Parte del proletariado de finales del XIX y principios del XX utilizaba la
bicicleta para sus desplazamientos.
En 1897 Ramón Casas, pintor barcelonés, famoso por sus retratos,
caricaturas y pinturas de la aquella minoría social, económica, política e
intelectual de Barcelona, pintó un cuadro donde se ve a él y a su amigo Pere
Romeu pedaleando en un tándem.
El cuadro colgó de una de las paredes de la cervecería de su amigo Romeu “Els Quatre Gats”. Este local se convirtió en el
cuartel general de la vanguardia artística de la ciudad Condal. Un muy joven Pablo Picasso hizo su primera exposición en este bar.
Pero llegó el progreso
y el tándem de la bicicleta fue sustituido por el de un automóvil con los
mismos personajes.
El uso de la bicicleta
empezó a decaer con la aparición del automóvil, y pronto llegó su abaratamiento.
Poco tiempo después se convirtió en el medio de transporte de la clase trabajadora.
A esto ayudó el hecho de que los hijos de los
miembros de los clubes ciclistas
se pasaron al automóvil. La bicicleta empezaron
a considerarla como algo impropio para su estatus social y económico. Adquirió
matices políticos. La burguesía urbana decía de ella que era un vehículo más apropiado a la clase trabajadora y se empezó a relacionar
con el socialismo y el anarquismo. Se convirtió en un una parte consustancial
al proletariado de la época.
A este proletariado
del siglo XXI le es más difícil cada día cambiar de coche. En su día se compró
un diésel porque el combustible utilizado era el más asequible a sus menguadas
economías. Pero llegó el escándalo del Dieselgate y buena parte de los políticos y algunos entes
mercantiles, ayudados por algún sector de la prensa han visto la ocasión para
lanzar continuas campañas
propagandísticas a favor de la movilidad eléctrica y en contra del diésel.
Este populismo energético, como algunos lo llaman, ha emergido con fuerza para declarar la muerte al coche
diésel. Y esto afecta a unos cuantos millones de conductores españoles,
mayoritariamente proletarios del siglo XXI.
De la noche a la mañana, les han hecho sentirse
sucios, antiecológicos y culpables de la contaminación de las grandes ciudades.
En un pispas, como si
de un truco de magia se tratara, se les expulsa de los centros urbanos, se les
aumenta el precio del combustible que
utilizan y hacen que se desplome el valor de reventa de sus vehículos hasta dejarlos
sin cotización alguna. En definitiva, el automóvil con motorización
diésel ha pasado de ser el coche que todo el mundo quería tener a ser el
apestado de la carretera.
Hoy día, el mensaje que nos llega nos dice que lo
correcto, lo ecológico, lo progre es sustituir nuestro coche de combustión
interna, especialmente si es diesel, por uno eléctrico, porque más pronto que
tarde prohibirán su circulación.
Sin embargo hay expertos que se alejan de esta visión, digamos
que oficial e interesada, de los coches con motor de combustión interna y nos
cuentas cosas interesantes. Son los expertos
de la Asociación Española de Profesionales de la Automoción (ASEPA). Han
presentado el estudio “Los
motores de combustión contra la crisis climática”. En él se hacen
afirmaciones más que interesantes y señalan
a las mecánicas actuales de combustión como posible solución al problema global
de la contaminación.
Tampoco
son limpios y, en general, no están libres de problemas.
Las
prohibiciones, motivadas por un diagnóstico deficiente de la situación, no
ayudarán en absoluto ni para mejorar la
calidad del aire ni para mitigar el calentamiento global. Al menos es lo que
nos dicen estos expertos.
Afirman
también que el primer gran problema es que el motor eléctrico no usa una fuente
de energía sino un vector energético. Esto es, electricidad, que no existe como
fuente y no se puede acumular en grandes cantidades; tiene que generarse cuando
se consume.
El
segundo gran problema, siguen señalando, es que no estamos hablando de TICs
(Tecnologías de Información y Comunicación), estamos hablando de masa, energía,
potencia y el segundo principio de la termodinámica.
A pesar de todo es una evidencia que las fuente oficiales y/o
interesadas no nos cuentan los claros y evidente inconvenientes de los coches con
motores eléctricos: la contaminación encubierta que producen, un largo reabastecimiento, una
menor vida útil del vehículo, un desorbitado precio de materias primas y, según
Amnistía Internacional, un claro incumplimiento de los derechos humanos en la
extracción de uno de los componentes de sus baterías.
Esta Organización ha
llegado a afirmar que la producción de baterías para estos coches lleva consigo un alto nivel
de explotación humana y contaminación en los países donde se fabrican.
Las materias primas
para su fabricación como son níquel, cobalto, cobre manganeso parece que están
alcanzando precios desorbitantes. El aprovisionamiento de cobalto es otro
problema. Este mineral se
extrae principalmente en la República Democrática del Congo, donde se incumplen
los derechos humanos a través del trabajo infantil y falta de seguridad en las
minas.
Las nuevas
regulaciones obligan a que los motores de combustión que se comercializan en
la actualidad sean los más limpios de la historia. De ahí que “Un motor Diésel Euro 6d Temp moderno puede
limpiar el aire de partículas y esmog (niebla contaminante) en
países muy contaminados o durante episodios graves de contaminación”. Pero se
le da poco divulgación a estudios como este.
“La tecnología está
disponible y la investigación en curso para permitir que los MCI de próxima
generación actúen como aspiradores de contaminantes en el aire de las grandes
ciudades. Esto es algo que, definitivamente, los motores eléctricos con
baterías no pueden hacer”.
En mi modestísima
opinión alguien nos miente con esto del
diesel y del coche eléctrico.
Las verdades a medias
conforman una gran mentira y, visto lo visto y leído lo que se publica, me
pregunto: ¿quién nos engaña? ¿Por qué nos engaña?