lunes, 17 de octubre de 2016

AQUELLAS AUTOESCUELAS DEL SIGLO PASADO (IX)

De 1960 a 1969


(3ª parte)

  
La segunda mitad de la década de los sesenta fue pródiga en disposiciones y noticias que afectaron,  de una manera u otra, a la actividad de aquellas autoescuelas. Entre ellas, cabe destacar principalmente: la modificación de los permisos de conducir (a la que ya hemos aludido en una entrada anterior),  la sustitución en los exámenes de conducir de los Ingenieros de Industria por técnicos de la Jefatura Central de Tráfico y la aprobación y posterior publicación en el BOE de un reglamento de autoescuelas

Se reconoce la gran importancia que ofrece la circulación de vehículos y sus repercusiones de carácter económico, social y político. Como fenómeno social, favorece y genera unos peculiares usos sociales y la aparición de grupos, en cierta manera antagónicos, conductores, peatones, ciclistas… Conseguir una cierta armonía entre los derechos y obligaciones de todos  los implicados exige una minuciosa ordenación orientada a conseguir unos parámetros óptimos de seguridad y de fluidez en la circulación vial. Lamentablemente, después de medio siglo, estamos aún lejos de alcanzarlos en grandes y medianas ciudades.


Debido a la creciente motorización de los españoles aumentan los accidentes y los fallecidos se incrementan año tras año de forma muy preocupante.


Los meteorólogos pronosticaban una temperatura máxima de 23º, la Corporación daba la bienvenida a 1.364 millones de pesetas para mejoras viales, España vencía a Turquía por 2-0 con goles de Grosso y Gento. Eran noticias que se podían leer en la prensa madrileña de aquel dia de junio de 1967. Pero también se publicó otra, que dejó preocupado al colectivo de autoescuelas de Madrid, cuyo titular decía: UN PROYECTO REVOLUCIONARIO PARA LA ENSEÑANZA Y EL EXAMEN DEL CONDUCTOR.

El proyecto, calificado pomposamente de evolucionario, había  sido presentado a la Administración por el Colegio de Ingenieros Industriales de Madrid. Se trataba de construir en la Ciudad  una “planta piloto” para la formación diaria de un centenar de conductores. Ello significaba, en opinión del autor del artículo, el cierre de las academias de conducir madrileñas  con todas las implicaciones de tipo laboral y social que acarrearía una acción de este tipo.

En el  informe del Colegio, entre otros argumentos bastantes peregrinos, alegaban que la formación que darían a los alumnos en el centro piloto sería muchísimo más completa que la que proporcionaban las autoescuelas, que las  3.500 pesetas por el permiso “clase B”, que cobraba de media las autoescuelas por el susodicho permiso, ellos sería capaces de rebajarlo a 2.500 pesetas, y algunos más de esta guisa.




Aquel “revolucionario proyecto” no tuvo recorrido alguno y al poco tiempo se diluyó como un azucarillo en un oloroso café.

Como bien saben mis coetáneos, en aquellos años, los exámenes de conducir bien podrían calificarse de ridículos. La enseñanza se limitaba, en la mayoría de casos, a la práctica de las tres o cuatro maniobras que exigían para aprobar. 

Próximas las fechas en las que la Jefatura Central de Tráfico se haría cargo de la realización de las exámenes de conducir y, quizá debido a ello, se abrió un debate en una parte de la prensa, en los profesionales y en una parte de la sociedad, sobre todo si en su entorno había algún aspirante a obtener un permiso de conducir en fechas próximas. Se polemizó sobre la enseñanza en las Academias de Conductores, las exigencias en los exámenes, el nivel de capacitación de aquellos  “instructores”, el coste de sacarse un carnet de conducir, etc. De siempre han sido temas manidos y recurrentes.  

Por aquellos años ya se pedía, desde el Grupo Sindical Nacional de Autoescuelas, unos exámenes más racionales y que hubiera una segunda prueba que sería de circulación por carretera y ciudad.



En opinión de las representantes de las autoescuelas, además del problema de los exámenes, existían otros no menos importantes: el de los instructores y el de los examinadores. Por eso empezaban a mirar hacia Francia y hacia Alemania para copiar de sus sistemas de formación y de sus exámenes. Estos países ya tenían una larga experiencia. Disponían de autopistas desde hacía 30 años.    Tenían coeficientes de un automóvil por cada cuatro o cinco habitantes.En Francia funcionaban unas nueve mil  autoescuelas y en Alemania Occidental unas doce mil. Mientras tanto, en España desconocíamos las autopistas, nuestro coeficiente  era de un automóvil   por cada treinta habitantes y solo funcionaban dos mil autoescuelas o menos. Es puerill inventar lo que ya estaba inventado. Era más lógico e inteligente copiar de los sistemas de estos países y adaptarlos a  las posibilidades del nuestro, esto era, al menos, lo que aconsejaban voces autorizadas de aquellas autoescuelas.


Aquellos instructores (hoy profesores de autoescuela o profesores de formación vial) reunían los requisitos exigidos por la normativa vigente, pero la mayoría de ellos no eran idóneos para la formación de los conductores. No habían sido formados para realizar esta actividad.

La normativa solo exigía disponer de un  permiso de conducir la clase máxima, es decir, el D + E. En caso de enseñanza con motocicleta, el de la clase A2. Ello obligaba a las autoescuelas a contratar profesores que podrían ser  excelentes conductores, pero su actitud y aptitud como profesores, salvo honrosas excepciones, era enormemente deficiente. Casi todos habían dejado el camión para subir al Seat 600 y empezar a enseñar a conducir.

Los representantes de las autoescuelas tenían un proyecto: seleccionar a personas con un determinado nivel cultural y que estos superasen unos cursos de formación pedagógica. Por entonces ya se estaban impartiendo en Madrid  a los directores unos cursillos que llamaban de “información pedagógica”.
(continuará…)