Anoche soñé que la paz había vuelto al
mundo mundial. Soñé que la pobreza había desparecido. Soñé que nos habían subido la pensión a los jubilados, con arreglo al IPC. Soñé que las teníamos
garantizadas. Soñé que me había tocado la primitiva y… soñando imposibles, soñé
hasta que el colectivo examinador, en un gesto de buena voluntad, había aplazado la huelga y que volvía a
examinar para no causar más problemas a la maltrecha economía de las
autoescuelas y para no cabrear más a los ciudadanos.
No es que dieran el conflicto por terminado,
sino por aplazado, por interrumpido, y que después de examinar durante el mes
de septiembre, cuando ya hubieran paliado, aunque fuera un poquito, la
catastrófica situación de las autoescuelas, volverían a la carga. Sería un
bonito gesto de solidaridad con los damnificados de ahora.
Para cuando volvieran a la carga, seguro
que tendrían el apoyo y la solidaridad de directores y profesores de autoescuela —o de formación vial, si
quieren — y, supongo
que también, de jóvenes aspirantes a conductores y de gran parte de la
sociedad. Apoyos necesarios para que de una vez por todas este Organismo (DGT),
o a quien corresponda, les trate a ellos, a las autoescuelas y a los ciudadanos
que desean tener un permiso de conducir con el respeto que merecen.
Cuando se trata de soñar
un futuro ideal, o cuanto menos mejor
que el actual, es difícil no caer en la indulgente y bondadosa utopía.
Cuando desperté, volví a contemplar la triste realidad. En fin, los sueños, sueños
son. Ya lo dijo, hace cerca de cuatrocientos años, el Segismundo de Calderón de la Barca.
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