martes, 21 de julio de 2015

APRENDIENDO A CONDUCIR

“Cuando está al volante de un coche, no existe nada más; esa es su vida, en ese momento”.

Es una frase entresacada de la película de Isabel Coixet, “Aprendiendo a conducir”. Hay muchos mensajes de seguridad vial como éste a lo largo de la película. Sugiero que deberían verla  aquellos  que se dedican a formar conductores y conductoras.


Esta reflexión se la hace Darwan, el profesor de autoescuela, a su alumna Wendy ante una reacción, propia de cualquier alumno, por falta de atención y que entraña un serio peligro por distracción; Wendy intenta justificarse por el estado emocional por el que está pasando, verdadero motivo por el que ha decidido aprender a conducir. El profesor le transmite lo importante que es conducir un vehículo para uno mismo y para los demás y el peligro que encierra una distracción manejando un volante.


He visto la película hace pocos días. Y la he visto con mi visión particular de profesor de autoescuela durante muchos años y felizmente jubilado; he visto, en el papel del protagonista, a un verdadero  profesor de educación vial; un excelente profesional  con paciencia y con recursos para una alumna difícil de enseñar y no por falta de aptitudes, sino por el estado  anímico por el que está pasando y por el que decide  aprender a conducir.

La metáfora que encierra la película no es precisamente la necesidad de conducir un automóvil, sino más bien la de conducirse en la vida. Isabel Coixet  se sirve de ese entorno, casi intimo y confidencial, que se da, a veces,  en el coche de autoescuela como una magnífica excusa para reflexionar sobre el papel que cada uno representamos en la vida y como reaccionamos.

Las escenas, magníficamente interpretadas por Ben Kingsley, el profesor y por Patricia Clarkson, la alumna durante las lecciones prácticas me han evocado una catarata de recuerdos de mi larga vida como profesor de autoescuela. 

Mi felicitación a la Directora por haber sabido plasmar con tanta realidad lo que puede ser una clase de conducir con alumnas o alumnos que proyectan sus problemas emocionales en esos momentos. Gracias por haber mantenido la dignidad y la honradez en la figura del profesor de autoescuela.


La película es una comedia, más de sonrisas que de carcajadas, aunque se oye alguna en la sala. Hay un profesor de autoescuela que ejerce su oficio de manera ejemplar, desinhibida, con diálogos de mucho nivel  entre profesor y alumna, con muchos mensajes de seguridad vial y con moraleja a la vista.

A mi modesto entender, a la intelectual de Wendy le queda claro desde el primer momento quién es el profesor, es decir, quien es la persona dotada de autoridad y conocimiento para transmitir aquello que se necesita para ser una buena conductora.

 Como no podía ser de otra manera, hay un respeto mutuo en la relación profesor-alumna. Y hay también mucha empatía del profesor hacia su alumna. El día del examen sufre con ella y se entristece cuando suspende y con ella se alegra cuando aprueba.

No entiendo mucho de cine, pero creo que hay una más que excelente interpretación de  Patricia Clarkson en su papel de alumna y de Ben Kingsley, en el de profesor. Éste encarna a un prodigio de profesor del que emana sensatez, contención, sabiduría y rectitud. Un profesor difícil de emular cuando las cosas se ponen difíciles.


El sabio profesor insiste en colocarse el cinturón de seguridad  como primera medida al subir al vehículo; recalca una y otra vez  la importancia de regular los retrovisores para minimizar los ángulos muertos; el buen uso de los intermitentes; ceder el paso; mantener la atención en lo que hay al frente y a los lados cuando se avanza; ceder el paso, poner los intermitente y hacer un uso correcto de los mismos; exige de su alumna atención, mucha atención, porque en ello le va su seguridad y la de los demás. Intenta utilizar el viejo método pedagógico: aprender por descubrimiento que como decía aquel viejo profesor mío: lo que mejor se aprende es lo que descubre uno mismo. Y le pone el clásico ejemplo de cómo saber si la comida tiene el suficiente condimento o, por el contrario, le falta.

He mirado la pantalla con deleite y el papel del profesor con juicio crítico. He visto la película desde mi perspectiva de antiguo profesor de autoescuela. Deformación profesional, si quieren ustedes, pero no lo puedo evitar.

Es evidente que lo que propone Isabel Coixet en su comedia  no es, por supuesto, el análisis de la profesión de profesor de autoescuela, sino la de aprender a conducir como terapia para superar miedos, afirmar la autoestima, dejar atrás decepciones que pueden parecer insuperables y sobre todo tomar la decisión de conducir la propia vida. Y para eso utiliza un coche de autoescuela, que rueda por las calles de Nueva York, un profesor y una alumna indecisa y angustiada por su nueva situación: acaba de abandonarla el marido por otra más joven.

A veces el coche de autoescuela es, si me permiten la comparación, como el diván  de un psicoanalista  y en ese  "micromundo" en el que se convierte el coche durante una clase de prácticas se analizan situaciones de la vida real.



Profesores y profesoras de Formación Vial, sigan mi sugerencia y vayan a verla; merece la pena ver la actuación de un profesor de autoescuela que bien podría servir como ejemplo de buenas prácticas. Y además pasarán un rato agradable viendo como una mujer angustiada se supera a si misma, y mira por donde, con la ayuda de su profesor de autoescuela.