El arte de conducir un automóvil
“Tener sangre fría”
Tengo en casa una
estantería, a modo de biblioteca, con varios libros. Un buen número de ellos tratan
de temas de seguridad vial, de reglamentos, de historia del automóvil, del conductor
y conductora, de formación vial, etc. Entre ellos se encuentra: El arte
de conducir un automóvil.
El deseo de dar a
conocer a los aficionados al automóvil el modo de conducir hábilmente estas pequeñas locomotoras
individuales es la razón que me ha movido a emprender estos estudios, decía su
autor en el prólogo.
El ejemplar que reposa en mi estantería es una edición facsímil de 2012. El original se editó en 1908, hace ya 115 años. Acababan de aparecer los primeros automóviles por las calles de Paris y de otras grandes ciudades.
Consta de un Prólogo, cinco capítulos, una relación de faltas que no se deben cometer y ocho artículos del Código de Carreteras, además de curiosas ilustraciones en varias de sus páginas.
Capítulo I.- EL CONDUCTOR
Capítulo II.-
PRINCIPIOS GENERALES DE MANIOBRA
Capítulo
III.-PRINCIPIOS GENERALES DE CONDUCCIÓN
Capítulo IV.-EN
LA POBLACIÓN
Capítulo V.-
SOBRE LA CARRETERA
Cuando lo leí por
primera vez, el capítulo al que más atención puse, es obvio, fue al primero, el
dedicado al conductor. Y la verdad es que me sorprendió.
El señor Baudry De Saunier afirmaba a principios del siglo pasado que la cualidad primordial del “chauffeur” era tener sangre fría. Y a la vez, se preguntaba: ¿qué es sangre fría?
Llega a decir, que cuatro de cada cinco conductores de su época son peligrosos.
Dice que del conjunto de cualidades que quisiera ver reunidas en el conductor de un automóvil escogería dos que, a la verdad, resumen casi todas.
Hoy haré referencia sólo a la primera que según Baudry De Saunier es innata. Se tiene o no se tiene. A fuerza de voluntad y de práctica puede adquirirse un cierto tinte de ella; pero al primer accidente un poco serio esta adquisición superficial se borra. La sangre fría, según el autor, es un don, se tiene o no se tiene.
“Carece de sangre
fría — sigue diciendo — y se acredita de mal conductor el que puesto al
volante:
— Monta en cólera
contra un guardabarrera que cumple fielmente un reglamento, disparatado quizás,
pero reglamento al fin, aun suponiéndole bastante competente para demostrarlo.
— Truena contra un rebaño que le obstruye el camino, pues el automóvil no tendrá nunca el poder de transformar los bueyes en golondrinas y de hacer que desaparezcan al sonar de la sirena.
— Insulta a los carreteros calmosos, a los labriegos adormilados o a los muchachos aturdidos.
— Contesta á las imprecaciones de los peatones.
—Se irrita contra una pieza, contra un neumático, contra los rates” (fallos de encendido)…
Y así
sucesivamente, pues sería muy larga la lista de las ocasiones en que el
conductor tiene el deber de permanecer impasible y en las que la voluntad puede
suplir perfectamente la sangre fría natural.
En cambio, que
precioso es el don de la sangre fría cuando ante una dificultad imprevista,
ante un peligro inmediato que sólo puede conjurarse en una fracción de segundo,
el instinto da al conductor inmediatamente la visión precisa de la maniobra que
debe efectuar y le conserva la calma necesaria para realizarla.
Sobre este don
tan raro descansa casi por completo todo el arte de conducir. Con una sangre
fría impecable se juzga claramente de los caminos que son propicios para
velocidades do 100 a la hora; se juzga claramente de los casos en que la lucha
de velocidad con otro coche es una locura; se juzga claramente de la longitud
de la etapa, de la importancia de una avería; si juzga de lo posible y de lo
imposible; y sonriendo siempre, se sale del compromiso.
(Ilustracción pg 178)
Si la sangre fría
es la primera, la más preciosa de las cualidades que debe poseer un conductor, el
instinto mecánico es sin duda alguna la
que ocupa el siguiente lugar. (Hoy no diría lo mismo). Sin embargo con respecto
al alcohol, lo que decia hace más de 100 años, hoy sigue teniendo vigencia.
Y esto es lo que escribía al respecto:
“Deberá ser sobrio. Evitará las correrías después de un buen almuerzo; desconfiará de los aperitivos ingeridos apresuradamente, de las copitas y aun de los ponches calientes que se toman para entrar en calor y que a menudo turban la razón un instante, disipado quizás rápidamente, pero sus efectos alteran la sangre fría y llevan a la cuneta. Un solo vaso, una copita bebida con premura, puede tener resultados fatales. No se emborrachará, es cierto; no podrá decirse del que la toma que está embriagado, pero por lo menos habrá de producirle una momentánea congestión, una turbación ligera que por pronto que se desvanezca puede provocar una catástrofe”.
Un siglo después se sigue diciendo lo mismo respecto al alcohol. ¡Cuánto ha avanzado el automóvil y cuan poco lo ha hecho el conductor y/o conductora¡