“El primer conductor
europeo sin brazos, español, ya tiene coche”. Este es un titular, que junto con otros,
se han publicado en los últimos meses en algunos periódicos digitales.
Este en concreto fue publicado en “elmundo.es/elmudomotor/”.
Hace pocos días que he tenido conocimiento del mismo y he de decir que
nos es correcto en cuanto hace referencia al ser el primer conductor español
sin brazos.
Sin desmerecer en nada al joven al que hace referencia el articulo (lo
importante no es ser el primero, sino el haber superado las dificultades y
estar conduciendo) estoy en disposición de afirmar que ya hubieron otras
personas que con anterioridad, hace muchos años, ya obtuvieron el permiso de
conducir careciendo de ambas extremidades superiores.
Muchos
años atrás —¡Dios mío, cuantos! — en la primigenia autoescuela Barcino de
Barcelona, allá por el final de los ochenta o principios de los noventa — no
puedo precisar las fechas — preparamos a
dos personas con los brazos amputados a la altura del hombro; fueron examinados
por funcionarios de la Jefatura
Provincial de Tráfico de Barcelona. Superaron las pruebas establecidas y les
fue expedido a cada uno su correspondiente permiso de conducir. En los archivos
de esa Jefatura quedó constancia de aquellos permisos.
No
puedo afirmar que estos fueran los primeros conductores sin brazos que
circularon por España y Europa, pero,
por comentarios de los examinadores en activo por aquellos años, parece
que no había ningún precedente en la D.G.T.
En
los primeros años de la década de los setenta ya preparábamos para conducir un automóvil a personas con
algún tipo de discapacidad física. La autoescuela llegó a tener hasta tres
vehículos adaptados con diferentes
mandos para dar respuesta a las necesidades
de los alumnos que nos llegaban con diferentes tipos de discapacidades
del aparato locomotor.
En
otra ocasión hablaré de aquellos primeros mandos y sus características. Hoy vayamos al titular en
cuestión y al por qué del desmentido que hago del mismo.
Un
día aparece en la autoescuela un joven, de unos treinta años para recabar
información sobre una “reconversión” del permiso de conducir de la clase B.
Había sido un conductor habitual hasta que, como consecuencia de un accidente,
creo recordar que laboral, le habían tenido que amputar ambos brazos a la
altura del hombro. Vino a nuestra autoescuela porque durante el tiempo que nos
dedicamos a la enseñanza de personas con algún tipo de discapacidad física
fuimos un referente por nuestra buena praxis.
Le
dije que la autoescuela no disponía de un coche para dar solución a su problema, pero que era
posible que pudiera conducir. Le pedí que nos diera una semana para pensarlo. De inmediato, le plantee el
tema a Carlos, un excelente profesor y un experto en enseñar a conducir a personas
con diferentes discapacidades físicas.
Aquello
era un reto para nosotros y en especial para el amigo Carlos Jodar. Tuvimos
claro que podíamos ayudarle a obtener el permiso deseado siempre que el
interesado tuviera capacidad económica para sufragar el gasto que se le
avecinaba. Era como hacerle un traje a medida, pero un traje muy caro. Nosotros
solo teníamos trajes “prê-á-porter”, es decir, para usar ya.
Le
adelantamos las adaptaciones que a juicio nuestro podría necesitar. También le
informamos que teníamos noticias de algún precedente similar en Francia.
Nos contestó
que no había problema por la parte económica, que estaba dispuesto y en
condiciones de invertir lo que fuera para conseguir conducir de nuevo. Era, por
entonces, su gran ilusión.
— ¿Qué hay que
hacer? Nos preguntó con entusiasmo.
— Primero,
pasar por un centro médico para que le expidan el correspondiente certificado.
— ¿A cuál tengo
que ir?
— Al que quiera,
o al que más cómodo le sea — le contesté.
Por
la expresión de su rostro, tuve la sensación de que de de allí marchaba un
hombre esperanzado y con una nueva ilusión: volver a conducir su propio
automóvil.
—¡Olvídate,
nunca volverás a conducir!—le habían dicho en más de una ocasión y más de una
persona.
A los pocos días ya tenía el certificado, no sin alguna
reticencia por parte del Centro con el que llegamos a intercambiar opiniones
sobre las adaptaciones que proponíamos. No
tenían muy claro que con aquella discapacidad pudiera conducir un
automóvil. De esto, como ya he apuntado, puede que haga 25 o 30 años.
Nuestro voluntarioso joven, después de unos meses se presentó
de nuevo en la autoescuela y nos dijo con una sonrisa de oreja a oreja:
—
En la puerta tengo el coche que conduciré cuando apruebe y tenga mi permiso. ¿Cuándo empezamos
las clases?
Lo que tenía en la puerta,
conducido por otra persona como es obvio, era un automóvil de la marca mercedes
con cambio automático y dirección asistida. Tenía pasada la ITV por reformas de
importancia, incluida la del doble mando. Las adaptaciones se hicieron en
Francia, incluido el doble mando.
Aquel coche estaba preparado para que el sistema de dirección
fuera accionado con el pie izquierdo mediante un disco. Este tenía una hendidura o rebaje en su parte exterior
donde encajaba una bola montada en un zapato especial. El freno de estacionamiento y la puesta en marcha del motor se accionaban con el pie. Luces, claxon, y
limpia parabrisas con la rodilla. El cinturón de seguridad era del tipo americano que se adaptaba al cuerpo al cerrar la puerta, cuya
apertura y cierre se accionaban con el pie. Los intermitentes se accionaban con
un ligero movimiento lateral de la cabeza mediante un dispositivo colocado en
el reposacabezas. En verdad, aquello era
algo más que un traje a medida. Las
funciones esenciales para una conducción segura estaban al alcance de aquella
persona sin brazos. Nunca supimos el coste de aquellos mandos, no quiso
decírnoslo, pero debió ser bastante elevado.
Solo restaba colocarle
la placa de identificación prevista en
el apartado 2.d) del artículo 12 del Reglamento de Autoescuelas vigente por aquellos años. Así debía ser
cuando el vehículo para la enseñanza práctica era aportado por el propio
alumno. El fondo del recuadro sobre el que va inscrita la letra «L» ha de ser
de color rojo.
Tardó poco tiempo en
adaptarse a los diferentes mandos. Fue examinado por Alfredo, a la sazón
coordinador de examinadores y de grato recuerdo para los profesionales de Barcelona.
Pocos meses después
apareció otro muchacho con idéntica discapacidad funcional: amputación de ambas
extremidades superiores a la altura del hombro.
Este joven no tenía
ningún tipo de permiso. Asistió como todo aspirante a las clases de teórica y
una vez aprobado empezó las clases prácticas. Este aportó un Golf. Las adaptaciones, semejantes a las del “mercedes”. Se examinó
de las pruebas de circuito cerrado y de circulación.
No recuerdo quién lo
examinó, pero si puedo contarles una
anécdota que Carlos, que fue quien lo enseñó, ya habrá contado a sus nietos.
En una de las clases,
circulaban por la Avenida del Paral-lel de Barcelona, cerca de la plaza España.
Una pareja de motoristas de la Guardia Urbana. Llegaron a su altura cuando
estaban detenidos en un semáforo y se percataron de que el conductor no tenía brazos. Quedaron
sumamente extrañados y ojipláticos, como dirían hoy. Y ambos, alumno y
profesor, fueron escoltados hasta el cuartelillo de la Guardia Urbana de la
Avenida de la Técnica.
Por las explicaciones
del profesor y por la documentación del vehículo quedaron convencidos de que
era posible conducir aun careciendo de ambas extremidades superiores y que todo
estaba correcto, en orden y con los permisos pertinentes.
Estas dos personas,
sin brazos, tuvieron permiso de conducir hace muchos años (entre 25 o 30) y
desde entonces, supongo, han estado conduciendo su propio vehículo.
Desde este blog
“Historias de las Autoescuelas y del Tráfico” mi más sincera felicitación y
reconocimiento a todo conductor o conductora que con una discapacidad funcional
del aparato locomotor en mayor o menor grado haya sido capaz de superar todo
tipo de dificultad que se le hayan puesto, las haya superado y esté conduciendo
su propio vehículo.
Como dice mi antiguo amigo y colega, el
sindicalista, que la Seguridad Vial les acompañe.