Es bien sabido que
nos consideramos mejores conductores que el vecino; desde que nos
examinamos para el permiso de conducir, subjetivamos los resultados de nuestras
acciones a los mandos de un automóvil empezando por aquel día que no
aprobamos el examen y dijimos; me
han suspendido. Yo no he
suspendido, han sido ellos los que me han suspendido. Pero el día que fuimos brillantes en la prueba y la
superamos dijimos: he
aprobado. Yo soy el artífice
de mi éxito y ellos los culpables de mi fracaso. No es frecuente que asumamos
nuestra culpa de la misma manera que asumimos nuestros éxitos.
En el
caso de los incidentes o accidentes de tráfico nos ocurre lo mismo; si no a todos los conductores, sí a
una gran mayoría.
Estamos
acostumbrados a escuchar expresiones como las siguientes: el coche me hizo un extraño; el coche se me fue en la
curva; el coche no me frenó, etc, etc.
Los
profesores de formación vial saben que el automóvil es una máquina sumamente
“obediente” en sus reacciones cuando el
conductor actúa de la manera correcta. Otra cosa es lo que cuente su conductor
para justificar sus posibles errores como conductor.
La
revista “The Autocar”, allá por el año 1932 publicó una serie de relatos breves
recopilados entre sus lectores de los que se pueden extraer muchas
enseñanzas. De aquellos relatos se hizo eco una revista quincenal de
Córdoba.
He
aquí algunos de aquellos relatos:
· Pasaba yo por una curva en forma de
“S” en medio de una densa niebla. Una mosca se me metió en el ojo y atropellé
un banco de hierro, que estaba al costado del camino.
· Corría de Belford a Londres,
tocando la vocina vigorosamente y haciendo señales con la mano, pero me
atropelló uno que venias detrás.
· El accidente se debió a que el otro
conductor estuvo a punto de chocar conmigo.
· Una vaca se me echó encima del
coche. Después supe que era ciega.
· Una avispa se introdujo dentro de
mi auto, y mientras me defendía contra el insecto, caí en una zanja.
· El hombre avanzaba a una velocidad
terrible. Atropelló una carretilla, una motocicleta y por fin mi coche. Fue
internado después en un manicomio.
· Choqué dos veces contra el coche
que iba delante, y el conductor me dijo que haría señas la próxima vez que se parara.
Cumplió su promesa, pero fue inútil, porque otro coche, que iba detrás, chocó
contra el mío.
· Mi esposa y yo, empujábamos el
coche de regreso a casa, pero al llegar a una pendiente se nos escapó. Fue detenido
por un poste de los que indican “Peligro”.
· Tiré una moneda de un penique a un
grupo de muchachos, y mientras me daba vuelta para ver si alguno de ellos lo recogía,
caí en una zanja.
· Marchaba por la carretera a una
velocidad moderada, y de repente me alcanzó un coche que salía del camino
transversal, arrojándome con mi automóvil dentro de una zanja. La culpa era del
otro, pero, antes de alejarse, me insultó.
· Ella me vio súbitamente, perdimos
la cabeza y chocamos.
· Nos encontramos en un cruce de
caminos, y mi coche quedó debajo del suyo.
El ardor que ponen algunos por exculparse da lugar a
relatos increíbles. Son muchos los que pierde la objetividad a la hora de
describir el accidente o el incidente. Hay otros a los que les cuesta
comprender lo que llegó a ocurrir. No estamos hablando de accidentes graves,
sino más bien de incidentes o accidentes leves.