(I)
Hace pocos días desembalé una caja
de libros que tenía guardada en el trastero. Con estos pisos tan pequeños ya no sabe uno donde guardarlos. Entre ellos, encontré uno que compré
allá por el año 1972, publicado en
Barcelona (Editorial M. Casals.
Barcelona (1969) y que creía extraviado.
Ya saben lo que pasa, a veces, con los libros, un día se presta uno a un amigo,
compañero o colega y… ya nunca más se sabe de él. Algunas personas tienen la
mala costumbre de no devolverlos.
El título ya lo ven en la portada del
libro; su autor también, Francisco Balagué Solá.
Nuestra época—escribe el autor, en unas líneas previas a modo de
explicación—está marcada por un hecho que lo llena todo: el
uso masivo del automóvil.
Efectivamente, esos artefactos ocupan por completo las calzadas,
las aceras, los jardines y los arcenes. Y como consecuencia, también están al
completo las clínicas y los hospitales.
Su autor aborda una serie de cuestiones
relacionadas con el automóvil, el automovilista y sus consecuencias desde un
prisma humorístico y las agrupa por orden alfabético, desde “acera”, la
primera, hasta “zona escolar”, la última. Es quizá por esto que su autor dice
que es un diccionario humorístico.
Contiene algo más de trescientas disquisiciones,
unas más o menos divertidas, otras más o menos acertadas, algunas demasiado
largas y alguna que otra un tanto desafortunada, a mi modesto entender.
Publicaremos en este humilde blog algunos términos, los más relacionados con la autoescuela. Y como no podía ser de otra manera
empezaremos con los vocablos “Automóvil” y “Auto-Escuela” (así se escribía por aquellos años, palabra compuesta).
“AUTOMOVIL. — Artefacto que se mueve por
sí mismo y que transporta a ingentes cantidades de seres humanos de un lado a
otro, febril y rápidamente (si no fuera por los atascos esos), ansiosos de
abandonar la ciudad donde el tedio les consume y arribar al campo o a la playa,
para poder aburrirse tranquilamente, los que son ciudadanos y apartarse del
anodino y cansino campo y llegarse a la respladeciente ciudad, los que son
campesinos.
Y así, unos van y otros vienen. Todos
movidos por el mismo común denominador: quemar gasolina. Porque no se es pobre
y desgraciado por no tener automóvil, sino porque lo tiene el vecino.
El auto, pues, ha sido seguramente el
invento que más ha servido a la humanidad. Hoy, empero, la humanidad comienza a
estar al servicio del automóvil, que es el alfa y omega de nuestra mecanizada
civilización.
Alfa, porque nada como el coche ha
servido al progreso, por su facilidad para acortar distancias y resolver problemas
en aras de su velocidad de traslación.
Omega, porque precisamente la
proliferación masiva del automóvil significa a corto plazo su inutilización,
por asfixia..."
“AUTO-ESCUELAS. — El clima motorizado en
que estamos inmersos ha supuesto la urgente necesidad de aprender a conducir y
ello ha dado lugar a la aparición de numerosas Auto-Escuelas dedicadas a dicha
enseñanza.
Antes, las dichas Escuelas eran escasas y
mal dotadas. Sus propietarios vivían lánguidamente y hasta debían trabajar.
Actualmente las citadas han florecido como hongos y sus dueños van en coche,
cosa lógica y natural tratándose de un negocio sobre ruedas.
Siempre que una Empresa ocupa a cierto
número de productores se dice que cumple una misión social. De acuerdo con
dicho enunciado podemos afirmar, y lo afirmamos, que las susodichas
Auto-Escuelas cumplen dicha misión en alto grado ya que si bien a sus
Profesores apenas les pagan, lo que es «ocuparles» lo hacen y bien ya que
tienen que dedicar once o doce horas diarias a la noble y honrosa tarea de
explicar a los alumnos cómo y cuándo debe pisarse el embrague, si quieren
subsistir".
"Stajanovismo (*) tal,
resulta en extremo beneficioso a los aludidos Profesores ya que un hombre
empleado durante todas las horas útiles del día en una misión docente resulta
la antítesis del señorito andaluz de la leyenda y, por lo tanto, es útil a la
sociedad ya que todos saben aquello de que la ociosidad es la madre de la vida
padre.
De ahí que a un Profesor de esos el poco
dinero que gana le cunda mucho ya que carece de tiempo para gastarlo. De esto
se infiere que si en lugar de estar ocupado doce horas, pudiera llegar a la
perfección, es decir, trabajar las 24 horas del día, podría hacerlo con menos
sueldo, porque lo ahorraría íntegramente.
Idea que brindo, con todos los respetos,
a los empresarios citados, rogándoles la estudien con cariño y procuren sacrificarse
poniéndola en práctica, en beneficio de sus productores”.
(*) El autor de este diccionario, en una
nota a pie de página, hace una breve explicación del término Stajanovismo:
“Stajanov fue, como muchos no saben, un
deficiente mental que trabajaba en una fábrica rusa. No siendo capaz de sobresalir
en nada, al paranoico citado le dio la manía de solicitar... ¡aumento de
trabajo! Llegó a trabajar 18 horas diarias, con lo cual el modesto sueldo que
percibía le era más que suficiente ya que no tenía tiempo casi ni de comer.
Enterado Stalin, le ensalzo y le premió
con la medalla esa de Héroe de la Productividad o cosa parecida. Para que
cundiera el mal ejemplo, envió a Satajanov a recorrer las numerosas fábricas
del vasto territorio ruso, para que explicara a sus colegas las ventajas de su
sistema, con lo cual, miren por dónde, el recormand del trabajo dejó de
trabajar”.