lunes, 2 de enero de 2017

“REFLEXIONES DE UN PROFESOR DE AUTOESCUELA”

He querido que mi primera publicación en este nuevo año que acabamos de estrenar sea la reproducción literal de un artículo que me publicó la revista TRAFICO Y SEGURIDAD VIAL allá por el mes de enero de 1988.




A pesar de haberlo escrito hace nada más y nada menos que 29 años, creo que la situación actual difiere poco de aquella otra que vivíamos los profesores en aquellos años, aunque el “titulo” — más bien certificado — que se les expide ahora sea el de “Profesor de Formación Vial”. Hace algunos años que dejé la profesión por jubilación, pero por lo que oigo y leo y me comentan, lo que escribí en aquel articulo, bien podría escribirlo hoy. El artículo puede ser considerado de plena actualidad. 


Ya ha transcurrido año y medio desde la celebración del Primer Congreso de la Enseñanza de la Conducción. Una de las ponencias que más interés despertó, a mi juicio, fue la denominada “La autoescuela como centro docente”. Más de uno pensamos, en aquel momento, en la proyección que podía tener aquella ponencia en nuestra profesión. Soy de los que piensan — y más de uno considera conmigo — que existe, desde hace varios años, o mejor dicho, desde que alguien se dedicó por primera vez a esta profesión, una crisis de identidad profesional sustentada en la dificultad de identificar la acción social como docentes.
De allá a estos días, percibo una cierta inmovilidad, no sólo por parte de la Administración, a pesar de la comisiones de seguimiento, sino también en el colectivo afectado. Intuyo, y ojalá me equivoque, que hemos pasado de la verbena al entierro.
Aporté mi grano de arena a dicho Congreso enviando u pequeño y humilde trabajo a la comisión a través de la Jefatura Provincial de Tráfico de Barcelona. Asistí a las reuniones a las que se me convocó. Asistí al Congreso. Sigo asistiendo a las comisiones de seguimiento y veía más ilusión antes del Congreso que al final del mismo. Veo —al menos me lo parece —que estamos pasando por una etapa de modorra, de bajísimo pulso vital, de encefalograma casi plano.
¿A qué se deben estos altibajos, ese camino recto seguido de curvas y contracurvas, estos zig-zags? Entre otras razones, a que los problemas que tiene la profesión se tratan casi únicamente como fenómenos coyunturales, efervescencias superficiales y se olvida o se deja de lado el enfoque a fondo de soluciones estructurales y progresistas. Se hacen tratamientos sintomatológicos, procurando calmar el dolor, pero no se acomete ni se extirpa la etiología del mal, sus raíces, sus engranajes imbricados a lo largo de los años.
De esta  manera, los problemas se repiten  y se reproducen fácilmente tras breves ciclos.
La labor diaria de un profesor de autoescuela es una forma de servicio público que exige de él conocimientos especializados, adquiridos y conservados  gracias a una actividad rigurosa y constante. Por otro lado, toda función docente debe ser, además y necesariamente, educadora. 
La autoescuela, mediante sus elementos humanos, profesores, atiende  a  objetivos de aprendizaje cognoscitivos, afectivos y psicomotores. Es obvio que realizamos  una función docente y en cierta forma educativa, aunque haya surgido para satisfacer una necesidad inmediata y próxima como es la de conducir.
La autoescuela está estructurada para producir efectos a corto plazo. No tenemos una metodología específica, pero al tener una enseñanza individualizada, sea o no tecnológica, nos movemos en un terreno perfectamente abonado para investigar o estudiar métodos de la enseñanza de la conducción.
Los profesores, y con nosotros las autoescuelas, hemos pervivido en un proceso ajeno casi totalmente a cualquier planificación. La total desconexión entre nuestra profesión de docentes en una enseñanza “no formal” ha conllevado, conlleva y, si no se pone remedio pronto y puntual, conllevará un total desaprovechamiento de nuestra potencialidad. Nuestra profesión ha sido y sigue siendo subvalorada a nivel académico, a pesar de que en aspectos puntuales nuestra productividad formativa e instructiva sea superior a las de las instituciones formales.
 Hay un gran desaliento en los profesores y directores  de autoescuela  porque no ven que se despeje su futuro, ni desde la perspectiva económica, ni desde la de reconocimiento profesional ni académico.
Cuando el que ha dedicado su vida y su entusiasmo a esta enseñanza  recapacita, en su soledad, sobre sus problemas profesionales, las dudas le asaltan y le paralizan. Si a esto añadimos las largas jornadas de trabajo dedicadas a la autoescuela podemos llegar fácilmente al agotamiento, nocivo para nosotros mismos, para nuestra familia y para todo el alumnado.

Hemos de pensar que una de las vigas maestras de la seguridad vial es la buena formación de los futuros conductores y ésta descansa en la buena labor que realice el profesor  en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Las reformas que puedan desprenderse de los congresos serán una realidad si el profesorado está capacitado  tanto para producirlas como para aplicarlas. La formación de los profesores es el problema clave  de toda reforma de enseñanza  y ésta, para ser llevada a la práctica, es necesario que cuente de  antemano con ellos. Es una idea bastante extendida que el estacionamiento y la inercia de cualquier estructura escolar o de cualquier metodología didáctica es un efecto consecuente  de la falta de preparación y actualización de los profesores.
Si los profesores seguimos siendo el factor primordial en el hacer de la autoescuela, lo sistemas pedagógicos no podrán modernizarse mientras los profesores no hayamos revisado, renovado y actualizado  nuestros procedimientos de acción. No deberíamos jamás constituirnos en línea de resistencia de las reformas de enseñanza de la conducción, sino más bien prepararnos adecuadamente para producirlas y aplicarlas. Sé que todos o casi todos dirán sí…pero primum vivere…y después ya filosofaremos.