A pesar de haberlo escrito hace nada más y nada menos
que 29 años, creo que la situación actual difiere poco de aquella otra que vivíamos
los profesores en aquellos años, aunque el “titulo” — más bien certificado —
que se les expide ahora sea el de “Profesor de Formación Vial”. Hace algunos años que dejé la profesión por jubilación, pero por lo que oigo y leo y me comentan, lo que escribí en aquel articulo, bien podría escribirlo hoy. El artículo puede ser considerado de plena actualidad.
Ya ha transcurrido año y medio desde la celebración del Primer
Congreso de la Enseñanza de la Conducción. Una de las ponencias que más interés
despertó, a mi juicio, fue la denominada “La autoescuela como centro docente”.
Más de uno pensamos, en aquel momento, en la proyección que podía tener aquella
ponencia en nuestra profesión. Soy de los que piensan — y más de uno considera
conmigo — que existe, desde hace varios años, o mejor dicho, desde que alguien
se dedicó por primera vez a esta profesión, una crisis de identidad profesional
sustentada en la dificultad de identificar la acción social como docentes.
De allá a estos días, percibo una cierta inmovilidad, no sólo
por parte de la Administración, a pesar de la comisiones de seguimiento, sino también
en el colectivo afectado. Intuyo, y ojalá me equivoque, que hemos pasado de la
verbena al entierro.
Aporté mi grano de arena a dicho Congreso enviando u pequeño y
humilde trabajo a la comisión a través de la Jefatura Provincial de Tráfico de
Barcelona. Asistí a las reuniones a las que se me convocó. Asistí al Congreso.
Sigo asistiendo a las comisiones de seguimiento y veía más ilusión antes del
Congreso que al final del mismo. Veo —al menos me lo parece —que estamos
pasando por una etapa de modorra, de bajísimo pulso vital, de encefalograma casi
plano.
¿A qué se deben estos altibajos, ese camino recto seguido de
curvas y contracurvas, estos zig-zags? Entre otras razones, a que los problemas
que tiene la profesión se tratan casi únicamente como fenómenos coyunturales,
efervescencias superficiales y se olvida o se deja de lado el enfoque a fondo
de soluciones estructurales y progresistas. Se hacen tratamientos
sintomatológicos, procurando calmar el dolor, pero no se acomete ni se extirpa la etiología del mal, sus
raíces, sus engranajes imbricados a lo largo de los años.
De esta manera, los
problemas se repiten y se reproducen
fácilmente tras breves ciclos.
La labor diaria
de un profesor de autoescuela es una forma de servicio público que exige de él
conocimientos especializados, adquiridos y conservados gracias a una actividad rigurosa y constante.
Por otro lado, toda función docente debe ser, además y necesariamente, educadora.
La autoescuela, mediante sus elementos
humanos, profesores, atiende a objetivos de aprendizaje cognoscitivos,
afectivos y psicomotores. Es obvio que realizamos una función docente y en cierta forma
educativa, aunque haya surgido para satisfacer una necesidad inmediata y
próxima como es la de conducir.
La autoescuela está estructurada para
producir efectos a corto plazo. No tenemos una metodología específica, pero al
tener una enseñanza individualizada, sea o no tecnológica, nos movemos en un
terreno perfectamente abonado para investigar o estudiar métodos de la enseñanza
de la conducción.
Los profesores, y con nosotros las
autoescuelas, hemos pervivido en un proceso ajeno casi totalmente a cualquier planificación.
La total desconexión entre nuestra profesión de docentes en una enseñanza “no
formal” ha conllevado, conlleva y, si no se pone remedio pronto y puntual,
conllevará un total desaprovechamiento de nuestra potencialidad. Nuestra profesión
ha sido y sigue siendo subvalorada a nivel académico, a pesar de que en
aspectos puntuales nuestra productividad formativa e instructiva sea superior a
las de las instituciones formales.
Hay un gran desaliento en los profesores y
directores de autoescuela porque no ven que se despeje su futuro, ni
desde la perspectiva económica, ni desde la de reconocimiento profesional ni académico.
Cuando el que ha dedicado su vida y su
entusiasmo a esta enseñanza recapacita, en
su soledad, sobre sus problemas profesionales, las dudas le asaltan y le
paralizan. Si a esto añadimos las largas jornadas de trabajo dedicadas a la autoescuela
podemos llegar fácilmente al agotamiento, nocivo para nosotros mismos, para
nuestra familia y para todo el alumnado.
Hemos de pensar que una de las vigas
maestras de la seguridad vial es la buena formación de los futuros conductores
y ésta descansa en la buena labor que realice el profesor en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Las reformas que puedan desprenderse de
los congresos serán una realidad si el profesorado está capacitado tanto para producirlas como para aplicarlas.
La formación de los profesores es el problema clave de toda reforma de enseñanza y ésta, para ser llevada a la práctica, es
necesario que cuente de antemano con
ellos. Es una idea bastante extendida que el estacionamiento y la inercia de
cualquier estructura escolar o de cualquier metodología didáctica es un efecto
consecuente de la falta de preparación y
actualización de los profesores.
Si los profesores seguimos siendo el
factor primordial en el hacer de la autoescuela, lo sistemas pedagógicos no
podrán modernizarse mientras los profesores no hayamos revisado, renovado y
actualizado nuestros procedimientos de acción.
No deberíamos jamás constituirnos en línea de resistencia de las reformas de
enseñanza de la conducción, sino más bien prepararnos adecuadamente para
producirlas y aplicarlas. Sé que todos o casi todos dirán sí…pero primum vivere…y después ya
filosofaremos.
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