleo y sus derivados sin modifica-ción esencial de los referidos motores.

La marca más popular de gasógenos era Gasna, un empresa con centro distribuidor en Madrid y en Barcelona y servicio técnico en todo el territorio.


El artilugio fue instalado, incluso, en los coches oficiales. Los llevaban los taxis, los autocares y los camiones, incluso algún moto. Era frecuente ver a los peatones de las calles más céntricas y estrechas  de las ciudades limpiarse constantemente la nariz para quitarse el picor que les producía la gran humareda que dejaban tras de sí aquellos automóviles movidos por gasógeno.

Para recorrer una distancia de cien kilómetros se empleaban entre cinco o seis horas. Había que parar  cada cincuenta o sesenta kilómetros, bien para echar en el gasógeno un par de saquitos de cáscara de avellana o de almendra o de huesos de aceituna o de carbón menudo de los que se transportaban en la baca del coche o bien para dejarlo enfriar cuando se recalentaba en exceso y amenazaba con reventar. Cuando tenía que subir una pendiente con un desnivel considerable, los ocupantes se bajaban y el conductor los esperaba al llegar al final de la misma.

Ante un panorama como el de aquellos años, podemos imaginar cómo cual sería la situación de las escuelas de chóferes, academias de choferes o auto-escuelas como se las conocía por entonces. Fue necesario que transcurriesen algunos años para que la actividad empresarial recuperase  el ritmo de los años previos a la guerra civil. Algunos han considerado que los cuarenta fue una década perdida.

Industria Española de Gasógenos S.L, una de las múltiples firmas que comercializaba el gasógeno y sus variados combustibles propiciaba la creación de Escuelas de Conductores de gasógeno.



Algunas Escuelas de Chóferes, muy pocas, habían sobrevivido a la guerra civil y empezaron a insertar publicitad en los primeros años de aquella década. Lo hacían en las páginas de “anuncios económicos”  y con poco texto. Según el número de palabras, el precio era mayor o menor y no estaban las cosas para muchos alardes publicitarios.  



En los primeros años de la década ya se empezó a publicar manuales para la preparación de los exámenes de los distintos permisos.




A medida que avanzaba la década, la publicidad iba teniendo algo más de empaque y los anuncios ya aparecían de mayor tamaño.
















domingo, 24 de abril de 2016

AUTOMÓVILES ESPAÑOLES (I)

UN AUTOMÓVIL MALLORQUÍN


En el mes de febrero de 1908 la revista España  Automóvil anuncia el proyecto de disputar este mismo año una gran prueba de automóviles que tendrá lugar hacia el 15 de Septiembre. El circuito, de una longitud de 110 kilómetros, tendría como punto central a Palma y pasaría por ésta, Lluchmajor, Campo, Montuiri, Algaida y sería cubierto cuatro veces.




En este mismo año se estaba construyendo el ferrocarril de de Palma de Mallorca a Sóller, que debía facilitar la comunicacion entre ambas poblaciones, y el periódico el Economiste Françáis publicaba un interesante artículo del vizconde de Montureux, acerca del estado actual y del porvenir de la industria del automóvil; artículo del que hacemos notar algunos de sus párrafos:

  Hoy, en cambio, se dice que hay crisis en el automovilismo: la palabra crisis es un tanto excesiva; hay, en todo caso, como motivo del malestar, un cambio en la categoría de los compradores, habiendo pasado de la del comprador de lujo al práctico y utilitario. El primero compraba por el renombre de la marca y en muchas ocasiones por el renombre de la carrocería; elegía el modelo y lo pagaba sin chistar. El segundo paga bien también, pero discute los precios.

Y el 1 de octubre de 1908 sale de la fábrica Ford de Estados Unidos el primer Ford T.


Desde que en 1900 se había matriculado, por primera vez en España, un automóvil de la firma  Clément, propiedad de Josep Sureda del barrio de Santa Catalina de Palma hasta la fecha de la susodicha competición automovilística se habían matriculado en Mallorca cincuenta y tres automóviles.

Empezaba a surgir toda una serie de nuevos compradores y la afición por el mundo del automóvil empezó a crecer en la isla y no ha parado desde entonces, aunque tendrían que pasar muchas décadas hasta que el automóvil empezara a popularizarse y a socializarse. Pasaron décadas y lo que antaño era una curiosidad o un divertimento hoy es una necesidad y, a veces, un incordio. 

Disfrutar de un automóvil en las primeras décadas del siglo pasado era privativo de gente adinerada; el precio de los más económicos superaba las tres mil quinientas pesetas y el salario medio no superaba las tres pesetas. Sin embargo la gente admiraba aquellos magnifico artefactos.



Los primeros desplazamientos en automóvil por los polvorientos caminos de la isla de la calma se convertían en un auténtico espectáculo para un público circunstancial y entusiasta. Unos disfrutaban del automóvil usándolo  y guiándolo y otros simplemente contemplándolo.

El hecho de que Palma tuviera la primera matricula de un automóvil fue indicativo de la gran afición de los mallorquines al automovilismo desde sus inicios.

Los palmesanos de las dos primeras décadas del siglo pasado empezaban a estar habituados a ver automóviles circulando por las calles de su ciudad. Negocios y nuevas actividades relacionadas con la industria automovilística empezaron a proliferar. 

 El crecimiento de demanda de automóviles en la isla y las dificultades para adquirir vehículos extranjeros fueron  las condiciones necesarias para la creación  de una empresa mallorquina dedicada a la fabricación de automóviles. El 12 de enero de 1920, Rafael de Lacy y Antonio Ribas, asociados al ingeniero Alberto Ouvranrd, crearon LORYC, Lacy Oubrard, Ribas y Compañía.

El origen y la gestación de la empresa cuyo capital inicial es de cincuenta mil pesetas es una iniciativa de carácter individual, que surge financiada y auspiciada por capitales de tres particulares que aportan el cincuenta por ciento del capital y una sociedad dedicada al comercio de importaciones y exportaciones, principalmente de productos agrícolas y de la industria alimenticia, que aportará el otro cincuenta por ciento, erigiéndose en socio comanditario.


Las ventas empezaron a ir bien, y pronto la empresa ya daba trabajo a más de 60 empleados

Podría decirse que los primeros coches construidos eran casi franceses y un poco mallorquines. Eran vehículos EHP construidos bajo licencia francesa, pero pronto se nacionalizó la producción; la carrocería se hacía en Palma y sólo los motores se traían de Francia.

El primer LORYC que circuló por las calles palmesanas fue un modelo torpedo al estilo del Hispano Suiza. Los ciudadanos de Palma pudieron verlo circular por sus calles en noviembre de 1921 con placa de matrícula PM 507. Un coche en plancha de acero y con mecanismo de frenado que sólo actuaba en las ruedas traseras.

La mayor parte de estos coches fueron carrozados en versión deportiva de dos plazas y algunos añadieron una tercera en la cola, aunque también se hicieron algunos chasis largos  con carrocería de cuatro plazas. Cuando finalizó 1921 ya había en el mercado tres modelos de la marca LORYC: un descapotable, una berlina cerrada y una versión de tres asientos convertibles

Los equipados con  motores pequeños podían alcanzar velocidades de 60 y 80 Km/h. A los prototipos destinados a la competición deportiva le incorporaron motores de ocho, diez y doce caballos.

Andrés Vidal era su mecánico probador. Se desplazaba con un Loryc hasta la carretera de Llucmajor y en aquella popular recta llegaba a alcanzar velocidades de hasta 140 km/h. Aquel tramo de carretera junto  con la recta de Son Sardina a Bunyola, eran las pistas de prueba para experimentar la máxima velocidad que se podía alcanzar con aquellos autociclos con aire deportivo.

Los mallorquines de la época y en especial los palmesanos sentían pasión por los autociclos LORYC que se fabricaban en su ciudad. Eran verdaderas obras de artesanía. Llamaba poderosamente la atención la suspensión delantera que mediante una ballesta transversal proporcionaba gran independencia a las ruedas delanteras.

El pintor Eduardo Zelisco, conocedor de aquella pasión por los “Loryc” ha hecho algunas recreaciones imaginativas de algunas de aquellas situaciones como ésta de dos “Loryc” cuando a principios de 1922 se preparaban para tomar parte en alguna competición.



De los LORYC se publicaban cosas como estas:

El LORYC no tiene rival
y es un coche de primera
para ir por carretera
y por dentro de la capital,
con ballestas, es colosal,
su construcción está reforzada,
a conciencia trabajada
y tanto en invierno como en verano
si un auto LORYC tiene
la cosa ya está salvada.

LORYC  es  ya  lo mejor
que en el Mundo se ha construido,
es un coche de provecho
muy digno de alabarlo,
no gasta en  reparación,
poco gasto hace de gasolina,
no  tiene averías cuando camina
y su mérito principal
es porque es regional,
es producción mallorquina.



Las distintas marcas de automóviles de aquellos años tomaban parte en cuantas competiciones se celebraban. Era la manera que tenían de promocionarse y su prestigio quedaba supeditado al éxito o fracaso de sus automóviles.

La primera aparición de los LORYC en competición fue en la IV Vuelta a Cataluña de 1922, con tres coches inscritos que consiguieron dos medallas de oro y una de plata. El tercero es pilotado por Bofill al que le acompaña su mecánico.En un despiste del piloto el coche vuelca, pero de nuevo es puesto en carretera y debido a su sencillo mecanismo son arreglados los desperfectos en hora y media y de nuevo vuelve el LORYC  a emprender la ruta, recuperando, en buena parte, el tiempo perdido. 



En uno de los artículos del Reglamento de esta competición se prohibía a los  concursantes, bajo pena de descalificación, excederse de los límites de velocidad que marcaban las Ordenanzas municipales dentro del término de Barcelona, encareciéndose la mayor cordura al atravesar los pueblos del recorrido de la prueba.


Los éxitos deportivos de los automóviles mallorquines origina una gran admiración y un merecido reconocimiento en los  aficionados al automovilismo hasta el punto que las compras se disparan, se agotan las escasas existencias y los propietarios de la fábrica no pueden atender todos los pedidos. Por otro lado,  las grandes marcas europeas empezaban a introducir en sus fábricas  las cadenas de montaje para la fabricación en serie consiguiendo un aumento de la producción y un abaratamiento de costes. Estas circunstancias condicionaron pronto el fracaso económico y el cierre de la fabrica y el LORYC acabó sus días.

La idea de los impulsores del LORYC no era precisamente fabricar coches deportivos, sino ofrecer un vehículo resistente y robusto a la vez que sencillo y fiable. En los primeros años la idea funciono, los operarios de la fabrica aumentaban por día y la firma decidió asistir en 1922, a la II exposición Internacional del Automóvil de Barcelona, logrando comentarios muy elogiosos. Fueron muchos los asistentes, incluyendo el rey Alfonso XIII, los que se llegaron a interesar por estos coches de fabricación nacional.

Sin embargo esta joven y prometedora firma comenzó a tener serios problemas a partir de liberar de cargas aduaneras los coches importados y multiplicar, en cambio, los aranceles de los componentes. Los costes de fabricación se empezaron a elevar y un Gobierno poco proclive a favorecer la industria automovilística nacional, sino más bien todo lo contrario (los componentes llegaban a estar retenidos en las aduana hasta tres meses) fueron factores decisivos para el cierre de la fábrica.



Se ajustó el precio hasta llegar a las 5.000 pesetas (por debajo de coste), pero un Citroën 5 cv costaba 4.500. LORYC no aguantó mucho y la fábrica se vio abocada al cierre tras haber fabricado casi un centenar de automóviles. La sociedad fue disuelta poco tiempo después.













miércoles, 20 de abril de 2016



Publicado en: www.abc.es


Novedades en el examen de conducir: El teórico contendrá vídeos sobre percepción de riesgos

Los examinadores llevarán tablets en el práctico para que la determinación de las rutas y la anotación de los diferentes errores queden reflejados.

Los exámenes teóricos del carné de conducir incluirán desde finales de este año vídeos para evaluar la percepción del riesgo de los candidatos y comprobar si saben reaccionar bien ante los mismos. Se trata de una novedad que ha sido anunciada este martes a los periodistas por la directora general de Tráfico, María Seguí, en el circuito del Jarama donde ha participado en la presentación de la academia para jóvenes conductores Drivers' Academy RACE-Red Bull.

«Desde la DGT estamos trabajando en esa percepción del riesgo de manera que el examen teórico contendrá vídeos en los que el candidato tiene que demostrar que efectivamente es capaz de reaccionar adecuadamente ante determinados riesgos», ha explicado. Ha añadido que «de manera inicial ya existen vídeos demostrativos de lo que esas preguntas van a ser en la página web» de la Dirección General de Tráfico.
«De aquí a unos meses esas preguntas que son vídeos estarán integradas en la rutina del examen por ordenador que está implantado en toda España», ha insistido.
María Seguí ha comentado que se trata de «generar una situación dinámica en la que hay una escena que dura unos segundos en la que pasan cosas diferentes y luego viene una serie de preguntas que permiten identificar si realmente se han reconocido todos los riesgosque se han planteado».

En este contexto de modernización ha avanzado que «los examinadores verán introducido en su arsenal de trabajo una tablet  para que tanto la determinación de las rutas a seguir como la anotación de los diferentes errores que el aspirante a conductor pueda hacer queden reflejados».

Ha agregado que también estará a la vista del examinador la información sobre las actitudes psicofísicas del sujeto, etcétera y anotará el resultado final de si ha aprobado o suspendido para su correspondiente envío telemático.


Aunque a su juicio lo deseable es que se dé el resultado del examen en el momento de la prueba ha dicho que «cuando el examinador anticipa un cierto riesgo porque ve al sujeto más o menos agitado o nervioso o por la razón que considere oportuna en estos momentos está exento de tener que decir aprobado o suspenso». «De lo que no está exento es de dar explicaciones», ha aclarado Seguí.

domingo, 17 de abril de 2016


Publicado en: www.abc.es
15-04-2016


El Fiscal de Seguridad Vial aboga por implicar a toda la sociedad en educación vial


El fiscal coordinador de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, ha abogado hoy por convertir la educación vial en "un elemento cotidiano en que esté involucrada toda la sociedad" puedan disminuir el número y la gravedad de los accidentes de tráfico.
Vargas ha participado en la capital leonesa en la I Jornada de Educación Vial, en la que expertos y responsables de instituciones educativas, de tráfico y municipales han expuesto sus programas y técnicas de educación.
La jornada ha sido inaugurada por el alcalde de León, Antonio Silván, quien ha resaltado que "la seguridad vial y las consecuencias de no seguir esas pautas implica consecuencias personales y familiares pero también sociales y económicas".
"Es importante que todos los agentes sociales y las administraciones públicas trabajemos juntos en acciones de divulgación, formación y educación", ha advertido el regidor.
Por su parte, el fiscal coordinador de Seguridad Vial ha recalcado que la educación vial es un elemento esencial y una cuestión del día a día, y ha señalado que "las condenas implican un cierto fracaso educativo".
El director del Instituto Nacional de Cualificaciones (INCUAL), Paulino Martín Seco, ha explicado que "la educación vial es un factor clave y por ello se ha incorporado a los programas y temarios de todos los ciclos dándole una mayor trascendencia".
Otro de los participantes en la jornadas ha sido el presidente de Fesvial y catedrático de Seguridad Vial, Luis Montoro, quien ha señalado que "para educar a los niños y jóvenes en actitudes y valores de seguridad vial".
"Aparte de la enseñanza en los colegios, se requiere la implicación de diferentes actores sociales, empezando por los padres, el entorno familiar, profesores de centros de formación vial y la sociedad en general, ya que todos ellos son un referente educativo importante", ha enfatizado.
En este contexto, Montoro ha destacado con preocupación "los frecuentes modelos negativos para la educación vial, que se transmiten a los niños y a los jóvenes desde la publicidad, la televisión, el cine o los propios videojuegos, con escenas e imágenes que incitan más al riesgo que a la seguridad".
Las conclusiones han corrido a cargo del presidente de la Fundación de la Confederación Nacional de Autoescuelas (CNAE), José Miguel Báez, para quien "las autoescuelas juegan un papel importante en la promoción de la educación vial, ya que los formadores en seguridad vial cuentan con una amplia formación, experiencia y vocación en esta materia".
"El profesor de Formación Vial tiene un perfil profesional adecuado para que junto a otros profesionales puedan implementar la educación vial de las personas a lo largo del ciclo vital", ha señalado Báez.




viernes, 8 de abril de 2016

DE LA QUE SE LIBRAN LOS EXAMINADORES DE TRÁFICO…

 Hubo una época en la que el examinador era el que acompañaba al aspirante en el asiento delantero durante el recorrido del examen.  ¡Solos, examinador y aspirante! El examinando con sus consabidos nervios y el examinador con su supuesto temple.

Aquellos funcionarios se veían inmersos,en más de una ocasión, como consecuencia de su actividad en situaciones cuando menos hilarantes.

El escritor gallego Wenceslao Fernández Flores que en 1926 compartió el Premio Nacional de Literatura con Concha Espina nos relata una de esas situaciones en su obra “El hombre que compró un automóvil”. Este escritor coruñés es uno de los grandes humoristas de las letras españolas del siglo XX.




Nuestro admirado escritor comenzó su carrera en diarios y revistas. Tiene su primer contacto con el periodismo a los quince años en el diario coruñés La Mañana. A lo largo de su carrera literaria fue galardonado con numerosos premios y en 1934 fue elegido para ocupar la silla S en la RAE, pero no tomó posesión hasta 1945 con el discurso titulado El humor en la literatura española.

Entre su prolija obra se incluye la novela El hombre que compró un automóvil. Puede que algunos la hayan considerado como una obra menor, pero nadie puede dejar de reconocer que en ella profetizó lo que sería la futura civilización automovilística. Auguró el mundo que le esperaba a sus conciudadanos, un mundo repoblado de numerosos seres mecánicos que se mezclan en nuestras vidas, coexisten con nosotros, nos entorpecen o nos ayudan, y hasta nos matan. Son tan abundantes como la humanidad misma. Son frases salidas de la pluma de  Wenceslao Fernández Flores en 1932, fecha en que escribe su novela,  y que en el 2016 están de plena actualidad.

Anticipa muchos de los excesos que luego se han producido: desde el culto al automóvil, hasta la completa  subordinación al mismo, pasando por los abusos mercantiles. A lo largo de sus páginas se entrevé la ironía, la hipérbole, la caricatura, la exageración, el humor negro y el humor del absurdo. Para Fernández Flores hay mucho patetismo en los motivos que fuerzan a un hombre a comprarse un automóvil y bastante interés en todo lo que puede ocurrirle después.

El humor hace acto de presencia en muchas ocasiones provocando escenas hilarantes que rayan lo absurdo, es el caso del capitulo que titula “Mi segunda mano” en el que relata sus primeros pasos como conductor, su aprendizaje y su examen de conducir.

El protagonista, al que una conjunción de circunstancias le llevan a formar parte de la clase automovilística, empieza el capitulo diciendo:

Comencé como tantos automovilistas: compré un “segunda mano”.
Este “segunda mano” era muy aceptable. Puedo decir en su elogio que, al cabo de los años, llegó a ser un “quinta mano” bastante robusto todavía.

Asevera, después de recibidas las primeras lecciones, que la función de guiar un coche es la más difícil entre todas cuantas puede proponerse un hombre nervioso. Y profesores y examinadores pueden convenir que no le falta razón.

No obstante — sigue diciendo — alcancé el fin de la enseñanza que quisieron darme en una academia para chóferes, y no quedé mal. En los primeros días me era absolutamente imposible obligar a cada mano y a cada pie a que procediesen con independencia, y me conducía como si estuviese haciendo ensayos de malabarismo. Estiraba o encogía a un tiempo todas las extremidades, pisaba alocadamente allá y acullá, lanzaba gritos reclamando el auxilio de mi instructor, o me quería arrojar por la ventanilla. Sin embargo, conseguí dominar casi todas las dificultades.

Un día el director de la academia donde estaba aprendiendo a conducir le dijo:

—Creo que ya está usted en condiciones de someterse a examen para obtener el carnet. Sólo le falta conocer algunos trucos del oficio, pero no están comprendidos en la tarifa. Por cinco pesetas más le daré un buen consejo.

Con los consejos del director — le llegó a dar hasta tres aunque sólo le cobró dos — y las lecciones recibidas de teórica y prácticas  nuestro protagonista creyó estar capacitado para lanzarse con su “segunda mano” por las calles y carreteras que encontrara a mano y compareció el día que le fijaron ante el experto examinador oficial que había de negarle o concederle el carnet de conductor.



A partir de aquí dejemos que nos cuente nuestro nervioso aspirante a conductor cómo le fue la prueba:

— Contesté, algunas preguntas, hice ciertas evoluciones, y un caballero joven y bien vestido —un poco infatuado, como casi todos los funcionarios públicos—, ocupó un puesto a mi lado para someterme a la prueba definitiva.
—En marcha.
Puse el coche en marcha.
—Vamos a ver cómo se las arregla entre el tránsito.
Recorrí brillantemente toda la Castellana y emboqué la carretera de Chamartín.
—Dé la vuelta.
Iba un tranvía y venía un camión.
—No tengo sitio —murmuré.
Y seguí corriendo. Quizá la imposibilidad de obedecer inmediatamente aquel mandato o la estirada gravedad de mi examinador, o ambos motivos, alteraron mis nervios, porque la verdad es que ya no pude encontrar sitio bastante para hacer dar la vuelta al coche. Continué tragando kilómetros.
— ¿Por qué no regresa? —indagó él.
—No... no... puedo —silabeé. Le oí suspirar. Corríamos ya por las afueras.
—Al menos —ordenó-—, pare usted. Pero ya había llegado al máximun del azoramiento. Apenas se me oyó decir:
—No... no... me acuerdo...
Era verdad, juro que era verdad. Si entre ustedes hay un hombre realmente nervioso, creerá mis palabras.
  ¿ Quiere usted decir que no sabe detener el coche? —preguntó mi acompañante con voz temblorosa.
—No..., palabra de honor...; no me acuerdo. Sé que es bueno pisar en un sitio, pero si piso en otro sitio correremos más.
—i Correr más no! ¡No pise nada!
—Lo mejor —rogué apresuradamente— será que se ponga usted en mi lugar. Renuncio al carnet. Me doy por vencido.
El joven caballero dio una palmada en sus muslos.
—¿Y qué diablos quiere que haga yo en su lugar? ¡Aviados estamos!
 En cuatro palabras me confesó que le habían conferido aquel cargo, en espera de otro mejor, porque su padre era un político que disponía de más de mil votos; pero que ni su padre ni él habían manejado jamás un coche.
El mío se despeñaba cuesta abajo por una pendiente pronunciada.
— No corra tanto!
—-No soy yo.
— Vamos a matarnos! ¿Por qué se me habrá ocurrido aceptar esta ganga? ¡ Maldita sea !... ¿ No puede hacer nada por?...
— No puedo! ¡Este artilugio está desbocado!... Ahí viene un árbol! ¡Atención!
— Soo! —gritó él contra el parabrisas, dirigiéndose al capot, con los ojos desorbitados y el cabello de punta.
— Soo! —grité yo con toda mi alma.
El árbol pasó de largo por la derecha.
—Allí aparecen un viejo y una niña —indiqué—. No creo que consiga pasar por el medio...; me parece que uno de ellos..., por lo menos uno... ¿Cuál me aconseja usted?
—i Qué horror!
—i Pronto! ¿Cuál de ellos?
Por fortuna, el auto paró antes de alcanzarlos... Se había agotado la gasolina. Mi acompañante se apeó con una prisa temblorosa y echó a correr, al través de los sembrados, hacia Madrid. El sombrero le 
cayó al saltar una cerca, y no se detuvo a recogerlo.



¿Cambiaria de profesión aquel probo funcionario examinador después de aquel examen?

Nuestro admirado y divertido escritor sentencia por medio del protagonista de su novela lo siguiente: Verse con un auto en las manos es un grave motivo de preocupación para cualquier hombre prudente. No puede formarse ni una idea aproximada de la responsabilidad que acepta, hasta que se encuentra uno en medio de la calle, con el artilugio trepidante, repentinamente dueño de la vida de los demás.

No me digan que este pronunciamiento hecho en 1932, hace nada menos que 84 años, ¿no podría ser válido en el actual mes de abril de este año bisiesto 2016?