jueves, 28 de mayo de 2015

UNA AUTOESCUELA EN EL SIGLO XIX

y además tenía su propia pista de aprendizaje

En octubre de 1898 la Compagnie Générale des Petites Voitures pone en circulación varios coches automóviles movidos por electricidad. 

Estos coches, que empiezan a llamar la atención de los parisinos, están destinados, de momento, al uso exclusivo de los ingenieros de la Compañía.  Sus directivos quieren que cuando se pongan al servicio del público no haya que corregirles ningún defecto ni pueda llegar a ocurrir accidente alguno. Esto dañaría el prestigio que la compañía de taxis tiene en París. El modelo que han elegido es el landaulet. Los acumuladores que proporcionan la potencia al motor van bajo el coche y el motor queda detrás, dentro de una especie de arca. Puede alcanzar una velocidad de 15 km/h. Algunos opinaban que esta velocidad podría llegar a ser hasta excesiva para circular por  París.

Bajo el asiento hay un aparato llamado combinador regido por una palanca que manipula su conductor con la mano izquierda. El dispositivo se llama así porque mediante algunas combinaciones llevadas a cabo por su conductor el vehículo se mueve hacia delante, hacia atrás o se detiene si la palanca se coloca en posición vertical.



El conductor dirige el vehículo mediante un volante  que es como una pequeña rueda de timón y que maneja con la mano derecha. Este volante mediante un engranaje hace girar las ruedas delanteras a izquierda o derecha. Las ruedas de sus predecesores se hacían girar mediante una palanca. El coche dispone de dos frenos: uno actúa sobre las llantas de las ruedas traseras que son motrices y otro sobre los ejes. Ambos entran en funcionamiento por medio de unos pedales colocados al alcance del conductor. Para moderar la marcha puede utilizar también la palanca del combinador,  esa que sirve para detener el vehículo.

La energía que les proporcionan los acumuladores le dan una autonomía de entre 50 y 60 kilómetros. Una vez consumida hay que cargar de nuevo en alguna de las plantas o fábricas que hay al efecto.

La Compagnie Generale des petites Voitures (CGV) tiene construida  una de estas plantas en Aubervilliers, municipio próximo a Paris. Y aunque nos parezca insólito, a la vez que construyó su fábrica, creó una autoescuela o como dijo alguna prensa de la época, una academia de conductores: La compañía ha establecido en Aubervilliers una academia de conductores mecánicos para que aprendan la manera de dirigir los carruajes. La época era, no lo olvidemos, el siglo XIX, año 1898.



Para la enseñanza de aquellos conductores mecánicos construyó alrededor de la planta una pista de enseñanza en la que practicarían los alumnos.  Alguna prensa del inicio del siglo XX, refiriéndose a dicha pista, escribió textualmente: (…) donde los cocheros mecánicos se amaestren en el manejo de los vehículos, con el objeto de no acometer atropellos en las calles.

Para dar una enseñanza eficaz, la pista la construyen con distintos pavimentos: hay tramos con un firme resbaloso  que se moja con agua para que sea más deslizante y de escasa adherencia donde algún aprendiz  traza sobre el suelo con su vehículo extraños movimientos que podrían llegar a rivalizar con un experto patinador en una pista de hielo; otros  están pavimentados con marcadam o con adoquines; a lo largo de sus 700 metros construyeron rampas y pendientes, tramos rectos y con curvas de distinto radio. Aquí una rampa del 5% a la que sigue un tramo llano con una curva; más adelante otra rampa del 10% con un pavimento rugoso de unos cuarenta metros de longitud que cuando se hace el recorrido en sentido contrario se transforma en pendiente. En fin, han intentado simular lo más parecido a una calle parisina.


Los alumnos, excocheros la mayoría,  que han abandonado las riendas y el látigo para los caballos de sangre y se han cambiado a la rueda de  dirección para los caballos mecánicos, aprenden,  bajo la vigilancia de un experimentado profesor,  a sortear toda clase de escollos y dificultades que pueden encontrar por las calles de Paris. Aquí encuentran un montón de madera abandonada en la calle, un poco más adelante será un montón de piedras y hasta vidrios podrían llegar a encontrar. Pero lo que más llama la atención es el considerable número de siluetas representando todo tipo de peatones: gruesos señores que fuman plácidamente su puro, vendedores ambulantes que ofrecen su mercancía a gritos, militares, nodrizas, niñeras que empujan un cochecito y hasta algún perro cruzando el arroyo — así se ha llamado a la calzada en otros tiempos —.  Por no faltar en esta representación de la fauna parisina, no falta ni el ciclista, aunque en ocasiones sea aplastado por algún alumno algo atolondrado y poco hábil. 



Estos cocheros reciben enseñanzas sobre el manejo del vehículo y practican, bajo la atenta mirada de un experto profesor. Aprenden a sortear cualquier obstáculo sin atropellar a nadie de esta muchedumbre… de cartón y madera que invade la pista de aprendizaje.


A pesar del esfuerzo, la inquietud y las buenas intenciones de los dirigentes de la Compagnie Generale des petites Voitures (CGV), lo mismo en Paris que en cualquier otra ciudad, ocurrirán, lamentablemente,  atropellos, contusiones y otros incidentes o accidentes en los cuales no se aplastarán unos trozos de madera o cartón como en Aubervilliers o en Viena, sino que se pondrá en peligro la vida de pacíficos y cachazudos ciudadanos que pasean tranquilamente.





Hay constancia documental de que, también en el 1898, se terminó de construir en Viena  una pista  similar  a ésta donde cualquier chauffeur vienés podrá  practicar el manejo de los carruajes automóviles para evitar tantos atropellos como se producen por la ineptitud de los conductores.

En el casi rematado siglo XIX, circulaban por Viena más de dos mil quinientos automóviles y, ya fuera por la impericia  de sus conductores o  por  aquellas endiabladas velocidades (unos 20 km/h)  que, a juicio de muchos ciudadanos, no debieran estar permitidas, no pasaba día sin que en las calles de Viena no se registrase alguna desgracia ocasionada por alguno de aquellos automóviles. Los promotores de esta pista de aprendizaje estaban en el convencimiento de que con algo de enseñanza y de entrenamiento se podrían evitar  en su ciudad casi todos los atropellos.

Al igual que en la pista de Aubervilliers se colocaron numerosos  obstáculos en el centro y a los lados de la pista, unos fijos y otros móviles. Con el objetivo de aprender a sortearlos, se intentó reproducir todos los estorbos  que habitualmente dificultan una buena circulación por las calles de cualquier gran ciudad.

La inquietud por preparar a los conductores de automóviles viene de lejos; de tan lejos que ya se remonta al siglo XIX, al inicio de la historia del automóvil. Y con él ha recorrido un camino paralelo, aunque con resultados desiguales.

De las autoescuelas creadas por entidades que no se han dedicado de manera específica a la formación del conductor, la Compagnie des Petites Voitures es la más antigua (al menos, de las que el autor de este blog  tiene conocimiento). 

A estas entidades le han seguido, como ya saben los lectores de este blog, la  Escuela de Chauffeurs de Turin (1904),  la Escuela de Chauffeurs de la Hispano-Suiza en Barcelona (1909), la Escuela de Chauffeurs de la Unión de Cocheros de Madrid  (1910), la de Berlín para chauffeurs de autobuses (1925) y no olvidemos la que acaba de crear  la Mutua Madrileña (2015).