Parece que fue ayer, pero ya han transcurrido casi
treinta años. Corría
el año 1990 cuando, de manera novedosa para aquellas décadas, la administración,
gobernada entonces por el PSOE de Felipe González, comenzó a inundar los medios de comunicación con una campaña a favor del uso del preservativo,
bajo el eslogan: “póntelo, pónselo”.
En aquellos años los preservativos
eran un producto tabú. Había pueblos donde no te los vendían en ninguna farmacia,
por razones religiosas o porque como les daba vergüenza no los tenían.
Aquella campaña del gobierno, que tuvo
una gran difusión, generó un gran revuelo social y sirvió, al menos, para normalizar
el uso del condón.
Para bien o para
mal, aquel eslogan caló en la sociedad y corrió mejor suerte que la propia
campaña. Pasados unos años, el “póntelo, póselo” pasó a ser eslogan de una campaña
de seguridad vial, haciendo referencia, en esta ocasión, al casco del motorista,
porque la DGT se había percatado que la mayoría de los fallecidos en accidente
de tráfico con motocicleta no llevaban puesto el caso.
“Estampitas de coches” es el título de un libro editado
por La Confederación Nacional de Autoescuelas en 1995. Javier Corominas, el que
fuera Jefe Provincial de Tráfico en Palma de Mallorca, es su autor. Tiene
ilustraciones del ibicenco Vicent Roig-Francolí, “FRANKY”, galardonado por la
Jefatura de Tráfico en reconocimiento a la labor de educación vial que de
manera indirecta reflejan sus dibujos publicados en Prensa.
El libro reúne, en sus 130 páginas, una serie de artículos y relatos
divertidos de su autor relacionados con el automóvil y su entorno. En esta
ocasión reproducimos uno de ellos referido
al eslogan de:
“ Póntelo, pónselo”.
“Que no os vengan con monsergas,
no os dejéis embaucar, no es lo msmo con el chisme puesto que sin él. Al colocároslo
sentís la sensación de perder parle de vuestra maravillosa libertad; luego, el
placer ya no será igual o notaréis encerrados, sujetos, envueltos en algo artificial
que aísla y presiona vuestra carne. Hay
que señalar también la agresión que supone a vuestra sensibilidad estética,
porque algunos de estos artilugios son verdaderamente horrendos. Bueno, pues a
pesar de todas esas premisas negativas, bien válidas, y prescindiendo de lo que
digan las campañas oficiales, el clero, las cartas al director, vuestros
padres, vuestros tíchers o el sursum
corda, yo me permito aconsejaros que sí, que os lo pongáis, tíos porque el
casco tal vez resulte incómodo, antiestético, corte el viento dela cara y, con
él, parte del placer de la velocidad, y os aísle algo de las sensaciones exteriores, puede ser, quizá sea verdad, pero
si os pegáis la piña nada va a ser tan eficaz para proteger vuestro preciado
coco (al que tanto amáis) y vuestras queridas vértebras cervicales (que también
estimáis mogollón) como un buen casco.
Ojalá no os deis nunca la castaña, pero, por si
acaso, más vale que os mováis por ahí con el cacharro puesto”.
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