sábado, 30 de abril de 2016

AQUELLAS AUTOESCUELAS DEL SIGLO PASADO (VII)

El gasógeno y las autoescuelas en la década de los cuarenta.

Una vez finalizada la guerra civil, llegaron sus consecuencias. El tejido industrial y comercial estaba destrozado y sumido en una gran  penuria y sus efectos afectaron a todos, en especial  a las clases sociales más débiles. Por si fuera poco, en 1939 estalla la segunda guerra mundial y dura hasta 1945. España, aunque no toma parte,  sufre sus consecuencias.


Los campos, después de la contienda fratricida española, han quedado asolados, la industria está casi desaparecida, el parque de automóviles casi inservible y la industria automovilística no sólo se ha parado en seco, sino que tiene un retroceso de casi veinte años.


Los años cuarenta fueron muy duros y difíciles. Los pocos automóviles  que circulaban eran viejos y destartalados. En 1920 se matricularon 12.017 vehículos a motor y finalizando la década, en 1929 se alcanzó la espectacular cifra de 37.049 matriculaciones. Sin embargo, finalizada la guerra, y ya en 1940  fueron matriculados 10.376 vehículos y al año siguiente sólo 4.027. España necesitó catorce años para recobrar el ritmo  de matriculaciones con el que había terminado la década de los veinte. En 1953 ya se llegó hasta 37.049 matriculas.

En los primeros años de la década la gasolina era insuficiente y no se encontraban recambios para poner en marcha la mayoría de automóviles que   habían quedado inservibles durante la contienda civil. 


En los primeros años de la década la gasolina era insuficiente y no se encontraban recambios para poner en marcha la mayoría de automóviles que   habían quedado inservibles durante la contienda civil.



La vida en las ciudades era más difícil que en los pueblos. El desplome de gran parte del tejido industrial, que estaba  localizado en las zonas más urbanas, unido a la destrucción de muchas viviendas y a la escasez de alimentos hacían la vida mucho más dura  en la ciudad que en el campo. No sólo escaseaba el trabajo, sino que faltaban los alimentos más básicos. Así las cosas, mucha gente de la ciudad buscó refugio en las zonas rurales. La modernización que se había iniciado a mediados de los años veinte se retardó tres décadas.

Eran pocas las carreteras locales que estaban  asfaltadas y muchos caminos no eran aptos ni para carros. El transporte local se hacía en caballerías, carros, incluso en bicicleta. Los medios de transporte de los años cuarenta para muchos españoles de las zonas rurales eran casi los mismos que los utilizados algunos siglos antes. 



La circulación de automóviles en carreteras y calles era escasa. Los trabajadores que podían acudían al trabajo en bicicleta y los que no, se desplazaban, como decía mi abuelo, en el “Coche de San Fernando”, unos ratos a pie y otros andando. Aquella fue una década de hambre y de reconstrucción y España se fue recuperando poco a poco.

La falta de gasolina obligó en agosto de 1940 a prohibir la circulación de vehículos de más de 25 CV y como alternativa a la gasolina hubo que adoptar un aparato que se acoplaba a la parte trasera del automóvil y proporcionaba la energía necesaria para mover el motor. La energía se producía mediante una combustión de carbón vegetal, leña en algunos casos o cascaras de frutos secos sobre todo de almendra en aquellas zonas, como Mallorca donde este fruto era abundante. También se llegó a utilizar como combustible los huesos de aceituna especialmente en Andalucía.

El invento recibió el nombre de “gasógeno” y en septiembre de 1940 se publica un decreto de la Presidencia del Gobierno y en su artículo primero se declara de interés nacional,
a los efectos de la Ley de veinticuatro de octubre de de mil novecientos treinta y nueve de protección a las nuevas industrias, la fabricación de gasógenos adaptables a vehículos automóviles y motores fijos siempre que las materias que en ellas se destilen sean de producción nacional y sustituyan como carburante al petróleo y sus derivados.

La misma consideración tendrían las industrias dedicadas a la construcción de aparatos o dispositivos que permitan utilizar, en los motores de explosión, sustitutivos nacionales de cualquier clase de petróleo y sus derivados sin modifica-ción esencial de los referidos motores.

La marca más popular de gasógenos era Gasna, un empresa con centro distribuidor en Madrid y en Barcelona y servicio técnico en todo el territorio.


El artilugio fue instalado, incluso, en los coches oficiales. Los llevaban los taxis, los autocares y los camiones, incluso algún moto. Era frecuente ver a los peatones de las calles más céntricas y estrechas  de las ciudades limpiarse constantemente la nariz para quitarse el picor que les producía la gran humareda que dejaban tras de sí aquellos automóviles movidos por gasógeno.

Para recorrer una distancia de cien kilómetros se empleaban entre cinco o seis horas. Había que parar  cada cincuenta o sesenta kilómetros, bien para echar en el gasógeno un par de saquitos de cáscara de avellana o de almendra o de huesos de aceituna o de carbón menudo de los que se transportaban en la baca del coche o bien para dejarlo enfriar cuando se recalentaba en exceso y amenazaba con reventar. Cuando tenía que subir una pendiente con un desnivel considerable, los ocupantes se bajaban y el conductor los esperaba al llegar al final de la misma.

Ante un panorama como el de aquellos años, podemos imaginar cómo cual sería la situación de las escuelas de chóferes, academias de choferes o auto-escuelas como se las conocía por entonces. Fue necesario que transcurriesen algunos años para que la actividad empresarial recuperase  el ritmo de los años previos a la guerra civil. Algunos han considerado que los cuarenta fue una década perdida.

Industria Española de Gasógenos S.L, una de las múltiples firmas que comercializaba el gasógeno y sus variados combustibles propiciaba la creación de Escuelas de Conductores de gasógeno.



Algunas Escuelas de Chóferes, muy pocas, habían sobrevivido a la guerra civil y empezaron a insertar publicitad en los primeros años de aquella década. Lo hacían en las páginas de “anuncios económicos”  y con poco texto. Según el número de palabras, el precio era mayor o menor y no estaban las cosas para muchos alardes publicitarios.  



En los primeros años de la década ya se empezó a publicar manuales para la preparación de los exámenes de los distintos permisos.




A medida que avanzaba la década, la publicidad iba teniendo algo más de empaque y los anuncios ya aparecían de mayor tamaño.