viernes, 14 de diciembre de 2018

¿EL PRIMER CONDUCTOR EUROPEO SIN BRAZOS?


“El primer conductor europeo sin brazos, español, ya tiene coche”. Este es un titular, que junto con otros,  se han publicado en los últimos meses en algunos periódicos digitales. Este en concreto fue publicado  en  “elmundo.es/elmudomotor/”.

 

Hace pocos días que he tenido conocimiento del mismo y he de decir que nos es correcto en cuanto hace referencia al ser el primer conductor español sin brazos.

 

Sin desmerecer en nada al joven al que hace referencia el articulo (lo importante no es ser el primero, sino el haber superado las dificultades y estar conduciendo) estoy en disposición de afirmar que ya hubieron otras personas que con anterioridad, hace muchos años, ya obtuvieron el permiso de conducir careciendo de ambas extremidades superiores. 




Muchos años atrás —¡Dios mío, cuantos! — en la primigenia autoescuela Barcino de Barcelona, allá por el final de los ochenta o principios de los noventa — no puedo precisar las fechas —  preparamos a dos personas con los brazos amputados a la altura del hombro; fueron examinados por funcionarios  de la Jefatura Provincial de Tráfico de Barcelona. Superaron las pruebas establecidas y les fue expedido a cada uno su correspondiente permiso de conducir. En los archivos de esa Jefatura quedó constancia de aquellos permisos.


No puedo afirmar que estos fueran los primeros conductores sin brazos que circularon por España y Europa, pero,  por comentarios de los examinadores en activo por aquellos años, parece que no había ningún precedente en la D.G.T.


En los primeros años de la década de los setenta ya preparábamos  para conducir un automóvil a personas con algún tipo de discapacidad física. La autoescuela llegó a tener hasta tres vehículos  adaptados con diferentes mandos para dar respuesta a las necesidades  de los alumnos que nos llegaban con diferentes tipos de discapacidades del aparato locomotor.

En otra ocasión hablaré de aquellos primeros mandos y sus  características. Hoy vayamos al titular en cuestión y al por qué del desmentido que hago del mismo.

Un día aparece en la autoescuela un joven, de unos treinta años para recabar información sobre una “reconversión” del permiso de conducir de la clase B. Había sido un conductor habitual hasta que, como consecuencia de un accidente, creo recordar que laboral, le habían tenido que amputar ambos brazos a la altura del hombro. Vino a nuestra autoescuela porque durante el tiempo que nos dedicamos a la enseñanza de personas con algún tipo de discapacidad física fuimos un referente por nuestra buena praxis.

Le dije que la autoescuela no disponía de un coche para  dar solución a su problema, pero que era posible que pudiera conducir. Le pedí que nos diera una semana  para pensarlo. De inmediato, le plantee el tema a Carlos, un excelente profesor y un experto en enseñar a conducir a personas con diferentes discapacidades físicas.

Aquello era un reto para nosotros y en especial para el amigo Carlos Jodar. Tuvimos claro que podíamos ayudarle a obtener el permiso deseado siempre que el interesado tuviera capacidad económica para sufragar el gasto que se le avecinaba. Era como hacerle un traje a medida, pero un traje muy caro. Nosotros solo teníamos trajes “prê-á-porter”, es decir, para usar ya.

Le adelantamos las adaptaciones que a juicio nuestro podría necesitar. También le informamos que teníamos noticias de algún precedente similar en Francia.

 Nos contestó  que no había problema por la parte económica, que estaba dispuesto y en condiciones de invertir lo que fuera para conseguir conducir de nuevo. Era, por entonces, su gran ilusión.
  ¿Qué hay que hacer? Nos preguntó con entusiasmo.
  Primero, pasar por un centro médico para que le expidan el correspondiente certificado.
  ¿A cuál tengo que ir?
  Al que quiera, o al que más cómodo le sea — le contesté.
Por la expresión de su rostro, tuve la sensación de que de de allí marchaba un hombre esperanzado y con una nueva ilusión: volver a conducir su propio automóvil.
—¡Olvídate, nunca volverás a conducir!—le habían dicho en más de una ocasión y más de una persona.

A los pocos días ya tenía el certificado, no sin alguna reticencia por parte del Centro con el que llegamos a intercambiar opiniones sobre las adaptaciones que proponíamos. No  tenían muy claro que con aquella discapacidad pudiera conducir un automóvil. De esto, como ya he apuntado, puede que haga 25 o 30 años.

Nuestro voluntarioso joven, después de unos meses se presentó de nuevo en la autoescuela y nos dijo con una sonrisa de oreja a oreja:
  En la puerta tengo el coche que conduciré cuando  apruebe y tenga mi permiso. ¿Cuándo empezamos las clases?



Lo que tenía en la puerta, conducido por otra persona como es obvio, era un automóvil de la marca mercedes con cambio automático y dirección asistida. Tenía pasada la ITV por reformas de importancia, incluida la del doble mando. Las adaptaciones se hicieron en Francia, incluido el doble mando. 


Aquel coche estaba preparado para que el sistema de dirección fuera accionado con el pie izquierdo mediante un disco. Este tenía  una hendidura o rebaje en su parte exterior donde encajaba una bola montada en un zapato especial. El freno de estacionamiento  y la puesta en marcha del motor  se accionaban con el pie. Luces, claxon, y limpia parabrisas con la rodilla. El cinturón de seguridad  era del tipo americano que se adaptaba al cuerpo al cerrar la puerta, cuya apertura y cierre se accionaban con el pie. Los intermitentes se accionaban con un ligero movimiento lateral de la cabeza mediante un dispositivo colocado en el reposacabezas. En verdad, aquello era  algo más que  un traje a medida. Las funciones esenciales para una conducción segura estaban al alcance de aquella persona sin brazos. Nunca supimos el coste de aquellos mandos, no quiso decírnoslo, pero debió ser bastante elevado.

Solo restaba colocarle la placa de identificación  prevista en el apartado 2.d) del artículo 12 del Reglamento de Autoescuelas  vigente por aquellos años. Así debía ser cuando el vehículo para la enseñanza práctica era aportado por el propio alumno. El fondo del recuadro sobre el que va inscrita la letra «L» ha de ser de color rojo.

Tardó poco tiempo en adaptarse a los diferentes mandos. Fue examinado por Alfredo, a la sazón coordinador de examinadores y de grato recuerdo para los profesionales de Barcelona.

Pocos meses después apareció otro muchacho con idéntica discapacidad funcional: amputación de ambas extremidades superiores a la altura del hombro. 

Este joven no tenía ningún tipo de permiso. Asistió como todo aspirante a las clases de teórica y una vez aprobado empezó las clases prácticas. Este aportó un Golf. Las adaptaciones,  semejantes a las del “mercedes”. Se examinó de las pruebas de circuito cerrado y de circulación.

No recuerdo quién lo examinó, pero si puedo contarles  una anécdota que Carlos, que fue quien lo enseñó, ya habrá contado a sus nietos.

En una de las clases, circulaban por la Avenida del Paral-lel de Barcelona, cerca de la plaza España. Una pareja de motoristas de la Guardia Urbana. Llegaron a su altura cuando estaban detenidos en un semáforo y se percataron de que  el conductor no tenía brazos. Quedaron sumamente extrañados y ojipláticos, como dirían hoy. Y ambos, alumno y profesor, fueron escoltados hasta el cuartelillo de la Guardia Urbana de la Avenida de la Técnica.

Por las explicaciones del profesor y por la documentación del vehículo quedaron convencidos de que era posible conducir aun careciendo de ambas extremidades superiores y que todo estaba correcto, en orden y con los permisos pertinentes.

Estas dos personas, sin brazos, tuvieron permiso de conducir hace muchos años (entre 25 o 30) y desde entonces, supongo, han estado conduciendo su propio vehículo.

Desde este blog “Historias de las Autoescuelas y del Tráfico” mi más sincera felicitación y reconocimiento a todo conductor o conductora que con una discapacidad funcional del aparato locomotor en mayor o menor grado haya sido capaz de superar todo tipo de dificultad que se le hayan puesto, las haya superado y esté conduciendo su propio vehículo.

 Como dice mi antiguo amigo y colega, el sindicalista, que la Seguridad Vial les acompañe.