“Cuando está al volante de un coche, no existe nada más; esa es su vida, en
ese momento”.
Es una frase entresacada de la
película de Isabel Coixet, “Aprendiendo a conducir”. Hay muchos mensajes de seguridad vial como
éste a lo largo de la película. Sugiero que deberían verla
aquellos que se dedican a formar
conductores y conductoras.
Esta reflexión se la hace
Darwan, el profesor de autoescuela, a su alumna Wendy ante una reacción, propia
de cualquier alumno, por falta de atención y que entraña un serio peligro por
distracción; Wendy intenta justificarse por el estado emocional por el que está
pasando, verdadero motivo por el que ha decidido aprender a conducir. El
profesor le transmite lo importante que es conducir un vehículo para uno mismo
y para los demás y el peligro que encierra una distracción manejando un
volante.
He visto la película hace
pocos días. Y la he visto con mi visión particular de profesor de autoescuela
durante muchos años y felizmente jubilado; he visto, en el papel del protagonista, a un verdadero profesor de educación
vial; un excelente profesional con
paciencia y con recursos para una alumna difícil de enseñar y no por falta de
aptitudes, sino por el estado anímico
por el que está pasando y por el que decide aprender a conducir.
La
metáfora que encierra la película no es precisamente la necesidad de conducir
un automóvil, sino más bien la de conducirse en la vida. Isabel Coixet se sirve de ese entorno, casi intimo y
confidencial, que se da, a veces, en el
coche de autoescuela como una magnífica excusa para reflexionar sobre el papel
que cada uno representamos en la vida y como reaccionamos.
Las escenas,
magníficamente interpretadas por Ben Kingsley, el profesor y por Patricia
Clarkson, la alumna durante las lecciones prácticas me han evocado una catarata
de recuerdos de mi larga vida como profesor de autoescuela.
Mi felicitación a
la Directora por haber sabido plasmar con tanta realidad lo que puede ser una
clase de conducir con alumnas o alumnos que proyectan sus problemas emocionales
en esos momentos. Gracias por haber mantenido la dignidad y la honradez en la
figura del profesor de autoescuela.
La película es
una comedia, más de sonrisas que de carcajadas, aunque se oye alguna en la sala. Hay un profesor de
autoescuela que ejerce su oficio de manera ejemplar, desinhibida, con diálogos
de mucho nivel entre profesor y alumna,
con muchos mensajes de seguridad vial y con moraleja a la vista.
A mi modesto entender, a la
intelectual de Wendy le queda claro desde el primer momento quién es el profesor, es decir, quien es la
persona dotada de autoridad y conocimiento para transmitir aquello que se
necesita para ser una buena conductora.
Como no podía ser de otra manera, hay un
respeto mutuo en la relación profesor-alumna. Y hay también mucha empatía del
profesor hacia su alumna. El día del examen sufre con ella y se entristece
cuando suspende y con ella se alegra cuando aprueba.
No entiendo
mucho de cine, pero creo que hay una más que excelente interpretación de Patricia Clarkson en su papel de alumna y de
Ben Kingsley, en el de profesor. Éste encarna a un prodigio de profesor del que
emana sensatez, contención, sabiduría y rectitud. Un profesor difícil de emular
cuando las cosas se ponen difíciles.
El sabio profesor insiste en colocarse el
cinturón de seguridad como primera
medida al subir al vehículo; recalca una y otra vez la importancia de regular los retrovisores
para minimizar los ángulos muertos; el buen uso de los intermitentes; ceder el
paso; mantener la atención en lo que hay al frente y a los lados cuando se
avanza; ceder el paso, poner los intermitente y hacer un uso correcto de los
mismos; exige de su alumna atención, mucha atención, porque en ello le va su
seguridad y la de los demás. Intenta utilizar el viejo método pedagógico:
aprender por descubrimiento que como decía aquel viejo profesor mío: lo que mejor se aprende es lo que descubre
uno mismo. Y le pone el clásico ejemplo de cómo saber si la comida tiene el
suficiente condimento o, por el contrario, le falta.
He mirado la
pantalla con deleite y el papel del profesor con juicio crítico. He visto la película
desde mi perspectiva de antiguo profesor de autoescuela. Deformación
profesional, si quieren ustedes, pero no lo puedo evitar.
Es evidente que lo que propone
Isabel Coixet en su comedia no es, por supuesto,
el análisis de la profesión de profesor de autoescuela, sino la de aprender a
conducir como terapia para superar miedos, afirmar la autoestima, dejar atrás
decepciones que pueden parecer insuperables y sobre todo tomar la decisión de
conducir la propia vida. Y para eso utiliza un coche de autoescuela, que rueda
por las calles de Nueva York, un profesor y una alumna indecisa y angustiada
por su nueva situación: acaba de abandonarla el marido por otra más joven.
A veces el
coche de autoescuela es, si me permiten la comparación, como el diván de un psicoanalista y en ese "micromundo" en el que se convierte el coche durante una clase de prácticas se
analizan situaciones de la vida real.
Profesores y
profesoras de Formación Vial, sigan mi sugerencia y vayan a verla; merece la
pena ver la actuación de un profesor de autoescuela que bien podría servir como
ejemplo de buenas prácticas. Y además pasarán un rato agradable viendo como una
mujer angustiada se supera a si misma, y mira por donde, con la ayuda de su
profesor de autoescuela.