Las carreras
de carros en la Antigua Grecia
Los carros de carreras fueron herederos
directos de los antiguos carros ligeros de guerra. Participaban en Atenas en la
procesión de las Panateneas, fiestas religiosas dedicadas a la diosa Atenea, protectora
de la ciudad. Se celebraban todos los años hacia mediados del mes de Julio.
Eran las fiestas más antiguas e importantes de Atenas.
Las carreras de carros fueron de
los deportes más populares de la antigua
Grecia y, posteriormente, de Roma. Se celebraron, al principio, en lugares
informales. Se elegía una llanura dominada por una colina donde se
colocaban los espectadores y la carrera se celebraba con un recorrido de ida y
vuelta de aproximadamente un kilómetro y medio en cada sentido. También se
celebraban en el hipódromo del santuario de Delfos. Era una granja que se
alquilaba durante las carreras y el resto del tiempo se dedicaba al cultivo.
Más tarde el hipódromo de Olimpia, llegó a ser algo más com-plejo. Tenía dos
metas o puntos de giro. Se daban varias vueltas a un recorrido fijo. Se
introdujeron ciertas innovaciones como las puertas para la colocación de los
carros al inicio de la carrera. Los de la parte exterior se colocaban más adelantados que los que iniciaban la carrera por el interior. Otros
dispositivos mecánicos eran los conocidos como el "águila" y el
"delfín", que eran levantados para indicar el comienzo de la
competición y se bajaban durante la misma para señalar el número de vueltas que
restaban. Este hipódromo tenía cerca de 600 metros de longitud y una anchura próxima a los 100 metros . La parte más espectacular de la carrera para los
espectadores era el giro cerrado que los carros tenían que dar en los
extremos del hipódromo; eran giros muy peligrosos que, con frecuencia, resultaban
mortales para los aurigas.
Las carreras de
carros en la Antigua Roma
Las carreras
en Roma fueron, como en Grecia, uno de los
deportes que despertaron más pasión. El pueblo sentía fervor por ellas. Siguieron siendo igual de
peligrosas. Este deporte generaba, en aquellos espectadores, un entusiasmo comparable
al que manifiestan los asistentes a las actuales carreras de “Fórmula 1”. Muchos aspectos de la organización
de las carreras de carros de aquella época, salvando las distancias, se podrían
equiparar a las actuales prácticas de la fórmula 1.
En Roma, cuando se celebraba alguna carrera, la
ciudad quedaba desierta. Todo el mundo se iba al circo. El clamor de los
espectadores ante las incidencias del espectáculo podía percibirse en toda
Roma. Séneca, el filósofo, se quejaba: El
gruñido confuso de la muchedumbre es para mí como la marea, como el viento que
choca en el bosque, como todo lo que no ofrece más que sonidos ininteligibles.
Todos los romanos, desde el mismísimo Emperador hasta el más humilde esclavo, eran seguidores de una facción o equipo (hoy se diría escudería). Su organización estaba en manos de compañías privadas que dirigían los caballeros, una de las clases sociales de Roma.
Estas compañías no sólo organizaban la carrera, sino que proporcionaban todo cuanto era necesario para la competición. Salvando la distancia del tiempo, se podría afirmar que funcionaban a modo de cualquier escudería del siglo XXI. Cada equipo tenía su sede en un local de usos múltiples donde se encontraban las cuadras, los talleres de reparaciones de los carros y la pista de entrenamiento de los caballos. Disponían de médicos para cuidar de los aurigas, talleres para construir y reparar los carros, guarnicioneros, sastres, zapateros y cualquier otro servicio necesario para la competición. No podían faltar los profesores en conducción de carros. Por tener, tenían hasta un colectivo para animar y gritar en el circo. Los organizadores eran verdaderas sociedades mercantiles con las que se negociaban las condiciones de las carreras.
Los equipos
Al principio sólo existían en Roma dos equipos: el
rojo y el blanco; más tarde, dos más, el verde y el azul. Se distinguían, al
igual que hoy, por el color de lo que se podría llamar su dorsal (túnica
corta): russata (rojo), prasina (verde), albata (blanco) veneta (azul).
Los cuatro
equipos eran locales por lo que la rivalidad fue mucho mayor y teñida de cierto
tinte político. Los aristócratas y la enriquecida burguesía eran partidarios de
los azules, mientras que el proletariado
apoyaba a los verdes. Sin embargo hubo excepciones. Algunos emperadores como Calígula, Nerón y Domiciano fueron partidarios
de los verdes, seguramente para
congraciarse con la plebe. Caracalla y Vitelio se mantuvieron fieles a la tradición y apoyaron a los azules.
La afición de Calígula por las carreras revestía
tintes demenciales. Pasaba mucho tiempo en los locales de su escudería; hasta
comía en ellos; el día que corría su caballo “Incitatus” (Impetuoso) ordenaba a
los soldados que la noche anterior mantuvieran en silencio la ciudad para que
el caballo pudiera descansar con tranquilidad. Era tal la admiración que sentía
por este animal traído a Roma desde Hispania que le construyó un establo de
mármol, un pesebre de marfil y mandó fabricar una manta coloreada de púrpura y
de perlas preciosas para cubrirlo.
La devoción de los romanos por sus pilotos preferidos
La
afición era tan devota de su facción como lo son ahora los aficionados de las escuderías
Red Bull, Ferrari, MacLaren , Mercedes o cualquier otra. Los hinchas romanos acudían a presenciar
los entrenamientos de sus campeones y ensuciaban los muros de la ciudad con pintadas con los nombres y caricaturas de sus
ídolos (los grafitis ya se habían inventado en la época de los romanos). Damas
de alto copete se encaprichaban de los aurigas
y miembros de familias aristocráticas se disputaban el honor de
invitarlos a sus casas y compartir con ellos su comida que, por
cierto, lo hacían recostados en un amplio diván llamado
“triclinium”. Alimentarse sentados
a una mesa era señal de un bajo escalafón social.
El mismo Calígula, como buen
aficionado a las carreras, dispensaba a algunos de ellos un trato
exquisito. Los mejores aurigas, al igual
que hoy los pilotos de Formula 1, cobraban grandes sueldos y primas
sustanciosas. Las facciones, como hacen hoy las escuderías, trataban de manera exquisita
a sus aurigas. Reservaban para ellos el mejor vino, el mejor aceite de oliva o cualquier
otra exquisitez de la época. Los aurigas
ganadores amasaban inmensas fortunas y
se retiraban de la profesión siendo ricos y respetados.
El auriga
hispano C. Apuleyo Diocles
El auriga más famoso
fue C. Apuleyo Diocles. Este hispano llegó a ser un reconocido auriga en
la época de Trajano y Adriano. Dejó de competir a los cuarenta y dos años de
edad. Compitió durante veinticuatro años y ganó 1.462 carreras. Su excelente palmarés
le valió una suma de treinta y cinco
millones de sestercios. Llegó a competir dos veces en un solo día, ganando en
las dos pruebas y “embolsándose” un premio de 40.000 sestercios por cada una de estas dos
victorias. Llegó a “pilotar” un carro tirado por siete caballos enganchados uno
al lado del otro sin yugo. Nunca ningún auriga había hecho tal proeza; el
premio fue de 50.000 sestercios. Ningún competidor llegó a igualarle. A su muerte,
sus seguidores le erigieron una lápida conmemorativa en el circo de Calígula.
Un circuito a la altura de
la afición
El más ostentoso circuito de carreras de carros en
roma fue el circo Máximo. Julio Cesar inició su construcción y lo acabó
Augusto. Nerón lo remodeló hasta darle
una capacidad de doscientos cincuenta
mil espectadores que podían disfrutar del espectáculo sentados. ¿Cuántos
circuitos de carreras hay hoy que puedan albergar tantos espectadores?
Se construyó en una vaguada de seiscientos metros
de largo por cien de ancho que se extendía entre las colinas del Palatino y el
Aventino. Un foso de unos tres metros de ancho separaba la pista de los
espectadores. Disponía de tres pisos, el
más bajo de piedra y los otros de madera
por lo que, a veces, éstos se derrumbaban. En uno de aquellos derrumbes perdieron la vida 1.112 personas.
El Circo Máximo en la época de Augusto no era aún
muy elevado y las carreras se podían llegar a ver desde las casas próximas. Por
cierto, a éste emperador le gustaba verlas desde esas casas.
Las gradas
se distribuían de la siguiente forma: las inferiores quedaban reservadas para
senadores; las de encima las ocupaban los caballeros y las del tercer piso eran
para el pueblo. Las mujeres y los hombres podían disfrutar juntos de las
carreras. Esta situación no se permitía en otros espectáculos.
En cada carrera, los aurigas daban siete giros a la
pista. En cada vuelta recorrían 769 metros . Auriga y caballos hacían un notable
esfuerzo para llegar el primero tras los más de cinco kilómetros recorridos. Allí se celebraron innumerables carreras de
carros.
La competición empezó a perder importancia tras la caída el Imperio romano de Occidente.
Roma trajo las carreras a España. Para que pudieran celebrarse construyeron buenos circos o circuitos como se les llamaría en nuestro tiempo. Los mejores fueron el de Córdoba, capital de la Bética, en la parte oriental de la ciudad y en Mérida, capital de Lusitania de donde procedían los mejores caballos. Los romanos llegaron a decir que nacían de yeguas preñadas por el viento.El de Mérida, tuvo un aforo de unos 30.000 espectadores. Parece ser que pudieron correr hasta 12 carros a la vez.
Hay gran diferencia entre
aquellos carros y los monoplazas de formula 1 de este siglo. Aquellos podrían
alcanzar una velocidad de cuarenta o
cincuenta kilómetros por hora y estos de más de trescientos. La diferencia es abismal, pero esto
no significa que aquellos aurigas y estos pilotos estén separados por la misma
diferencia, al menos en cuanto a destrezas y arrojo. Aquellos aurigas podrían haber sido los pilotos de la fórmula 1 del siglo XXI.
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