martes, 12 de mayo de 2015

EL AUTOMÓVIL Y LA AUTOESCUELA (III)

Pioneros: automóviles  impulsados por un motor a vapor

Desde un punto de vista histórico, los fabricantes de automóviles, en cuanto al elemento de propulsión de los mismos se refiere, han recorrido tres caminos: el de los vehículos a vapor, el de los eléctricos y el  de los automóviles de combustión interna. En estos últimos años están recorriendo un cuarto, el de los vehículos híbridos, aunque hay que decir que lo están  haciendo a “velocidad anormalmente reducida”. Y por último acaban de iniciar otro: el de los vehículos  autónomos o vehículos sin conductor.

La aplicación del vapor al movimiento de las máquinas abre un vasto campo a la mecánica y a la industria. Se  aplica por un lado a los carruajes que circulan por caminos de hierro en los que las ruedas marchan por un carril constante del que no pueden separarse y, por otro, a los carruajes que recorren caminos de tierra y que, a voluntad de su conductor,  pueden cambiar de dirección en cualquier cruce de caminos dejando uno para seguir por otro diferente.

Las ventajas de aquellos vehículos que viajan por caminos de hierro eran verdaderamente prodigiosas, sin embargo no dejaban de encontrarles inconvenientes: era preciso repartir la carga entre varios carros atados unos a otros con el consiguiente aumento de gasto por un lado y, por otro,  el incremento de dificultad para manejar y dirigir tantos carruajes enganchados unos a otros; no se pueden encontrar de ida y de vuelta salvo en determinados parajes; no se desplazan a derecha ni a izquierda, ni cambian de dirección porque su dirección está predetermina por la vía una vez que se ha elegido el sentido.

Inventores, ingenieros y hábiles mecánicos, para remediar estos y otros inconvenientes,  conciben y fabrican  carruajes de vapor que, aunque no tengan la extraordinaria rapidez de los destinados a los caminos de hierro, puedan viajar por cualquier parte, ya sea por llanura y por montaña, puedan cambiar de dirección y de sentido y pueden parar en cualquier lugar del camino que lo deseen sus conductores.

Los primeros vehículos a vapor fueron los destinados a desplazarse mediante raíles. Fue James Watt,  allá por el año  1769, el inventor de  la primera locomotora a vapor.

Nicolás-Joseph Cugnot, oficial de ingenieros del ejercito francés buscaba una forma de arrastrar los grandes cañones de artillería e ideó y construyó un primer prototipo en 1769 al que llamó Fadier. Se considera que fue el primer automóvil. Era un triciclo con ruedas de madera, llantas de hierro y  pesaba 4,5 toneladas. Un año después (1770) construye el segundo prototipo que era una versión mejorada del anterior. Su consumo era muy elevado debido al tiempo que necesitaba para alcanzar la temperatura adecuada para poder desarrollar su fuerza. Éste vehículo fue protagonista del primer accidente de la historia al chocar contra una pared. La última versión que se construyó se encuentra expuesta en el Museo Nacional de la Técnica de París.

La carrera por lograr reemplazar al caballo  por un vehículo autopropulsado continuó, especialmente en Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.

He aquí una recreación del susodicho primer accidente.


Después del fracaso del Carro de Cugnot, los británicos atribuyen la construcción del primer automóvil de vapor destinado al transporte de personas a Richard Trevithick. Este inventor e ingeniero inglés, tras asociarse con Andrés Vivian, inició la construcción de su vehículo conocido como locomotive. En su primera prueba, la máquina se paró porque la caldera se   había quedado sin agua y, en consecuencia, el mecanismo carecía de vapor. En la segunda, la caldera también se quedó sin agua y las piezas de madera se calentaron tanto que la máquina se incendió. En 1802, ya estaban preparados los planos de una nueva máquina, prevista para estar adaptada a una calesa para el transporte de pasajeros.

En 1803 se terminó la construcción de un vehículo que se llamó London Steam Carriage. Se realizaron las primeras pruebas y ese mismo año Trevithick se aventuró en un viaje desde Leather Lane hasta Paddington, desde allí a Islington y luego regresó al punto de partida. El recorrido era considerable y el viaje se llegó a considerar como un éxito, sin embargo este vehículo de vapor no llegó a imponerse debido a que su mantenimiento resultaba más  costoso que otro vehículo de características similares arrastrado por caballos de sangre.

 Oliver Evans construye en Filadelfia el primer automóvil de vapor en el continente americano en el 1803.


Desde 1822, en Gran Bretaña funcionaron diligencias de vapor. La construida por Gurney realizaba el trayecto entre Londres y Bath recorriendo unos 170 kilómetros con 18 pasajeros a bordo.



El francés Amédee Boleé tuvo listo su primer vehículo en 1873. Podríamos decir que era una diligencia sin caballos de sangre (la edad de oro de estos vehículos había quedado atrás). Le llamó L´obeissante (El obediente) por su fácil manejo. Su primer viaje por carretera fue de Le Mans a París y lo hizo en 18 horas transportando 12 viajeros a una velocidad media de 30 km/h. Era de tracción trasera (quizá habría que decir, para ser más exacto, de propulsión) y estaba movido por dos motores de vapor, uno para cada rueda. El vehículo original se conserva en la colección del Conservatoire National des Arts et Métiers de París.


Fueron muchos los inventores que construyeron vehículos impulsados por vapor. En Gran Bretaña el vehículo a vapor tuvo sus años de desarrollo en los años que van de 1820 a 1840. Estas dos décadas  podrían considerarse como la edad de oro de los vehículos a vapor para el transporte por carretera. Eran máquinas con diseño avanzado y construidas por ingenieros especializados. Sin embargo aquella naciente industria tuvo un recorrido muy corto. Puede que se debiera a dos razones fundamentalmente: una, el gran desarrollo que tuvo el ferrocarril en el transporte y otra que eran vehículos muy pesados que deterioraban mucho las carreteras. Pero parece que también debieron influir inte-reses no confesables de determinados grupos de poder económico que promovieron la aplicación de la Locomotive Act de 1865, restrictiva ley que supuso el final de los vehículos de vapor por carretera en Gran Bretaña y durante treinta años fue un gran obstáculo para cualquier intento de desarrollo de  vehículos autopropulsados para el transporte por carretera. Este fue el motivo por el que el progreso  del motor de combustión tuviera lugar en países como Francia, Alemania y Estados Unidos y no en Gran Bretaña.  

Una de las más modernas diligencias de vapor de la época y que empezó a circular  en octubre de 1833 es la que se representa en el siguiente  grabado publicado en agosto de 1837 en un semanario de la época (SEMANARIO PINTORESCO). La invención es de Mr. Church. Hizo el servicio de Londres á Birminghan pudiendo transportar hasta cincuenta viajeros entre los asientos interiores y exteriores. Tenía una fuerza de sesenta caballos y la virtud de no expulsar humo alguno. Las ruedas eran anchas; la caldera estaba asegurada de explosiones por medio de válvulas de seguridad y el movimiento bastante suave porque disponía de una excelente amortiguación al estar montado el habitáculo sobre eficaces muelles.


En España, como es sabido, no podemos presumir de ser precursores de la máquina de vapor, sin embargo no faltan autores en  situar en  nuestro país algunos de los primeros locomobiles . El primero  construido en España data de 1857, y se construye en los talleres Nuevo Vulcano de Barcelona. Fue construido por encargo de la sociedad “La Ascensión”  de Amposta. Antonio Serrallach fue su diseñador. Dos años después, los mismos talleres construyeron un segundo vehículo de características similares.

En un automóvil construido por el ingeniero Pedro Rivera se realiza un viaje en 1861 de Valladolid a Madrid a una velocidad máxima de 15  km/h. y un consumo de 47 Kg. de carbón  por hora. A este vehículo se le puso el nombre de “Castilla” y al que le sucedió se le denominó “Príncipe de Asturias”.