(I)
La
primera mujer a los mandos de un automóvil
La primera persona que se puso a los mandos de un automóvil para guiarlo en un viaje considerado largo para
aquellos tiempos fue Bertha Ringer, que al casarse con Karl Benz se convierte
en Bertha Benz. Sin su fuerza de voluntad y su fe inamovible en el éxito de su
esposo, los automóviles Benz,
probablemente, no habrían existido nunca. En justicia, aquellos vehículos debieron
llamarse Bertha- Benz, en lugar de Merecedes- Benz.
Los automóviles que Karl Benz había construido habían recorrido sólo trayectos muy cortos en
plan experimental. A la vista de las prestaciones de aquellos artefactos nadie
se planteaba adquirirlos. Por otra parte, la
familia Benz no pasaba por un buen momento económico y Karl iba
perdiendo poco a poco la fe en su proyecto.
El ingeniero, que ya había creado el motor de combustión interna, venía
trabajando hacia unos años para
encontrar la forma de acoplar su motor a un carruaje y crear así el automóvil.
Su principal preocupación era hallar un conjunto orgánico que diera como resultado
un vehículo móvil. Instaló un motor construido por él en un vehículo de tres
ruedas al que llamó Motorwagen. Por la perfecta integración de motor, chasis y
tren de tracción, puede considerarse el primer automóvil verdadero. El 29 de
enero de 1986 solicitó del Gobierno alemán una patente para su triciclo. Éste puede ser considerado como el primer
vehículo motorizado de la historia.
Karl Benz era, sin duda, un
inventor brillante, pero casi una nulidad en las finanzas; le faltaba tiempo, dotes y visión empresarial
para dar a conocer sus inventos, pero allí estaba su mujer.
En honor a la verdad, la historia de
este automóvil no pertenece sólo a Karl Benz. Su esposa Bertha fue fundamental en
su promoción y en las mejoras que posteriormente se introdujeron por sugerencias de ella.
La opinión pública era escéptica
a la capacidad de funcionamiento de aquellas ruidosas máquinas movidas por “fuerzas extrañas”.
También dudaban de su fiabilidad. Bertha
se da cuenta de que la empresa de su marido no saldrá adelante si no hay un
golpe de efecto inmediato. Quiere promocionar
aquel automóvil para que el proyecto de su marido sea viable. Ya le ha ayudado
en otras ocasiones. Piensa que el vehículo que su marido ha diseñado y fabricado
necesita de una promoción pública que sea gratuita y notoria y dé mucho que hablar.
Se pone manos a la obra. Con la
complicidad de sus dos hijos, y sin que su marido lo sepa, organiza un viaje a casa de sus padres en la
ciudad de Pforzheim, a unos 100 km de Mannheim, donde vive el matrimonio Karl Benz.
Su objetivo, demostrar al mundo entero que aquel automóvil, diseñado y
construido por su esposo, es fiable y valido para hacer largos viajes y muy
útil para utilizarse a diario en cortos
recorridos como ya ha quedado patente circulando por las calles de la ciudad de
Mannheim. Quedaba probarlo en distancias largas y Bertha decide que ha llegado
la hora.
Si
la aventura salía bien y se daba a conocer, las ventas de aquel automóvil podían
convertirse en un éxito financiero una vez demostrada su utilidad, fiablidad,
autonomía y viabilidad.
El día 5 de agosto de 1888, Bertha
y sus dos hijos, Eugen y Richard se levantan antes del amanecer. A Karl, que
duerme plácidamente, le dejan una
escueta nota que dice: Fuimos a ver a la
abuela a Pforzheim.
Sacan sigilosamente el
vehículo del garaje. Lo empujan hasta alejarlo de la casa. Cuando creen estar a
suficiente distancia para que Karl no oiga el ruido, arrancan el motor del Motorwagen
no.3 y se ponen en marcha. La aventura había empezado.
Como los tres ocupantes del
vehículo ignoran cual es el mejor camino para llegar hasta Pforzheim, optan por recorrer aquellos pueblos y caminos
que ya conocen. De modo que en vez de
tirar hacia el sur para coger el más recto y más corto, toman el camino hacia Weinheim, por el
noreste, y una vez allí se dirigen hacia
el sur. Llegaron a casa de la abuela al anochecer. La duración del viaje no fue
excesiva teniendo en cuenta que aquel vehículo no llegaba a superar los 17
kilómetros por hora y la cantidad de incidencias a las que Bertha tuvo que
enfrentarse.
Nada
más llegar a su destino, Bertha envía un telegrama a su marido para comunicarle que tanto ella como los chicos estaban bien y
que el viaje había sido un éxito.
El
comportamiento de esta mujer en aquel viaje fue equiparable al que hubiera
tenido el mejor de los chauffeurs de
principios del siglo XX. No sólo manejó adecuadamente los mandos de aquel automóvil
guiándolo con pericia por aquellas difíciles carreteras, sino que fue solucionando
todo tipo de incidencias mecánicas que se le fueron presentando.
Al
llegar a la ciudad de Wiesloch, observa que en el depósito de combustible del
triciclo queda poca ligroina, el combustible que empleaba el automóvil. Hoy, esta
circunstancia no es un problema, pero sí lo era entonces. No se habían
inventado las gasolineras. Bertha buscó una farmacia donde encontró esta
sustancia y adquirió la suficiente para continuar su azaroso viaje. Hasta tres
farmacias tuvo que visitar en el trayecto de ida y otras tantas en el de
vuelta. La capacidad de aquel depósito sólo era de 4.5 litros.
También
necesitó de los servicios de un herrero para reparar la cadena de transmisión.
Otro problema que se repite durante el viaje es el de la refrigeración del
motor que se lleva a cabo por el principio de termosifón. El motor dispone de
una envoltura por la que circula el agua como medio refrigerante. Ésta se
evapora y para seguir refrigerando se necesita reponer el circuito de agua por
lo que hay que buscar fuentes y, a falta de estas, recurrir a alguna que otra
charca.
Pero
no todo, en el viaje, serán problemas. Bertha tiene la suerte de que sus ruedas
no sufran pinchazos. Las traseras son aros de metal y las delanteras de goma maciza. Sin embargo, un considerable número de repechos del camino se
convierten en un tormento, sobre todo para los chicos que han de bajar del
vehículo y empujar. Los pocos más de dos caballos de potencia que desarrolla
aquel motor no son suficientes para subir buena parte de aquellas rampas. Sus
desarrollos son insuficientes, sólo
dispone de dos velocidades hacia adelante. Hasta siete repechos se encontraron.
Aquel motor no desarrollaba la fuerza necesaria para coronarlos con sus tres
ocupantes a bordo del vehículo.
Pocos días
después de haber culminado el viaje de ida, inician el de regreso. Esta vez por
una carretera más sencilla y casi en línea recta con la ciudad de origen. También, en el
regreso, le surgen problemas, unos ya
conocidos y otros nuevos como el natural desgaste del revestimiento de las
pastillas de freno que soluciona buscando a un zapatero en Bauschlot. El
revestimiento era de cuero.
En un punto
del trayecto se obturan los conductos que llevan el combustible al motor. Bertha los
limpia con el alfiler de su sombrero. A
falta de cinta adecuada para aislar un cable de encendido utiliza, unos dicen
que una de sus medias y otros que una de
sus ligas. El talento y la
imaginación de esta mujer encuentran solución a cualquier problema que el Motorwagen presenta.
Aquel viaje, de ida y vuelta, fue un hito en la historia del automóvil y un
acontecimiento sensacional para la época. La proeza se divulga con rapidez. Los
escépticos se convencen de la fiabilidad del vehículo. Bertha no sólo había
conseguido ser la primera mujer que realiza un largo viaje a los mandos de un
automóvil, sino que había puesto en boca de todo el mundo las excelencias
del automóvil que había patentado su
marido. Bertha había logrado su objetivo.