jueves, 28 de mayo de 2015

UNA AUTOESCUELA EN EL SIGLO XIX

y además tenía su propia pista de aprendizaje

En octubre de 1898 la Compagnie Générale des Petites Voitures pone en circulación varios coches automóviles movidos por electricidad. 

Estos coches, que empiezan a llamar la atención de los parisinos, están destinados, de momento, al uso exclusivo de los ingenieros de la Compañía.  Sus directivos quieren que cuando se pongan al servicio del público no haya que corregirles ningún defecto ni pueda llegar a ocurrir accidente alguno. Esto dañaría el prestigio que la compañía de taxis tiene en París. El modelo que han elegido es el landaulet. Los acumuladores que proporcionan la potencia al motor van bajo el coche y el motor queda detrás, dentro de una especie de arca. Puede alcanzar una velocidad de 15 km/h. Algunos opinaban que esta velocidad podría llegar a ser hasta excesiva para circular por  París.

Bajo el asiento hay un aparato llamado combinador regido por una palanca que manipula su conductor con la mano izquierda. El dispositivo se llama así porque mediante algunas combinaciones llevadas a cabo por su conductor el vehículo se mueve hacia delante, hacia atrás o se detiene si la palanca se coloca en posición vertical.



El conductor dirige el vehículo mediante un volante  que es como una pequeña rueda de timón y que maneja con la mano derecha. Este volante mediante un engranaje hace girar las ruedas delanteras a izquierda o derecha. Las ruedas de sus predecesores se hacían girar mediante una palanca. El coche dispone de dos frenos: uno actúa sobre las llantas de las ruedas traseras que son motrices y otro sobre los ejes. Ambos entran en funcionamiento por medio de unos pedales colocados al alcance del conductor. Para moderar la marcha puede utilizar también la palanca del combinador,  esa que sirve para detener el vehículo.

La energía que les proporcionan los acumuladores le dan una autonomía de entre 50 y 60 kilómetros. Una vez consumida hay que cargar de nuevo en alguna de las plantas o fábricas que hay al efecto.

La Compagnie Generale des petites Voitures (CGV) tiene construida  una de estas plantas en Aubervilliers, municipio próximo a Paris. Y aunque nos parezca insólito, a la vez que construyó su fábrica, creó una autoescuela o como dijo alguna prensa de la época, una academia de conductores: La compañía ha establecido en Aubervilliers una academia de conductores mecánicos para que aprendan la manera de dirigir los carruajes. La época era, no lo olvidemos, el siglo XIX, año 1898.



Para la enseñanza de aquellos conductores mecánicos construyó alrededor de la planta una pista de enseñanza en la que practicarían los alumnos.  Alguna prensa del inicio del siglo XX, refiriéndose a dicha pista, escribió textualmente: (…) donde los cocheros mecánicos se amaestren en el manejo de los vehículos, con el objeto de no acometer atropellos en las calles.

Para dar una enseñanza eficaz, la pista la construyen con distintos pavimentos: hay tramos con un firme resbaloso  que se moja con agua para que sea más deslizante y de escasa adherencia donde algún aprendiz  traza sobre el suelo con su vehículo extraños movimientos que podrían llegar a rivalizar con un experto patinador en una pista de hielo; otros  están pavimentados con marcadam o con adoquines; a lo largo de sus 700 metros construyeron rampas y pendientes, tramos rectos y con curvas de distinto radio. Aquí una rampa del 5% a la que sigue un tramo llano con una curva; más adelante otra rampa del 10% con un pavimento rugoso de unos cuarenta metros de longitud que cuando se hace el recorrido en sentido contrario se transforma en pendiente. En fin, han intentado simular lo más parecido a una calle parisina.


Los alumnos, excocheros la mayoría,  que han abandonado las riendas y el látigo para los caballos de sangre y se han cambiado a la rueda de  dirección para los caballos mecánicos, aprenden,  bajo la vigilancia de un experimentado profesor,  a sortear toda clase de escollos y dificultades que pueden encontrar por las calles de Paris. Aquí encuentran un montón de madera abandonada en la calle, un poco más adelante será un montón de piedras y hasta vidrios podrían llegar a encontrar. Pero lo que más llama la atención es el considerable número de siluetas representando todo tipo de peatones: gruesos señores que fuman plácidamente su puro, vendedores ambulantes que ofrecen su mercancía a gritos, militares, nodrizas, niñeras que empujan un cochecito y hasta algún perro cruzando el arroyo — así se ha llamado a la calzada en otros tiempos —.  Por no faltar en esta representación de la fauna parisina, no falta ni el ciclista, aunque en ocasiones sea aplastado por algún alumno algo atolondrado y poco hábil. 



Estos cocheros reciben enseñanzas sobre el manejo del vehículo y practican, bajo la atenta mirada de un experto profesor. Aprenden a sortear cualquier obstáculo sin atropellar a nadie de esta muchedumbre… de cartón y madera que invade la pista de aprendizaje.


A pesar del esfuerzo, la inquietud y las buenas intenciones de los dirigentes de la Compagnie Generale des petites Voitures (CGV), lo mismo en Paris que en cualquier otra ciudad, ocurrirán, lamentablemente,  atropellos, contusiones y otros incidentes o accidentes en los cuales no se aplastarán unos trozos de madera o cartón como en Aubervilliers o en Viena, sino que se pondrá en peligro la vida de pacíficos y cachazudos ciudadanos que pasean tranquilamente.





Hay constancia documental de que, también en el 1898, se terminó de construir en Viena  una pista  similar  a ésta donde cualquier chauffeur vienés podrá  practicar el manejo de los carruajes automóviles para evitar tantos atropellos como se producen por la ineptitud de los conductores.

En el casi rematado siglo XIX, circulaban por Viena más de dos mil quinientos automóviles y, ya fuera por la impericia  de sus conductores o  por  aquellas endiabladas velocidades (unos 20 km/h)  que, a juicio de muchos ciudadanos, no debieran estar permitidas, no pasaba día sin que en las calles de Viena no se registrase alguna desgracia ocasionada por alguno de aquellos automóviles. Los promotores de esta pista de aprendizaje estaban en el convencimiento de que con algo de enseñanza y de entrenamiento se podrían evitar  en su ciudad casi todos los atropellos.

Al igual que en la pista de Aubervilliers se colocaron numerosos  obstáculos en el centro y a los lados de la pista, unos fijos y otros móviles. Con el objetivo de aprender a sortearlos, se intentó reproducir todos los estorbos  que habitualmente dificultan una buena circulación por las calles de cualquier gran ciudad.

La inquietud por preparar a los conductores de automóviles viene de lejos; de tan lejos que ya se remonta al siglo XIX, al inicio de la historia del automóvil. Y con él ha recorrido un camino paralelo, aunque con resultados desiguales.

De las autoescuelas creadas por entidades que no se han dedicado de manera específica a la formación del conductor, la Compagnie des Petites Voitures es la más antigua (al menos, de las que el autor de este blog  tiene conocimiento). 

A estas entidades le han seguido, como ya saben los lectores de este blog, la  Escuela de Chauffeurs de Turin (1904),  la Escuela de Chauffeurs de la Hispano-Suiza en Barcelona (1909), la Escuela de Chauffeurs de la Unión de Cocheros de Madrid  (1910), la de Berlín para chauffeurs de autobuses (1925) y no olvidemos la que acaba de crear  la Mutua Madrileña (2015).












martes, 19 de mayo de 2015

EL AUTOMÓVIL Y LA AUTOESCUELA (IV)

Pioneros del automóvil: El coche eléctrico

El automóvil eléctrico no es un recién llegado, es un invento del siglo XIX. Tiene casi dos siglos de historia aunque esté repleta de altibajos, de luces y de sombras.  Su invención se remonta a la primera mitad del siglo XIX y hay que decir que apareció antes que el vehículo con motor de explosión. Y sería justo decir también que los coches eléctricos que circulaban por los caminos de los países industrializados en los años iniciales del siglo XX superaban en número a los movidos por vapor o por derivados del petróleo. Vamos que en aquella época eran los dueños de las carreteras, más bien de los caminos.

Mientras que la industria europea concentraba sus esfuerzos en ofrecer a sus clientes un automóvil rápido,  la americana,  que empieza a vislumbrar el futuro del automóvil eléctrico, piensa en su fabricación a gran escala y  en su posterior comercialización y pronto empiezan a surgir marcas como Morris y Salom, Baker Motor Company o Studebaker que lograron un  cierto éxito comercial antes de entrar de lleno en el siglo XX.

Fue un tal Robert Anderson, un industrial escocés el que, en 1839, inventó el que sería el primer coche eléctrico de la historia. No era otra cosa que un carruaje equipado con un motor eléctrico alimentado por una pila de energía no recargable. Aquel motor sólo fue capaz de mover aquel vehículo a una velocidad de 6 kilómetros por hora.


En 1881, los ingleses William Ayrton y John Perry crean el primer triciclo eléctrico. Su batería le proporcionaba una potencia de medio caballo y podía recorrer, dependiendo del terreno, entre 16 y  kilómetros a una velocidad de 15 km/h.




Por este mismo año (1881), el francés Charles Jeantaud, con ayuda de otros, diseñó y construyó su primer coche eléctrico. Era un vehículo pesado, su motor eléctrico funcionaba con 21 baterías. Este vehículo y los que construyo posteriormente fue financiado por el aristócrata francés Gaston de Chasseloup Laubat y que fue además conductor habitual de estos vehículos.  

Transcurre poco más de una década, y el ingeniero mecánico Henry G. Morris y el químico Pedro G. Salom se asocian y construyen, en 1894  el  “Electrobat”, maravilla de ingeniería, según opiniones de sus contemporáneos. Disponía de dos motores de 1.5 caballos cada uno que hacían posible que circulara a una media de 32 km/h., pudiendo recorrer una distancia de unos 40 kilómetros.

Los primeros modelos  tenían ruedas de hierro para soportar el enorme peso de la   batería.  Para el primer viaje de prueba se necesitó de un permiso del Ayuntamiento que puso un policía por delante para despejar cualquier carruaje de caballos que hubiera en el camino y evitar el pánico en los animales.


 En 1898, Gaston de Chasseloup Laubat  pilotando vehículos electrcios Jeantaud bate el record de velocidad de 63.149 km/h. Un año más tarde lo establece en 92.696 km/h.







El enorme peso de las baterías y el hecho de no ser recargables era dos grandes inconvenientes de los primeros vehículos eléctricos. Transcurrieron cuatro décadas hasta que se inventaron las primeras baterías recargables. Fue a partir de entonces cuando el coche eléctrico empieza a fabricarse en plan industrial.

Antes de alcanzar el siglo XX, en 1899, el piloto Camille Jenatzy, con un coche eléctrico llamado “La Jamais Contente”, logra alcanzar 105 kilómetros por hora, estableciendo un nuevo record de velocidad.




Antes de alcanzar el siglo XX, la Baker Motor Vehicle Company empieza a producir el Baker Electric en dos modelos distintos. Ambos disponía de dos asientos y baterías de 12 células que le proporcionaban potencia sufieciente para recorrer una distancia de 160 kilómetros a una velocidad de 35 km/h.





El coche eléctrico se ponía de moda. Estos coches se impusieron  a otros medios de transporte y tal era su éxito que en el año 1900, casi el 30% de los automóviles que rodaban por EEUU eran eléctricos. Parece ser que, por lo menos, había veinte mil automóviles movidos por electricidad. Con la entrada del nuevo siglo se empezó la construcción de autobuses y taxis eléctricos.  




El entusiasmo por los coches eléctricos también se instaló en Europa, en especial en Francia. Nuestro país no fue ajeno a la moda de aquellos primeros automóviles. Una empresa, la “E. la Cuadra y Cía”, Compañía General de coches-automóviles Emilio de la Cuadra fue la primera que se en Barcelona y a pesar de los importantes esfuerzos que dedicó a su desarrollo tuvo escaso éxito. Su aventura apenas duró poco tiempo  y en 1901, debido a la falta de recursos económicos, tecnológicos y materiales, tuvo que cerrar. Algunos de sus acreedores, aprovechando la maquinaria y el personal especializado, constituyeron la empresa “F. Castro y Cía”, dedicada a la fabricación de automóviles con motor de explosión. De esta esta empresa surgiría, en 1904, La Hispano Suiza.


Aquellos automóviles con motor eléctrico eran silenciosos y fáciles de arrancar porque no era necesaria la incómoda manivela de aquellos otros con motor de combustión, pero tenían escasa autonomía y una velocidad máxima reducida, apenas superaban los 30 km/h. Por  estos y otros motivos pronto llegó su declive en beneficio de los propulsados por motores alimentados por gasolina. A todo esto se añadió el machismo de la época:


“Para ciertos sectores de la población el coche eléctrico carecía de virilidad. No era lo suficientemente potente, era demasiado silencioso y por encima de todo era muy apreciado por las mujeres. En una sociedad machista como la de la época, el motor térmico con sus ruidos y sus escapes humeantes se veía como algo más impresionante y exclusivo. De hecho su complejidad mecánica hacía que las mujeres quedaran excluidas en las tarea de reparación y convertía al motor de combustión en un objeto decididamente masculino”.

La historia del automóvil eléctrico a los largo del siglo XX  se ha catalogado como una sucesión de oportunidades perdidas e intentos fallidos. Después de su excelente desarrollo industrial y unas perspectivas de futuro envidiables, los fabricantes lo dejaron  de lado en beneficio del automóvil con motor de combustión interna.



Parece ser que nuevas generaciones de aquellos pioneros del siglo XIX llegarán a la edad adulta en el siglo XXI. Estamos viendo como resurge el automóvil eléctrico. Se empieza a escribir una nueva página de la historia del automóvil.  


Próxima publicación: UNA AUTOESCUELA EN EL SIGLO XIX.













martes, 12 de mayo de 2015

EL AUTOMÓVIL Y LA AUTOESCUELA (III)

Pioneros: automóviles  impulsados por un motor a vapor

Desde un punto de vista histórico, los fabricantes de automóviles, en cuanto al elemento de propulsión de los mismos se refiere, han recorrido tres caminos: el de los vehículos a vapor, el de los eléctricos y el  de los automóviles de combustión interna. En estos últimos años están recorriendo un cuarto, el de los vehículos híbridos, aunque hay que decir que lo están  haciendo a “velocidad anormalmente reducida”. Y por último acaban de iniciar otro: el de los vehículos  autónomos o vehículos sin conductor.

La aplicación del vapor al movimiento de las máquinas abre un vasto campo a la mecánica y a la industria. Se  aplica por un lado a los carruajes que circulan por caminos de hierro en los que las ruedas marchan por un carril constante del que no pueden separarse y, por otro, a los carruajes que recorren caminos de tierra y que, a voluntad de su conductor,  pueden cambiar de dirección en cualquier cruce de caminos dejando uno para seguir por otro diferente.

Las ventajas de aquellos vehículos que viajan por caminos de hierro eran verdaderamente prodigiosas, sin embargo no dejaban de encontrarles inconvenientes: era preciso repartir la carga entre varios carros atados unos a otros con el consiguiente aumento de gasto por un lado y, por otro,  el incremento de dificultad para manejar y dirigir tantos carruajes enganchados unos a otros; no se pueden encontrar de ida y de vuelta salvo en determinados parajes; no se desplazan a derecha ni a izquierda, ni cambian de dirección porque su dirección está predetermina por la vía una vez que se ha elegido el sentido.

Inventores, ingenieros y hábiles mecánicos, para remediar estos y otros inconvenientes,  conciben y fabrican  carruajes de vapor que, aunque no tengan la extraordinaria rapidez de los destinados a los caminos de hierro, puedan viajar por cualquier parte, ya sea por llanura y por montaña, puedan cambiar de dirección y de sentido y pueden parar en cualquier lugar del camino que lo deseen sus conductores.

Los primeros vehículos a vapor fueron los destinados a desplazarse mediante raíles. Fue James Watt,  allá por el año  1769, el inventor de  la primera locomotora a vapor.

Nicolás-Joseph Cugnot, oficial de ingenieros del ejercito francés buscaba una forma de arrastrar los grandes cañones de artillería e ideó y construyó un primer prototipo en 1769 al que llamó Fadier. Se considera que fue el primer automóvil. Era un triciclo con ruedas de madera, llantas de hierro y  pesaba 4,5 toneladas. Un año después (1770) construye el segundo prototipo que era una versión mejorada del anterior. Su consumo era muy elevado debido al tiempo que necesitaba para alcanzar la temperatura adecuada para poder desarrollar su fuerza. Éste vehículo fue protagonista del primer accidente de la historia al chocar contra una pared. La última versión que se construyó se encuentra expuesta en el Museo Nacional de la Técnica de París.

La carrera por lograr reemplazar al caballo  por un vehículo autopropulsado continuó, especialmente en Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.

He aquí una recreación del susodicho primer accidente.


Después del fracaso del Carro de Cugnot, los británicos atribuyen la construcción del primer automóvil de vapor destinado al transporte de personas a Richard Trevithick. Este inventor e ingeniero inglés, tras asociarse con Andrés Vivian, inició la construcción de su vehículo conocido como locomotive. En su primera prueba, la máquina se paró porque la caldera se   había quedado sin agua y, en consecuencia, el mecanismo carecía de vapor. En la segunda, la caldera también se quedó sin agua y las piezas de madera se calentaron tanto que la máquina se incendió. En 1802, ya estaban preparados los planos de una nueva máquina, prevista para estar adaptada a una calesa para el transporte de pasajeros.

En 1803 se terminó la construcción de un vehículo que se llamó London Steam Carriage. Se realizaron las primeras pruebas y ese mismo año Trevithick se aventuró en un viaje desde Leather Lane hasta Paddington, desde allí a Islington y luego regresó al punto de partida. El recorrido era considerable y el viaje se llegó a considerar como un éxito, sin embargo este vehículo de vapor no llegó a imponerse debido a que su mantenimiento resultaba más  costoso que otro vehículo de características similares arrastrado por caballos de sangre.

 Oliver Evans construye en Filadelfia el primer automóvil de vapor en el continente americano en el 1803.


Desde 1822, en Gran Bretaña funcionaron diligencias de vapor. La construida por Gurney realizaba el trayecto entre Londres y Bath recorriendo unos 170 kilómetros con 18 pasajeros a bordo.



El francés Amédee Boleé tuvo listo su primer vehículo en 1873. Podríamos decir que era una diligencia sin caballos de sangre (la edad de oro de estos vehículos había quedado atrás). Le llamó L´obeissante (El obediente) por su fácil manejo. Su primer viaje por carretera fue de Le Mans a París y lo hizo en 18 horas transportando 12 viajeros a una velocidad media de 30 km/h. Era de tracción trasera (quizá habría que decir, para ser más exacto, de propulsión) y estaba movido por dos motores de vapor, uno para cada rueda. El vehículo original se conserva en la colección del Conservatoire National des Arts et Métiers de París.


Fueron muchos los inventores que construyeron vehículos impulsados por vapor. En Gran Bretaña el vehículo a vapor tuvo sus años de desarrollo en los años que van de 1820 a 1840. Estas dos décadas  podrían considerarse como la edad de oro de los vehículos a vapor para el transporte por carretera. Eran máquinas con diseño avanzado y construidas por ingenieros especializados. Sin embargo aquella naciente industria tuvo un recorrido muy corto. Puede que se debiera a dos razones fundamentalmente: una, el gran desarrollo que tuvo el ferrocarril en el transporte y otra que eran vehículos muy pesados que deterioraban mucho las carreteras. Pero parece que también debieron influir inte-reses no confesables de determinados grupos de poder económico que promovieron la aplicación de la Locomotive Act de 1865, restrictiva ley que supuso el final de los vehículos de vapor por carretera en Gran Bretaña y durante treinta años fue un gran obstáculo para cualquier intento de desarrollo de  vehículos autopropulsados para el transporte por carretera. Este fue el motivo por el que el progreso  del motor de combustión tuviera lugar en países como Francia, Alemania y Estados Unidos y no en Gran Bretaña.  

Una de las más modernas diligencias de vapor de la época y que empezó a circular  en octubre de 1833 es la que se representa en el siguiente  grabado publicado en agosto de 1837 en un semanario de la época (SEMANARIO PINTORESCO). La invención es de Mr. Church. Hizo el servicio de Londres á Birminghan pudiendo transportar hasta cincuenta viajeros entre los asientos interiores y exteriores. Tenía una fuerza de sesenta caballos y la virtud de no expulsar humo alguno. Las ruedas eran anchas; la caldera estaba asegurada de explosiones por medio de válvulas de seguridad y el movimiento bastante suave porque disponía de una excelente amortiguación al estar montado el habitáculo sobre eficaces muelles.


En España, como es sabido, no podemos presumir de ser precursores de la máquina de vapor, sin embargo no faltan autores en  situar en  nuestro país algunos de los primeros locomobiles . El primero  construido en España data de 1857, y se construye en los talleres Nuevo Vulcano de Barcelona. Fue construido por encargo de la sociedad “La Ascensión”  de Amposta. Antonio Serrallach fue su diseñador. Dos años después, los mismos talleres construyeron un segundo vehículo de características similares.

En un automóvil construido por el ingeniero Pedro Rivera se realiza un viaje en 1861 de Valladolid a Madrid a una velocidad máxima de 15  km/h. y un consumo de 47 Kg. de carbón  por hora. A este vehículo se le puso el nombre de “Castilla” y al que le sucedió se le denominó “Príncipe de Asturias”.



       











viernes, 8 de mayo de 2015

 Imputada por intentar sobornar a su examinador de tráfico en Palma

La Guardia Civil de Tráfico ha interrogado como imputado a una chica por intentar sobornar a su examinador de tráfico que le acababa de suspender la prueba práctica de conducción. Se trata  por el momento de una investigación por cohecho, un grave delito que está castigado en el Código Penal con penas de hasta seis años de cárcel.
Los hechos ocurrieron esta misma semana en Palma. Una chica se presentaba al examen práctico para obtener el permiso de conducción. No le fue bien y cuando terminó de hacer su recorrido, el profesional de la Dirección General de Tráfico le comunicó que estaba suspendida. Entonces fue cuando, según la denuncia del examinador, la joven preguntó si había alguna manera de arreglar su suspenso. 

Llegó a añadir que era algo que ella creía que se hacía de forma habitual y que si había una cantidad económica que pagarle para poder convertir el suspenso en un aprobado y así obtener la licencia de conducir sin tener que volver a pasar por el examen. El funcionario de Tráfico optó por no dejar pasar la situación y acudió de forma inmediata a presentar una denuncia ante la Guardia Civil de Tráfico. De esta manera, tras contar con la declaración del denunciante, los agentes citaron también a la joven en las dependencias de la Guardia Civil de Son Rapinya para que respondiera por los hechos. Ella quitó importancia a lo ocurrido.
Ahora la causa pasará a un juzgado de instrucción de Palma que decidirá si mantiene la imputación por cohecho.
(Información completa: www.ultimahora.es)

jueves, 7 de mayo de 2015

MUTUA MADRILEÑA ABRE SU PROPIA AUTOESCUELA

Mutua Madrileña se involucra de forma directa en la actividad de formación de conductores. La compañía inaugura su autoescuela, un local integrado dentro de una sucursal propia que la convierte en la primera aseguradora que entra en esta actividad en España.

La división bautizada como "La autoescuela Mutua", de acuerdo a la marca recogida hoy por el Boletín Oficial del Registro Mercantil (Bopi), implica dar un paso más en la preocupación del sector asegurador por mejorar hábitos al frente del volante de sus clientes.

Algunas compañías ofertan, por ejemplo, aplicaciones o dispositivos digitales para ayudar al cliente a corregir errores y reducir la siniestralidad, o simplemente acomodar el precio de la póliza a su forma de conducir, algo que incentiva el mejor manejo del vehículo.

El grupo presidido por Ignacio Garralda ofrecerá descuentos en aseguramiento para sus automóviles o motos a aquellos clientes que se saquen el carne en su centro, en apoyo de esta nueva actividad y como reconocimiento de que logran la licencia con la óptima formación.


(Fuente: www.eleconomista.es)

miércoles, 6 de mayo de 2015

EL AUTOMÓVIL Y LA AUTOESCUELA (II)

La prehistoria del automóvil

Es difícil determinar con precisión quien fue el primero que tuvo la idea de construir un automóvil, cuándo la tuvo y cómo surgió. Se sabe  que no fue el resultado del ingenio o del trabajo de un hombre solo, determinado y concreto, sino que surgió de una suma de ideas, de imaginación  y de esfuerzos de muchos hombres a lo largo del tiempo.

A poco que indaguemos sobre historias de inventos veremos  que en los orígenes de cualquiera de ellos hay una fauna humana interesante y variopinta, pero en cualquier caso hay ingenio humano, ideales de progreso y hasta deseos de solucionar problemas a sus semejantes. La Historia del automóvil no constituye ninguna excepción.


“Los carros asolarán los caminos, se desafiarán unos a otros, brillarán como antorchas y correrán como relámpagos”; estas grandilocuentes palabras parece que salieron de la boca de Nathan, profeta que ejerció en la corte del rey David, cien años antes del nacimiento de Cristo. Si el tal Nathan profetizó, como dicen algunos, sobre el funcionamiento de vehículos desconocidos en su época, sobre el impacto que causarían en la gente y sobre el espíritu de competición que tendrían los automóviles del siglo XX y XXI, no cabe la menor duda de que hizo pleno en sus profecías. El artista francés Leandré lo interpretó así en su cuadro “Llegó el automóvil”.



Fueron innumerables los intentos que se fueron acumulando a través del tiempo para resolver el problema de la locomoción hasta llegar al siglo XIV. Se intentaba con el vapor como fuente de potencia o se intentaba con el viento, o se ensayaba con la combinación de diferentes formas,pero en realidad, el automóvil tiene sus inicios con el nacimiento de los motores de vapor, máquinas capaces de convertir la energía producida por la combustión en energía mecánica. Sin embargo las tentativas para conseguir una propulsión o tracción autónoma de un vehículo para no depender necesariamente de la tracción animal, se remontan a mucho antes, incluso al siglo XV. Los mecanismos inventados, hasta llegar a los más prácticos y funcionales  fueron numerosos, muchos de ellos extravagantes, fantasiosos y llevados a limites inimaginables fuera de la mente de aquellos genios. Se puede decir de aquellos vehículos que son la “Prehistoria del Automóvil”.

El vehículo  ideado por Leonardo da Vinci (1495) fue un claro precursor de los vehículos movidos por una fuerza diferente a la tracción animal. Leonardo se adelantó cuatrocientos años a la aparición del primer automóvil de combustión  interna. Fue, probablemente, el primer hombre en pensar en un vehículo autosuficiente. El vehículo no llegó a construirse. Sólo quedaron sus bocetos. Los estudiosos de Leonardo, siguiendo sus trabajos han hecho una réplica a escala que fue presentada en el Museo de la Ciencia de Florencia.




Otro de los precursores fue el vehículo de propulsión a vela, ideado por el holandés SIMO Stevin en 1599 y conocido como “carrus velivorus”. La reputación de este holandés se debió, en su época, principalmente a su pericia en la ingeniería militar y al haber inventado un carruaje o "yate" terrestre impulsado por velas. Vista la demostración de este vehículo ante  el príncipe de Nassau, Mauricio de Orange, lo consideró  como un entretenimiento para sus invitados y cortesanos y prohibió  cualquier aplicación práctica del mismo pensando que tal medio de transporte arruinaría a los arrieros y al sistema de postas basado en los caballos.


Sea como fuere, el intento de obtener una fuerza motriz que sustituyera a los caballos se remonta al siglo XVII. El vapor parecía el sistema más prometedor, pero sólo se logró un cierto éxito a finales del siglo XVIII