lunes, 4 de septiembre de 2017

A MODO DE HUMILDE HOMENAJE AL PROFESOR Y PROFESORA DE AUTOESCUELA

Sirvan estas líneas de este humilde blog, de este tardío bloguero, como homenaje y reconocimiento a la labor de todos los profesores de autoescuela de tiempos anteriores, presentes y futuros. Qué duda cabe que el homenaje, como no podía ser de otra manera, también va para las profesoras.



Hay palabras en nuestro vocabulario que, para muchos de nosotros, en especial para las personas  que ya hemos alcanzado una determinada edad, gozan de un gran prestigio y de una aureola de sabiduría. Así sucede con la palabra “maestro” o “maestra”.


Hubo una época en España, aunque los más jóvenes lo puedan poner en duda, que se respetaba a los maestros y maestras. El respeto venía ya del entorno familiar del niño.

Todos, o casi todos, llevamos la huella de un maestro en nuestra vida. Recordamos al maestro o la maestra que nos enseñó las primeras letras o los primeros números. Con paciencia y sabiduría  ponían los cimientos de nuestro futuro. Es poco probable que alguien se olvide de aquel maestro o maestra que hubo en su infancia.


Todos sabemos que con solo aquella enseñanza primaria y elemental de la escuela poco lejos podía llegar  una persona. Pero a pesar de ser unos conocimientos tan básicos y rudimentarios constituían, sin embargo una sólida base y los cimientos necesarios para futuros aprendizajes.

Ya mayores aquellos niños, unos fueron a la Universidad, otros a Escuelas Técnicas, y otros se hicieron operarios excelentes en las diferentes facetas del mundo laboral. Y la memoria del maestro o maestra ha sido respetada, venerada y querida.

A lo largo de nuestras vidas son muchos los profesores que han podido incidir en nuestra formación de una manera o de otra. Todos nos han enseñado cosas; imprescindibles unas, útiles otras y  muchas, poco funcionales para nuestra supervivencia en esa permanente escalada  que todos realizamos o hemos realizado por deseos de una mejora cultural, tecnológica o económica.


En la vida contemporánea del siglo pasado y del presente,  hombres y mujeres, desde la aparición del automóvil, han recibido las enseñanzas de otro “maestro” o “maestra” que también es inolvidable. Nos referimos a esa persona que nos enseñó las primeras lecciones sobre el volante, el embrague, el acelerador, el freno y las normas básicas de Circulación. Y,  por qué no decirlo,  las triquiñuelas para responder acertadamente a las preguntas retorcidas  y trileras de esos test con los que la DGT siempre ha pretendido descubrir el conocimiento alcanzado por cualquier aspirante  a un permiso de conducir.



El profesor o la profesora de autoescuela, desde mi particular visión, es maestro o maestra y también profesor o profesora. Es profesor cuando, en el aula de teórica, imparte  sus saberes a 20 ó 30 personas; el mensaje que comunica es el mismo para todos los presentes. Ser maestro, o hacer de maestro o maestra es algo diferente, es comprender que la persona a la que impartes tus enseñanzas las recibe desde una sensibilidad distinta, diferente a la de otros alumnos, con una predisposición particular, de ahí que la relación ha de ser particular     y singular. Esa relación se da en la enseñanza práctica del coche. Es aquí donde se ejerce de maestro o maestra. Creemos que los aspirantes al permiso de conducir pueden ser afortunados al contar con un maestro o maestra personal para el aprendizaje de la  condu-cción.

Del igual manera que los expertos, los técnicos, los científicos , en definitiva, los buenos profesionales se cimentaron en la primeras enseñanzas de aquellos maestros y maestras de la infancia, los buenos conductores, tiene como base de sus comportamientos ejemplares aquellas normas básicas, aquellas sencillas recomendaciones, aquellos sabios consejos que les impartió un modesto profesor o profesora de autoescuela. Después siguieron aprendiendo nuevas enseñanzas en esa empírica universidad de la conducción que son las calles, carreteras y autopistas.

Todos sabemos que el perfeccionamiento del conductor debe ser continuo, pero nadie olvida, o no debiera olvidar, su  punto de partida. Todos tenemos, aunque sea en un rinconcito de nuestra memoria, a  quien, a nuestro lado, soportó con paciencia franciscana, en las primeras clases, nuestros primeros nervios al volante, nuestras dificultades para utilizar tres pedales con dos pies, nuestros olvidos y nuestros primeros sustos.


“Santos profesores de autoescuelas que nos iniciaron en el buen camino de la conducción de vehículos y cuyos esfuerzos, paciencia y rigor también debemos recordar con amor y agradecimiento”.

Si alguien piensa que es natural y lógico que un texto como el de este último párrafo salga del ordenador (antes se decía de la pluma de…) de una persona que ha sido durante casi toda su vida laboral profesor de autoescuela, he de decirle que se equivoca de cabo a rabo. Salieron, hace nada más y nada menos que 30 años, de la pluma o… de la máquina de escribir de Enrique Hernández-Luike, un gran  maestro del volante y  un impulsor ejemplar del periodismo del motor al que, seguramente, las primeras lecciones de conducir se las dio un profesor de autoescuela.