… y además tenía su propia pista de aprendizaje
En octubre de 1898 la Compagnie Générale
des Petites Voitures pone en circulación varios coches automóviles movidos
por electricidad.
Estos coches, que empiezan a llamar la atención de los
parisinos, están destinados, de momento, al uso exclusivo de los ingenieros de
la Compañía. Sus directivos quieren que
cuando se pongan al servicio del público no haya que corregirles ningún defecto
ni pueda llegar a ocurrir accidente alguno. Esto dañaría el prestigio que la
compañía de taxis tiene en París. El modelo que han elegido es el landaulet. Los acumuladores que
proporcionan la potencia al motor van bajo el coche y el motor queda detrás,
dentro de una especie de arca. Puede alcanzar una velocidad de 15 km/h. Algunos
opinaban que esta velocidad podría llegar a ser hasta excesiva para circular
por París.
Bajo el asiento hay un aparato llamado combinador
regido por una palanca que manipula su conductor con la mano izquierda. El
dispositivo se llama así porque mediante algunas combinaciones llevadas a cabo
por su conductor el vehículo se mueve hacia delante, hacia atrás o se detiene
si la palanca se coloca en posición vertical.
El conductor dirige el vehículo mediante un volante que es como una pequeña rueda de timón y que maneja con la mano derecha.
Este volante mediante un engranaje hace girar las ruedas delanteras a izquierda
o derecha. Las ruedas de sus predecesores se hacían girar mediante una palanca.
El coche dispone de dos frenos: uno actúa sobre las llantas de las ruedas traseras
que son motrices y otro sobre los ejes. Ambos entran en funcionamiento por
medio de unos pedales colocados al alcance del conductor. Para moderar la
marcha puede utilizar también la palanca del combinador, esa que sirve
para detener el vehículo.
La energía que les proporcionan los acumuladores le dan una autonomía de
entre 50 y 60 kilómetros. Una vez consumida hay que cargar de nuevo en alguna
de las plantas o fábricas que hay al efecto.
La Compagnie Generale des petites
Voitures (CGV) tiene construida una
de estas plantas en Aubervilliers, municipio próximo a Paris. Y aunque nos
parezca insólito, a la vez que construyó su fábrica, creó una autoescuela o
como dijo alguna prensa de la época, una academia de conductores: La compañía ha establecido en Aubervilliers
una academia de conductores mecánicos para que aprendan la manera de dirigir
los carruajes. La época era, no lo olvidemos, el siglo XIX, año 1898.
Para la enseñanza de
aquellos conductores mecánicos construyó alrededor de la planta una pista de
enseñanza en la que practicarían los alumnos.
Alguna prensa del inicio del siglo XX, refiriéndose a dicha pista,
escribió textualmente: (…) donde los
cocheros mecánicos se amaestren en el manejo de los vehículos, con el objeto de
no acometer atropellos en las calles.
Para dar una enseñanza eficaz, la pista la construyen con distintos
pavimentos: hay tramos con un firme resbaloso
que se moja con agua para que sea más deslizante y de escasa adherencia
donde algún aprendiz traza sobre el
suelo con su vehículo extraños movimientos que podrían llegar a rivalizar con
un experto patinador en una pista de hielo; otros están pavimentados con marcadam o con adoquines;
a lo largo de sus 700 metros construyeron rampas y pendientes, tramos rectos y con
curvas de distinto radio. Aquí una rampa del 5% a la que sigue un tramo llano
con una curva; más adelante otra rampa del 10% con un pavimento rugoso de unos
cuarenta metros de longitud que cuando se hace el recorrido en sentido
contrario se transforma en pendiente. En fin, han intentado simular lo más
parecido a una calle parisina.
Los alumnos, excocheros la mayoría, que han abandonado las riendas y el látigo para
los caballos de sangre y se han cambiado a la rueda de dirección para los caballos mecánicos,
aprenden, bajo la vigilancia de un
experimentado profesor, a sortear toda
clase de escollos y dificultades que pueden encontrar por las calles de Paris.
Aquí encuentran un montón de madera abandonada en la calle, un poco más
adelante será un montón de piedras y hasta vidrios podrían llegar a encontrar.
Pero lo que más llama la atención es el considerable número de siluetas representando
todo tipo de peatones: gruesos señores que fuman plácidamente su puro,
vendedores ambulantes que ofrecen su mercancía a gritos, militares, nodrizas,
niñeras que empujan un cochecito y hasta algún perro cruzando el arroyo — así
se ha llamado a la calzada en otros tiempos —. Por no faltar en esta representación de la
fauna parisina, no falta ni el ciclista, aunque en ocasiones sea aplastado por
algún alumno algo atolondrado y poco hábil.
Estos cocheros reciben enseñanzas sobre el manejo del vehículo y practican,
bajo la atenta mirada de un experto profesor. Aprenden a sortear cualquier
obstáculo sin atropellar a nadie de esta muchedumbre… de cartón y madera que
invade la pista de aprendizaje.
A pesar del esfuerzo, la inquietud y las buenas intenciones de los
dirigentes de la Compagnie Generale des petites Voitures (CGV), lo mismo en
Paris que en cualquier otra ciudad, ocurrirán, lamentablemente, atropellos, contusiones y otros incidentes o
accidentes en los cuales no se aplastarán unos trozos de madera o cartón como
en Aubervilliers o en Viena, sino que se pondrá en
peligro la vida de pacíficos y cachazudos ciudadanos que pasean tranquilamente.
Hay constancia
documental de que, también en el 1898, se terminó de construir en Viena una pista similar a ésta donde cualquier chauffeur vienés podrá practicar
el manejo de los carruajes automóviles para evitar tantos atropellos como se
producen por la ineptitud de los conductores.
En el casi rematado
siglo XIX, circulaban por Viena más de dos mil quinientos automóviles y, ya
fuera por la impericia de sus
conductores o por aquellas endiabladas velocidades (unos 20
km/h) que, a juicio de muchos
ciudadanos, no debieran estar permitidas, no pasaba día sin que en las calles
de Viena no se registrase alguna desgracia ocasionada por alguno de aquellos
automóviles. Los promotores de esta pista de aprendizaje estaban en el
convencimiento de que con algo de enseñanza y de entrenamiento se podrían
evitar en su ciudad casi todos los
atropellos.
Al igual que en la
pista de Aubervilliers se colocaron numerosos obstáculos en el centro y a los lados de la pista,
unos fijos y otros móviles. Con el objetivo de aprender a sortearlos, se
intentó reproducir todos los estorbos que habitualmente dificultan una buena
circulación por las calles de cualquier gran ciudad.
La inquietud por preparar a los conductores de automóviles viene de lejos; de tan lejos que ya
se remonta al siglo XIX, al inicio de la historia del automóvil. Y con él ha
recorrido un camino paralelo, aunque con resultados desiguales.
De las autoescuelas
creadas por entidades que no se han dedicado de manera específica a la
formación del conductor, la Compagnie des Petites Voitures es la más antigua (al
menos, de las que el autor de este blog tiene conocimiento).
A estas entidades le han seguido,
como ya saben los lectores de este blog, la
Escuela de Chauffeurs de Turin (1904),
la Escuela de Chauffeurs de la Hispano-Suiza en Barcelona (1909), la Escuela
de Chauffeurs de la Unión de Cocheros de Madrid
(1910), la de Berlín para chauffeurs de autobuses (1925) y no olvidemos
la que acaba de crear la Mutua Madrileña
(2015).