Como todos ustedes saben, los primeros
examinadores del permiso de conducir en España eran ingenieros industriales; lo
que quizá no sepan es que algunos de estos ingenieros obtuvieron su permiso de
conducir sin pasar por un examen.
A partir de 1926, hubo, durante un tiempo, una
serie de ciudadanos que disfrutaron del privilegio de obtener el permiso de
conducir sin necesidad de pasar por un examen. Los primeros que dispusieron de
este privilegio fueron los ingenieros industriales, a los que siguieron los
ingenieros de caminos, canales y puertos. España estaba en plena Dictadura, la
de Miguel Primo de Rivera, y las disposiciones oficiales ni se cuestionaban ni
se criticaban, aunque durante el gobierno provisional de la Republica se conserva el privilegio y se extiende
a los Ayudantes de Obras Públicas.
En marzo de de 1934, una revista
editada en Madrid (Autodatod) editorializó sobre estos permisos de conducir concedidos a un
determinado colectivo sólo por la razón de haber aprobado una asignatura de su
carrera en la que se estudiaba el motor de explosión.
Siempre nos ha parecido un tanto
absurdo, el caso, de que se conceda licencia para conductor de automóviles, a
una colectividad, por la razón, de haber aprobado, en su carrera, una
asignatura, en la que se estudia el motor de explosión. Bien es verdad, que
estos señores tienen que desempeñar la importante misión, de examinar al resto
de los ciudadanos para este menester, y
claro está, que si a su vez precisaran de ser examinados, se impondría un examinador
en el que se repetiría el mismo caso.
Un buen día, un “cerebrito” del Organismo pertinente debió pensar que sería
conveniente que dichos examinadores, los ingenieros de Industria, supieran conducir. El asunto, hasta entonces,
había carecido de importancia, pero como los que mandan manejan resortes, que
los ciudadanos de a pie desconocemos, sus neuronas dieron enseguida con la solución:
se les enseña mediante una disposición en la Gaceta (hoy diríamos BOE). A
partir de entonces los ingenieros industriales, que lo solicitaron, tuvieron su
permiso de conducir sin examinarse.
Así se estableció en el artículo 5 del Reglamento de Circulación de 1926.
Sólo tenían que solicitarlo y acompañar a la solicitud dos fotografías y el
certificado de suficiencia que les expedían sus respectivas escuelas
especiales.
¡Cuán efectivas y poderosas han llegado a ser, en todas las épocas, las
disposiciones oficiales!
Nuestro editorialista seguía diciendo en tono irónico:
Ante tan difícil problema, la
superioridad, siempre atinada, decidió conceder aptitud para examinadores a
todo un grupo de ciudadanos, ligados para una asignatura en la que se trata,
con gran extensión, el ciclo de Carnot y otra porción de asuntos interesantísimos
para entrar en las curvas con precisión y manejar los frenos correctamente.
iHay que ver la serenidad y sangre fría, que proporciona el cálculo de una
leva!
El primitivo argumento que se expuso para la concesión de aquellos permisos
de conducir fue el del profundo conocimiento que tenían los ingenieros
industriales sobre los motores de explosión y de ensayo y potencia de los mismos.
Como si para conducir un automóvil sólo fuera suficiente el conocimiento
teórico de sus órganos mecánicos.
El mágico procedimiento de improvisar conductores de aptitud
desconocida sobre la que había que hacer un acto de fe apareció de nuevo y a
través de las correspondientes disposiciones publicadas en la Gaceta se les
concedió el mismo privilegio a los Ayudantes de Obras públicas, dado que en sus
planes de estudios también se contemplaba el conocimiento del motor de explosión.
El editorialista finalizaba haciéndose una pregunta y contestando a la
misma con una reflexión:
¿Será posible que en una colectividad, cuya
selección se ha realizado a base de capacidad intelectual, no exista un solo
caso de torpeza o ineptitud física? Lo ponemos muy en duda, pese a cuántas
disposiciones afirman lo contrario y si hablamos con franqueza, nos vemos
obligados a confesar, que tales decretos, nos producen una extrañeza similar, a
la que nos ocasionaría el enterarnos que en su época, Newton había sido
declarado oficialmente el más perfecto volatinero, ya que era el más profundo
conocedor de las leyes de la gravitación.
En descargo de los Ayudantes de Obras Públicas hemos de decir que motivaban
su petición en el conocimiento que se adquiría, en sus planes de estudios,
sobre el motor de explosión, ensayos de potencia y consumo, arreglo de las
averías y práctica de conducción mecánica en los coches-escuela de que, al
parecer, disponía la Escuela de Ayudantes
de Obras Públicas de Madrid. Esto ya era más razonable, aunque no creo que
resultara ser así en todas las ciudades
donde se pudiera estudiar esta carrera. Otro tanto se diría del resto de
favorecidos.
Desde que se hicieron obligatorios los exámenes de conducir, la función
examinadora se asignó a ingenieros industriales. Así siguió siendo hasta que las
competencias sobre los permisos de conducir pasaron, allá por el año 1968, de
Obras Públicas, que expedía el permiso, y de
Industria, que examinaba, a la Jefatura
Central de Tráfico, más tarde Dirección General de Tráfico. La gente, por
inercia, siguió llamando “ingenieros”, que ya no lo eran, a los nuevos
examinadores de Tráfico.
El Código de Circulación de 1934 acabó con este privilegio, aunque sería
más exacto decir que lo redujo, pero esto lo dejamos para otra ocasión.