martes, 9 de septiembre de 2014

LA MUJER Y EL AUTOMÓVIL (I)

(I)

La primera mujer a los mandos de un automóvil

La primera persona que se puso a los mandos de un automóvil para  guiarlo en un viaje considerado largo para aquellos tiempos fue Bertha Ringer, que al casarse con Karl Benz se convierte en Bertha Benz. Sin su fuerza de voluntad y su fe inamovible en el éxito de su esposo, los automóviles  Benz, probablemente, no habrían existido nunca. En justicia, aquellos vehículos debieron llamarse Bertha- Benz, en lugar de Merecedes- Benz.

Los automóviles que Karl Benz había construido  habían recorrido sólo trayectos muy cortos en plan experimental. A la vista de las prestaciones de aquellos artefactos nadie se planteaba adquirirlos. Por otra parte, la  familia Benz no pasaba por un buen momento económico y Karl iba perdiendo poco a poco la fe en su proyecto.

         El ingeniero, que ya  había creado el motor de combustión interna, venía trabajando  hacia unos años para encontrar la forma de acoplar su motor a un carruaje y crear así el automóvil. Su principal preocupación era hallar un conjunto orgánico que diera como resultado un vehículo móvil. Instaló un motor construido por él en un vehículo de tres ruedas al que llamó Motorwagen. Por la perfecta integración de motor, chasis y tren de tracción, puede considerarse el primer automóvil verdadero. El 29 de enero de 1986 solicitó del Gobierno alemán una patente para su triciclo. Éste puede ser considerado como el primer vehículo motorizado de la historia.

         Karl Benz era, sin duda, un inventor brillante, pero casi una nulidad en las finanzas;  le faltaba tiempo, dotes y visión empresarial para dar a conocer sus inventos, pero allí estaba su mujer.

         En honor a la verdad, la historia de este automóvil no pertenece sólo a Karl Benz. Su esposa Bertha fue fundamental en su promoción y en las mejoras que posteriormente se introdujeron por  sugerencias de ella.
           La opinión pública era escéptica a la capacidad de funcionamiento de aquellas ruidosas  máquinas movidas por “fuerzas extrañas”. También dudaban de su  fiabilidad. Bertha se da cuenta de que la empresa de su marido no saldrá adelante si no hay un golpe de efecto inmediato.  Quiere promocionar aquel automóvil para que el proyecto de su marido sea viable. Ya le ha ayudado en otras ocasiones. Piensa que el vehículo que su marido ha diseñado y fabricado necesita de una promoción pública que sea gratuita y  notoria y  dé mucho que hablar. 



Se pone manos a la obra. Con la complicidad de sus dos hijos, y sin que su marido lo sepa,  organiza un viaje a casa de sus padres en la ciudad de Pforzheim, a unos 100 km de Mannheim, donde vive el matrimonio Karl Benz. Su objetivo, demostrar al mundo entero que aquel automóvil, diseñado y construido por su esposo, es fiable y valido para hacer largos viajes y muy útil para  utilizarse a diario en cortos recorridos como ya ha quedado patente circulando por las calles de la ciudad de Mannheim. Quedaba probarlo en distancias largas y Bertha decide que ha llegado la hora.

         Si la aventura salía bien y se daba a conocer, las ventas de aquel automóvil  podían convertirse en un éxito financiero una vez demostrada su utilidad, fiablidad, autonomía y viabilidad.

         El día 5 de agosto de 1888, Bertha y sus dos hijos, Eugen y Richard se levantan antes del amanecer. A Karl, que duerme plácidamente, le dejan  una escueta nota que dice: Fuimos a ver a la abuela a Pforzheim.

         Sacan sigilosamente el vehículo del garaje. Lo empujan hasta alejarlo de la casa. Cuando creen estar a suficiente distancia para que Karl no oiga el ruido, arrancan el motor del Motorwagen no.3 y se ponen en marcha. La aventura había empezado.


Como los tres ocupantes del vehículo ignoran cual es el mejor camino para llegar hasta Pforzheim,  optan por recorrer aquellos pueblos y caminos que ya conocen.  De modo que en vez de tirar hacia el sur para coger el más recto y más corto,  toman el camino hacia Weinheim, por el noreste, y una vez allí se dirigen  hacia el sur. Llegaron a casa de la abuela al anochecer. La duración del viaje no fue excesiva teniendo en cuenta que aquel vehículo no llegaba a superar los 17 kilómetros por hora y la cantidad de incidencias a las que Bertha tuvo que enfrentarse.

         Nada más llegar a su destino, Bertha envía un telegrama a su marido  para comunicarle  que tanto ella como los chicos estaban bien y que el viaje había sido un éxito.

         El comportamiento de esta mujer en aquel viaje fue equiparable al que hubiera tenido el mejor de los chauffeurs de principios del siglo XX. No sólo manejó adecuadamente los mandos de aquel automóvil guiándolo con pericia por aquellas difíciles carreteras, sino que fue solucionando todo tipo de incidencias mecánicas que se le fueron presentando.

         Al llegar a la ciudad de Wiesloch, observa que en el depósito de combustible del triciclo queda poca  ligroina, el combustible que empleaba el automóvil. Hoy, esta circunstancia no es un problema, pero sí lo era entonces. No se habían inventado las gasolineras. Bertha buscó una farmacia donde encontró esta sustancia y adquirió la suficiente para continuar su azaroso viaje. Hasta tres farmacias tuvo que visitar en el trayecto de ida y otras tantas en el de vuelta. La capacidad de aquel depósito sólo era de 4.5 litros.

         También necesitó de los servicios de un herrero para reparar la cadena de transmisión. Otro problema que se repite durante el viaje es el de la refrigeración del motor que se lleva a cabo por el principio de termosifón. El motor dispone de una envoltura por la que circula el agua como medio refrigerante. Ésta se evapora y para seguir refrigerando se necesita reponer el circuito de agua por lo que hay que buscar fuentes y, a falta de estas, recurrir a alguna que otra charca.

         Pero no todo, en el viaje, serán problemas. Bertha tiene la suerte de que sus ruedas no sufran pinchazos. Las traseras son aros de metal y las delanteras de goma maciza. Sin embargo, un considerable número de repechos del camino se convierten en un tormento, sobre todo para los chicos que han de bajar del vehículo y empujar. Los pocos más de dos caballos de potencia que desarrolla aquel motor no son suficientes para subir buena parte de aquellas rampas. Sus desarrollos son insuficientes,  sólo dispone de dos velocidades hacia adelante. Hasta siete repechos se encontraron. Aquel motor no desarrollaba la fuerza necesaria para coronarlos con sus tres ocupantes a bordo del vehículo.    

         Pocos días después de haber culminado el viaje de ida, inician el de regreso. Esta vez por una carretera más sencilla y casi en línea   recta con la ciudad de origen. También, en el regreso,  le surgen problemas, unos ya conocidos y otros nuevos como el natural desgaste del revestimiento de las pastillas de freno que soluciona buscando a un zapatero en Bauschlot. El revestimiento era de cuero.

         En un punto del trayecto se obturan los conductos que llevan el combustible al motor. Bertha los limpia con el alfiler de su sombrero.  A falta de cinta adecuada para aislar un cable de encendido utiliza, unos dicen que una de sus medias y otros que una  de sus ligas.  El talento y la imaginación de esta mujer encuentran solución a cualquier problema que el Motorwagen presenta. 


Aquel viaje, de ida y vuelta, fue un hito en la historia del automóvil y un acontecimiento sensacional para la época. La proeza se divulga con rapidez. Los escépticos se convencen de la fiabilidad del vehículo. Bertha no sólo había conseguido ser la primera mujer que realiza un largo viaje a los mandos de un automóvil, sino que había puesto en boca de todo el mundo las excelencias del  automóvil que había patentado su marido. Bertha había logrado su objetivo.