Sirvan estas líneas de este humilde blog, de este
tardío bloguero, como homenaje y reconocimiento a la labor de todos los
profesores de autoescuela de tiempos anteriores, presentes y futuros. Qué duda
cabe que el homenaje, como no podía ser de otra manera, también va para las
profesoras.
Hay palabras en nuestro vocabulario que, para
muchos de nosotros, en especial para las personas que ya hemos alcanzado una determinada edad,
gozan de un gran prestigio y de una aureola de sabiduría. Así sucede con la palabra “maestro” o “maestra”.
Hubo una época en España, aunque los más jóvenes
lo puedan poner en duda, que se respetaba a los maestros y maestras. El respeto
venía ya del entorno familiar del niño.
Todos, o casi todos, llevamos la huella de un
maestro en nuestra vida. Recordamos al maestro o la maestra que nos enseñó las
primeras letras o los primeros números. Con paciencia y sabiduría ponían los cimientos de nuestro futuro. Es
poco probable que alguien
se olvide de aquel maestro o maestra que hubo en su infancia.
Todos sabemos que con solo aquella
enseñanza primaria y elemental de la escuela poco lejos podía llegar una persona. Pero a pesar de ser unos
conocimientos tan básicos y rudimentarios constituían, sin embargo una sólida
base y los cimientos necesarios para futuros aprendizajes.
Ya mayores aquellos niños, unos fueron a
la Universidad, otros a Escuelas Técnicas, y otros se hicieron operarios excelentes
en las diferentes facetas del mundo laboral. Y la memoria del maestro o maestra
ha sido respetada, venerada y querida.
A lo largo de nuestras vidas son muchos los
profesores que han podido
incidir en nuestra formación de una manera o de otra. Todos nos han enseñado
cosas; imprescindibles unas, útiles otras y
muchas, poco funcionales para nuestra supervivencia en esa permanente escalada que todos realizamos o hemos realizado por
deseos de una mejora cultural, tecnológica o económica.
En la vida contemporánea del siglo
pasado y del presente, hombres y
mujeres, desde la aparición del automóvil, han recibido las enseñanzas de otro
“maestro” o “maestra” que también es inolvidable. Nos referimos a esa persona
que nos enseñó las primeras lecciones sobre el volante, el embrague, el
acelerador, el freno y las normas básicas de Circulación. Y, por qué no decirlo, las triquiñuelas para responder acertadamente
a las preguntas retorcidas y trileras de
esos test con los que la DGT siempre ha pretendido descubrir el conocimiento alcanzado
por cualquier aspirante a un permiso de
conducir.
El profesor o la profesora de autoescuela, desde mi particular visión, es
maestro o maestra y también profesor o profesora. Es profesor cuando, en el
aula de teórica, imparte sus saberes a
20 ó 30 personas; el mensaje que comunica es el mismo para todos los presentes.
Ser maestro, o hacer de maestro o maestra es algo diferente, es comprender que
la persona a la que impartes tus enseñanzas las recibe desde una sensibilidad
distinta, diferente a la de otros alumnos, con una predisposición particular,
de ahí que la relación ha de ser particular y
singular. Esa relación se da en la enseñanza práctica del coche. Es aquí donde se
ejerce de maestro o maestra. Creemos que los aspirantes al permiso de conducir
pueden ser afortunados al contar con un maestro o maestra personal para el
aprendizaje de la condu-cción.
Del igual manera que los expertos, los
técnicos, los científicos , en definitiva, los buenos profesionales se
cimentaron en la primeras enseñanzas de aquellos maestros y maestras de la
infancia, los buenos conductores, tiene como base de sus comportamientos
ejemplares aquellas normas básicas, aquellas sencillas recomendaciones,
aquellos sabios consejos que les impartió un modesto profesor o profesora de
autoescuela. Después siguieron aprendiendo nuevas enseñanzas en esa empírica
universidad de la conducción que son las calles, carreteras y autopistas.
Todos sabemos que el perfeccionamiento del
conductor debe ser continuo, pero nadie olvida, o no debiera olvidar, su punto de partida. Todos tenemos, aunque sea
en un rinconcito de nuestra memoria, a
quien, a nuestro lado, soportó con paciencia franciscana, en las
primeras clases, nuestros primeros nervios al volante, nuestras dificultades
para utilizar tres pedales con dos pies, nuestros olvidos y nuestros primeros
sustos.
“Santos profesores de autoescuelas que
nos iniciaron en el buen camino de la conducción de vehículos y cuyos esfuerzos,
paciencia y rigor también debemos recordar con amor y agradecimiento”.
Si alguien piensa que es natural y
lógico que un texto como el de este último párrafo salga del ordenador (antes
se decía de la pluma de…) de una persona que ha sido durante casi toda su vida
laboral profesor de autoescuela, he de decirle que se equivoca de cabo a rabo.
Salieron, hace nada más y nada menos que 30 años, de la pluma o… de la máquina
de escribir de Enrique Hernández-Luike, un gran maestro del volante y un impulsor ejemplar del periodismo del motor
al que, seguramente, las primeras lecciones de conducir se las dio un profesor
de autoescuela.