El gasógeno y las autoescuelas en la
década de los cuarenta.
Una vez finalizada la guerra civil, llegaron sus consecuencias.
El tejido industrial y comercial estaba destrozado y sumido en una gran penuria y sus efectos afectaron a todos, en
especial a las clases sociales más débiles.
Por si fuera poco, en 1939 estalla la segunda guerra mundial y dura hasta 1945.
España, aunque no toma parte, sufre sus
consecuencias.
Los campos, después de la contienda fratricida española, han
quedado asolados, la industria está casi desaparecida, el parque de automóviles
casi inservible y la industria automovilística no sólo se ha parado en seco,
sino que tiene un retroceso de casi veinte años.
Los años cuarenta fueron muy duros y
difíciles. Los pocos automóviles que
circulaban eran viejos y destartalados. En 1920 se matricularon 12.017
vehículos a motor y finalizando la década, en 1929 se alcanzó la espectacular
cifra de 37.049 matriculaciones. Sin embargo, finalizada la guerra, y ya en
1940 fueron matriculados 10.376
vehículos y al año siguiente sólo 4.027. España necesitó catorce años para
recobrar el ritmo de matriculaciones con
el que había terminado la década de los veinte. En 1953 ya se llegó hasta
37.049 matriculas.
En los primeros años de la década la
gasolina era insuficiente y no se encontraban recambios para poner en marcha la
mayoría de automóviles que habían
quedado inservibles durante la contienda civil.
En los primeros años de la década la gasolina era insuficiente y
no se encontraban recambios para poner en marcha la mayoría de automóviles que habían quedado inservibles durante la contienda
civil.
La vida en las ciudades era más difícil que en los
pueblos. El desplome de gran parte del tejido industrial, que estaba localizado en las zonas más urbanas, unido a
la destrucción de muchas viviendas y a la escasez de alimentos hacían la vida
mucho más dura en la ciudad que en el
campo. No sólo escaseaba el trabajo, sino que faltaban los alimentos más
básicos. Así las cosas, mucha gente de la ciudad buscó refugio en las zonas
rurales. La modernización que se había iniciado a mediados de los años veinte
se retardó tres décadas.
Eran pocas las carreteras locales que estaban asfaltadas y muchos caminos no eran aptos ni
para carros. El transporte local se hacía en caballerías, carros, incluso en
bicicleta. Los medios de transporte de los años cuarenta para muchos españoles
de las zonas rurales eran casi los mismos que los utilizados algunos siglos
antes.
La circulación de automóviles en carreteras y calles era escasa.
Los trabajadores que podían acudían al trabajo en bicicleta y los que no, se desplazaban,
como decía mi abuelo, en el “Coche de San Fernando”, unos ratos a pie y otros
andando. Aquella fue una década de hambre y de reconstrucción y España se fue
recuperando poco a poco.
La falta de gasolina obligó en agosto de 1940 a prohibir la
circulación de vehículos de más de 25 CV y como alternativa a la gasolina hubo que adoptar un aparato
que se acoplaba a la parte trasera del automóvil y proporcionaba la energía
necesaria para mover el motor. La energía se producía mediante una combustión
de carbón vegetal, leña en algunos casos o cascaras de frutos secos sobre todo
de almendra en aquellas zonas, como Mallorca donde este fruto era abundante.
También se llegó a utilizar como combustible los huesos de aceituna
especialmente en Andalucía.
El invento recibió el nombre de “gasógeno” y en septiembre de
1940 se publica un decreto de la Presidencia del Gobierno y en su artículo
primero se declara de interés nacional,
a los
efectos de la Ley de veinticuatro de octubre de de mil novecientos treinta y nueve de protección a las nuevas
industrias, la fabricación de gasógenos adaptables a vehículos automóviles
y motores fijos siempre que las materias que en ellas se destilen sean de producción nacional y sustituyan
como carburante al petróleo y sus
derivados.
La misma
consideración tendrían las industrias dedicadas a la construcción de aparatos o dispositivos que permitan utilizar, en los motores de explosión, sustitutivos nacionales de cualquier clase de petróleo y sus derivados sin
modifica-ción esencial de los referidos motores.
La marca más popular de gasógenos era Gasna, un empresa con
centro distribuidor en Madrid y en Barcelona y servicio técnico en todo el territorio.
El artilugio fue instalado, incluso, en los coches oficiales.
Los llevaban los taxis, los autocares y los camiones, incluso algún moto. Era
frecuente ver a los peatones de las calles más céntricas y estrechas de las ciudades limpiarse constantemente la
nariz para quitarse el picor que les producía la gran humareda que dejaban tras
de sí aquellos automóviles movidos por gasógeno.
Para recorrer una distancia de cien kilómetros se empleaban
entre cinco o seis horas. Había que parar cada cincuenta o sesenta kilómetros, bien para
echar en el gasógeno un par de saquitos de cáscara de avellana o de almendra o
de huesos de aceituna o de carbón menudo de los que se transportaban en la baca
del coche o bien para dejarlo enfriar cuando se recalentaba en exceso y
amenazaba con reventar. Cuando tenía que subir una pendiente con un desnivel
considerable, los ocupantes se bajaban y el conductor los esperaba al llegar al
final de la misma.
Ante un panorama como el de aquellos años, podemos imaginar cómo
cual sería la situación de las escuelas de chóferes, academias de choferes o
auto-escuelas como se las conocía por entonces. Fue necesario que transcurriesen
algunos años para que la actividad empresarial recuperase el ritmo de los años previos a la guerra
civil. Algunos han considerado que los cuarenta fue una década perdida.
Industria Española de Gasógenos S.L, una de las múltiples firmas
que comercializaba el gasógeno y sus variados combustibles propiciaba la
creación de Escuelas de Conductores de gasógeno.
Algunas Escuelas de Chóferes, muy pocas, habían sobrevivido a la
guerra civil y empezaron a insertar publicitad en los primeros años de aquella
década. Lo hacían en las páginas de “anuncios económicos” y con poco texto. Según el número de palabras,
el precio era mayor o menor y no estaban las cosas para muchos alardes
publicitarios.
En los primeros años de la década ya se empezó
a publicar manuales para la preparación de los exámenes de los distintos
permisos.
A medida que avanzaba la década, la publicidad iba teniendo algo
más de empaque y los anuncios ya aparecían de mayor tamaño.