(I)
Conducir un automóvil es una de las actividades más complejas de la vida
diaria para cualquier grupo de personas de la misma edad, dado que se
desarrolla en un ambiente constantemente cambiante y no exento de dificultades
y riesgos como son las calles y el tráfico. Esta actividad incorpora diversas
habilidades cognitivas, funciones ejecutivas, motoras y perceptuales (Cutler,
2003).
Como saben muy bien los profesionales de
la formación de conductores, una persona que inicia su aprendizaje en la
autoescuela para conducir un automóvil necesita atender a todos y cada uno de
los componentes de esta actividad: estar pendiente de embrague, del freno o del acelerador, según lo exija la situación,
ajustar el movimiento del embrague al cambio de marcha, prestar atención a las
señales de la vía, a los vehículos que circulan por , a los peatones y a los hechos
que se van presentando en el desarrollo de su trayectoria, etc. Es en esa fase
del aprendizaje cuando se producen los
consabidos deslices (slips, es decir,
los errores de ejecución de una acción determinada, por ejemplo, querer
encender las luces y en su lugar encender el limpiaparabrisas, presionar el
acelerador en lugar del freno, etc., pero a medida que aumenta
la práctica, la combinación de todos
estos mecanismos o subtareas se hace más fluida y la realización requiere de menos
atención por parte del conducto o conductora, resultándole la conducción más
cómoda y relajada.
La definición más tradicional concibe la
conducción de un automóvil como una tarea
compleja de control de un mecanismo móvil en un entorno sometido a continuo
cambio, realizándose de forma paralela subtareas como el ajuste de la
trayectoria o el cambio de marcha.
El conductor o conductora pasa en la autoescuela por un aprendizaje
cognitivo y un aprendizaje motor. Las primeras etapas del aprendizaje están protagonizadas por el
procesamiento controlado, mientras que una vez que se realiza una amplia
práctica de la tarea son los procesos automáticos los que lideran dicha actividad.
Con el tiempo acumula kilómetros y automatiza
todas las tareas necesarias para conducir. Llega el momento que lo hace de forma automática, sin pensar. Es entonces
cuando manifiesta que conducir es una actividad simple y sencilla, pero,
insistimos, no lo es. Es una tarea con un grado alto de complejidad.
Las tareas básicas de la actividad de
conducir se pueden resumir en cuatro: percepción,
previsión, decisión y acción. Unas de carácter cognitivo y otras de
carácter motor.
Percepción (Capacidad perceptiva y atención del conductor)
El conductor percibe, a través de los sentidos, toda la información que le
proporcionan el entorno (estado de la calzada, señales, fenómenos atmosféricos,
otros vehículos, peatones, etc.), su propio vehículo y su estado psicofísico:
·
Del entorno: el estado
y características de la via, señalización existente, situación y velocidad de los
demás usuarios, condiciones climatológicas existentes en cada momento, etc.).
·
Del vehículo que
conduce: potencia, velocidad, tamaño, capacidad de frenado, etc.
·
De sí mismo:
seguridad en la conducción, cansancio físico o psíquico, etcétera.
Previsión (Toma de decisiones y elección de respuesta del conductor)
Una vez procesada toda la información que ha recibido, prevé lo que va a ocurrir,
sus consecuencias y decide lo que ha de hacer (frenar, acelerar, girar el
volante, esperar, poner el intermitente, cambiar de velocidad, etc., etc.). En
definitiva, la previsión no es otra cosa que anticiparse a
lo que va a ocurrir o pudiera ocurrir con las conductas de los demás para
facilitar la correcta utilización de nuestro entorno vial y por encima de todo
evitar un accidente o un incidente previniendo de antemano que podemos dominar
la situación.
Acción/ejecución (Capacidad de respuesta y conducta dinámica sobre el
control del vehículo)
Es la última fase de la conducta del conductor: ejecutar con precisión lo
que ha decidido. Y lo realiza de manera automática, casi sin pensar qué hacer y
cómo hacerlo.
Desde
que finalizó nuestro aprendizaje en la autoescuela, la tarea la hemos ido
ejecutando de forma cada vez más automática, conforme el control es asumido por
los centros inferiores del cerebro. Y ya nos encontramos ese estadio en el que
la ejecución sobre los mandos del vehículo se
vuelve tan fluida y automática que cualquier conductor o conductora
conduce su vehículo mientras está pensando en otras cosas. Así, al conductor de
automóvil le resulta fácil, tras años de práctica, mantener con soltura una
conversación con un pasajero mientras conduce su coche por la carretera. Lo
hace de manera automática, sin pensar en qué orden ha de ejecutar cada uno de
los movimientos requeridos. Acuérdense de las primeras prácticas en la
autoescuela.
En la fase final, la destreza se
ejecuta de forma cada vez más automática, conforme el control es asumido por
los centros inferiores del cerebro. Este es el estadio en el que la ejecución
se vuelve tan fluida y automática que la persona puede poner en práctica la
destreza mientras está pensando en otras cosas. Así, al conductor de automóvil
le resulta fácil, tras años de práctica, mantener con soltura una conversación
con un pasajero mientras conduce su coche por una carretera sinuosa o por una
autopista haciendo las pertinentes correcciones.
Y
llegado a este punto, me viene a la memoria “el
dilema del ciempiés”. Es un poema corto que le da
nombre a un fenómeno psicológico llamado el efecto ciempiés o el
síndrome del ciempiés.
Un
ciempiés paseaba contento
Hasta
que un sapo burlón
Le
dijo: «Cuéntame, ¿en qué orden mueves las patas?»
Le
llenó de dudas hasta tal punto
Que
cayó exhausto en el camino
Sin
saber cómo correr.
El efecto ciempiés tiene lugar cuando una
actividad que normalmente se realiza de forma automática se interrumpe por ser
consciente de ella o por la reflexión sobre la misma. Por ejemplo, que un
conductor o conductora se concentre demasiado en el orden en que ha de actuar sobre
los mandos de su vehículo puede perjudicar el desempeño de la tarea. Este
efecto también se conoce como la ley
de Humphrey ya que fue planteado por el
psicólogo George Humphrey en 1923. En sus propias palabras: Es una rima psicológica. Contiene una verdad
profunda que aparece cada día en la vida de todos nosotros. El ciempiés de
quedó trabado cuando intentó pensar en el orden en que movía sus pies.
LaS vías públicas son espacios que debemos compartir. Todos los que las
usamos, sea como peatones o conductores, estamos obligados a tener
comportamientos que nos ayuden a circular de manera segura, fácil, cómoda y con
fluidez.
Para alcanzar esa seguridad deseable no es suficiente con ser un experto en
el manejo del vehículo, conocer las normas y señales de tráfico y cumplir con
ellas. Es además que nuestros comportamientos
se rijan por los principios fundamentales que rigen la circulación.
Dado que ni en la Ley de Seguridad Vial ni en el Reglamento General de
Circulación existe precepto concreto que exprese cuales son estos principios
hay que decir que aparecen diversificados en su articulado.
Hay normas para los conductores, los ciclistas, los peatones. Todas esas
normas que se aprendieron en la autoescuela están dispersas a lo largo de su
articulado, pero no definen de manera expresa cuales son los principios que
deban regular la circulación, pero ¿cuáles son esos principios? He aquí los
fundamentales:
·
Principio de la
confianza en la normalidad del tráfico.
·
Principio de la
responsabilidad.
·
Principio de la
seguridad o de la defensa.
·
Principio de la
circulación dirigida.
·
Principio de la
integridad corporal.
· Principio de la señalización.
De no cumplirse
estos principios, el tráfico vial no sería posible.
* Comentaremos estos principios en
una próxima entrada.