jueves, 2 de noviembre de 2017

AQUELLOS EXÁMENES DE CONDUCIR Y EL COCHE DE LAS VIUDAS

Hace algunos días, ojeando un periódico de Mallorca, “Ultima Hora” (edición de papel) en la barra de un café reparé en un artículo con el siguiente título: “Aprender a conducir”.  Como llevaba prisa, leí el artículo por encima mientras tomaba mi café y al finalizar le hice una foto al coche que realizaba la maniobra de aparcamiento en el examen de conducir, un Renault Dauphine. 

Mi primer coche,  de cuarta o quinta mano porque mi poder adquisitivo no daba para mucho,  fue otro Renault Dauphine. 




La foto siguiente podría ser de cualquier ciudad de España donde examinaran para el permiso de conducir, pero esta está hecha en Palma, en la calle Manos, llamada así en aquella época. Hoy es el  carrer Batle Emili Darder y , como muy bien saben los  palmesanos,  va desde el carrer de La Balanguera hasta el de Industria. En un tramo de esa calle se examinaron muchos mallorquines para el permiso de conducir.




El coche utilizado para el examen en esta ocasión, como pueden comprobar, es un Renault Dauphine matriculado en Palma de Mallorca en el año 1961. Alguien dijo de este modelo que era la cenicienta de Renault. Su motor y su transmisión se alojaban en la parte trasera. Con una suspensión que basculaba en exceso y le hacía apoyar mal cuando su conductor entraba a velocidad excesiva en una curva cerrada o frenaba de forma brusca en calzadas mojadas.

Las características de la suspensión  y el desfavorable reparto de pesos no ayudaban a su estabilidad a la hora de abordar una curva, sobre todo si era de radio corto. Eran muchos los propietarios de  un  Dauphine que trataban de mejorar el reparto de pesos colocando un saco de cemento en el maletero, situado en la parte delantera del vehículo.

El coche, dadas sus características de construcción, tenía un comportamiento sobrevirador en las curvas, comportamiento muy difícil de corregir. Si a esto le añadimos las malas carreteras de la época y la escasa preparación de los conductores hacía que los accidentes con este coche fueran muchos y muy graves. Pronto fue conocido como “el coche de las viudas”. Yo tuve un Dauphine. Con él recorrí muchos kilómetros por aquellas malas carreteras y aquí sigo. Una leyenda urbana como cualquier otra. No era un coche peligroso, eran unos conductores poco conscientes de sus limitaciones y las del coche que manejaban.

Pero volvamos al artículo que nos ocupa. Aunque los más jóvenes no lo crean, hubo un tiempo en el que los examinadores eran conocidos por su nombre y apellidos. No en ciudades como Madrid o Barcelona, pero sí en Palma de Mallorca o Jaén, por ejemplo.

Los aspirantes llegaban a conocer hasta las particulares exigencias de cada uno de aquellos examinadores que en  Palma de Mallorca seguramente no pasarían de tres o cuatro habida cuenta que en el 2017, transcurrido cerca de medio siglo,  Baleares cuenta con 14 examinadores.

El autor del artículo, Joan Martorell, venía a decir que aquellos exámenes de conducir eran como aquella “mili”, ya desaparecida  después de muchos años de vigencia. Ambos acontecimientos constituían una fuente inagotable de anécdotas y batallitas. Era difícil encontrar un varón que no contara en más de una ocasión  cómo le fue en la mili y en el examen de conducir. Ya se decía por entonces aquello de “he aprobado” o “me han suspendido”.

Si cada uno cuenta de la feria según le fue en ella, el examinando  cuenta del examen de conducir y del examinador con arreglo al resultado obtenido.

Escuchemos lo que decían los que regresaban de aquella “feria” que la Delegación de Industria primero y posteriormente la DGT tenían montada en algún lugar de la geografía española:

  ¡No hay derecho! ¡Si lo que quieren es cargarse a uno, más vale que te lo digan antes y te evitan estar aquí toda la mañana esperando! ¡Mira que suspenderme a mi!
  Se te ha “calado” el motor hasta cinco veces — le contesta el que le acompaña.
  Es que el coche no va bien de encendido. Además que para aparcar y salir del aparcamiento se me cale cinco veces no es para que me suspenda…
  Ya…con lo que tú sabes…— volvió a responder irónicamente  su compañero mientras se alejaban del lugar del examen.

Al poco rato sale un Dauphine de la zona de examen y es recibido por su profesor.
  ¿Por qué me han suspendido? —le pregunta mientras baja del coche.
   Por el segundo árbol…
  ¿Qué le ha pasado al árbol?
  Mira, le has hecho una abolladura al parachoques con el árbol — le dice mientras le indica el desperfecto.
  ¡Sólo por eso me suspenden…!
  Y por muy poco no has atropellado al examinador cuando te hacia indicaciones de que salieras del aparcamiento…
  ¡Bueno! ¿Y eso no le puede pasar a cualquiera?
  ¡Así son las cosas…! — le contestó el profesor mientras arrancaba el coche y se alejaba en busca otro aspiranque pudiera ser examinado.
Por fin sale uno que baja del coche con cara de satisfacción. Este ha aprobado. Se expresa con aire de suficiencia cuando uno que aguarda su turno le pregunta:
  ¿Qué, cómo te ha ido?
  ¡Bien! ¡Muy bien! Es facilísimo. Solo tienes que estar tranquilo, hacer unas maniobras facilísimas y ya está.
  ¿Qué tal el examinador?
  Magnifico. Muy exigente, pero un tío simpático.
Uno del grupo que se ha formado en torno a él tiene que disimular la risa que le causa este fitipaldi al que ha visto sudar tinta mientras realizaba el aparcamiento y el cambio de sentido, las dos únicas maniobra que realizaban aquel día.

¡Qué largo camino se ha recorrido desde aquellos exámenes a estos de 2017!... ¿O quizá no?