Hace algunos días, ojeando un periódico de Mallorca, “Ultima
Hora” (edición de papel) en la barra de un café reparé en un artículo con el siguiente
título: “Aprender a conducir”. Como
llevaba prisa, leí el artículo por encima mientras tomaba mi café y al
finalizar le hice una foto al coche que realizaba la maniobra de aparcamiento
en el examen de conducir, un Renault Dauphine.
Mi primer coche, de cuarta o quinta mano porque mi poder
adquisitivo no daba para mucho, fue otro Renault Dauphine.
La foto siguiente podría ser de cualquier
ciudad de España donde examinaran para el permiso de conducir, pero esta está
hecha en Palma, en la calle Manos, llamada así en aquella época. Hoy es el carrer Batle Emili Darder y , como muy bien saben los palmesanos, va desde el carrer de La Balanguera hasta el de Industria. En un tramo de esa calle se examinaron muchos mallorquines para el permiso de conducir.
El coche utilizado para el examen en esta
ocasión, como pueden comprobar, es un Renault Dauphine matriculado en Palma de
Mallorca en el año 1961. Alguien dijo de este modelo que era la cenicienta de
Renault. Su motor y su transmisión se alojaban en la parte trasera. Con una suspensión
que basculaba en exceso y le hacía apoyar mal cuando su conductor entraba a
velocidad excesiva en una curva cerrada o frenaba de forma brusca en calzadas
mojadas.
Las características de la suspensión y el desfavorable reparto de pesos no
ayudaban a su estabilidad a la hora de abordar una curva, sobre todo si era de
radio corto. Eran muchos los
propietarios de un Dauphine que trataban de mejorar el reparto
de pesos colocando un saco de cemento en el maletero, situado en la parte
delantera del vehículo.
El coche, dadas sus características de construcción, tenía un
comportamiento sobrevirador en las curvas, comportamiento muy difícil de
corregir. Si a esto le añadimos las malas carreteras de la época y la
escasa preparación de los conductores hacía que los accidentes con este coche
fueran muchos y muy graves. Pronto fue conocido como “el coche de las viudas”.
Yo tuve un Dauphine. Con él recorrí muchos kilómetros por aquellas malas carreteras
y aquí sigo. Una leyenda urbana como cualquier otra. No era un coche peligroso,
eran unos conductores poco conscientes de sus limitaciones y las del coche que
manejaban.
Pero volvamos al artículo que nos
ocupa. Aunque los más jóvenes no lo crean, hubo un tiempo en el que los
examinadores eran conocidos por su nombre y apellidos. No en ciudades como
Madrid o Barcelona, pero sí en Palma de Mallorca o Jaén, por ejemplo.
Los aspirantes llegaban a conocer hasta las particulares
exigencias de cada uno de aquellos examinadores que en Palma de Mallorca seguramente no pasarían de
tres o cuatro habida cuenta que en el 2017, transcurrido cerca de medio siglo, Baleares cuenta con 14 examinadores.
El autor del artículo, Joan Martorell, venía a decir que aquellos
exámenes de conducir eran como aquella “mili”, ya desaparecida después de muchos años de vigencia. Ambos
acontecimientos constituían una fuente inagotable de anécdotas y batallitas.
Era difícil encontrar un varón que no contara en más de una ocasión cómo le fue en la mili y en el examen de conducir.
Ya se decía por entonces aquello de “he aprobado” o “me han suspendido”.
Si cada uno cuenta de la feria según le fue en ella, el examinando cuenta del examen de conducir y del
examinador con arreglo al resultado obtenido.
Escuchemos lo que decían los que regresaban de aquella “feria” que
la Delegación de Industria primero y posteriormente la DGT tenían montada en algún
lugar de la geografía española:
—
¡No hay derecho! ¡Si lo que quieren es cargarse a uno, más vale que
te lo digan antes y te evitan estar aquí toda la mañana esperando! ¡Mira que
suspenderme a mi!
—
Se te ha “calado” el motor hasta cinco veces — le contesta el
que le acompaña.
—
Es que el coche no va bien de encendido. Además que para aparcar
y salir del aparcamiento se me cale cinco veces no es para que me suspenda…
—
Ya…con lo que tú sabes…— volvió a responder irónicamente su compañero mientras se alejaban del lugar
del examen.
Al poco rato sale un Dauphine de la zona de examen y es recibido
por su profesor.
—
¿Por qué me han suspendido? —le pregunta mientras baja del
coche.
—
Por el segundo árbol…
—
¿Qué le ha pasado al árbol?
—
Mira, le has hecho una abolladura al parachoques con el árbol —
le dice mientras le indica el desperfecto.
—
¡Sólo por eso me suspenden…!
—
Y por muy poco no has atropellado al examinador cuando te hacia
indicaciones de que salieras del aparcamiento…
—
¡Bueno! ¿Y eso no le puede pasar a cualquiera?
—
¡Así son las cosas…! — le contestó el profesor mientras arrancaba
el coche y se alejaba en busca otro aspiranque pudiera ser examinado.
Por fin sale uno que baja del coche con cara de satisfacción. Este
ha aprobado. Se expresa con aire de suficiencia cuando uno que aguarda su turno
le pregunta:
—
¿Qué, cómo te ha ido?
—
¡Bien! ¡Muy bien! Es facilísimo. Solo tienes que estar
tranquilo, hacer unas maniobras facilísimas y ya está.
—
¿Qué tal el examinador?
—
Magnifico. Muy exigente, pero un tío simpático.
Uno del grupo que se ha formado en torno a él tiene que
disimular la risa que le causa este fitipaldi
al que ha visto sudar tinta mientras realizaba el aparcamiento y el cambio de
sentido, las dos únicas maniobra que realizaban aquel día.
¡Qué largo camino se ha recorrido desde aquellos exámenes a estos
de 2017!... ¿O quizá no?